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CRIMEN Y CASTIGO

La pena de muerte es una degradante prueba de lo inhumano que el es hombre para el hombre. Es una prueba de que el hombre sigue viviendo en la barbarie. La civilización sigue siendo un concepto que todavía no se ha hecho realidad.

Tendrás que estudiarlo desde todos los aspectos para comprender por qué se sigue utilizando en tantas civilizaciones, culturas y estados, algo tan idiota como la pena de muerte. Incluso en algunos países donde había sido suprimida la han vuelto a adoptar. En otros países ha sido suprimida y se ha sustituido por la cadena perpetua, que es peor todavía que la pena de muerte. Es mejor morir en un instante que morir lentamente durante cincuenta o sesenta años. Cambiar la pena de muerte por la cadena perpetua no es ser más civilizado, sino estar más hundido aún en la barbarie, la oscuridad inhumana y la inconsciencia.

Lo primero que hay que entender es que la pena de muerte no es realmente un castigo. Si no puedes recompensar con la vida, no puedes castigar con la muerte. Es lógica pura y no puede haber dos opiniones distintas sobre esto. Si no puedes dar la vida a la gente, ¿con qué derecho puedes quitársela?

Esto me recuerda una historia real. Había dos criminales que encontraron un tesoro oculto en un castillo. Mucha gente había intentado entrar en el castillo para robarlo, pero siempre los atrapaban; sin embargo, estos criminales lo consiguieron. El tesoro era muy grande y uno de ellos decidió que no estaba dispuesto a dividirlo. Una posibilidad era matar al otro, pero al hacerlo le podían pillar, y no quería arriesgarse porque el tesoro estaba ahora en sus manos.

Lo consiguió de una forma muy astuta. Desapareció e hizo correr el rumor de que había sido asesinado, dejando pruebas para que pareciera que el asesino había sido su amigo. Cogieron al amigo con todas las pruebas: a su revólver le faltaban dos balas y había huellas digitales suyas por todo el revólver. En el lugar del crimen apareció un pañuelo con su nombre bordado… No podía demostrar su inocencia; no había ninguna forma de hacerlo; todo estaba en su contra y le iban a condenar a la pena de muerte. Él sabía que no había asesinado a su amigo; sabía que todo era una conspiración, que su amigo no estaba muerto, y era una estratagema para quedarse con todo el tesoro.

Pero, antes de su ejecución, consiguió escapar de la cárcel. Doce años más tarde, cuando oyó que su compinche -que había cambiado de identidad y se había convertido en un político res-petable- había muerto, fue a las autoridades y le dijo a los tribunales -al mismo juez que le había condenado-: «Soy el que sentenciaste a muerte hace doce años, pero conseguí huir. Y yo era absolutamente inocente, pero no podía demostrarlo».

De hecho, la inocencia no se puede demostrar. Las pruebas pueden ser a favor o contra, pero la inocencia no se puede demostrar. «Ahora la persona cuya muerte me imputasteis hace doce años ha muerto. Es la misma persona, de manera que yo no pude haberle matado hace doce años -dijo-. El único crimen que he cometido es huir de la cárcel, pero ¿se puede llamar crimen a eso? Cuando castigas a un hombre inocente a morir, ¿quién es el criminal, tú oyó?»

La historia tiene muchas implicaciones. El hombre dijo: «¿Si después de sentenciarme a muerte no me hubiese escapado y me hubiesen ejecutado, cuál habría sido el caso ahora? Si se hubiese sabido que el hombre que pensabais que estaba muerto estaba en realidad vivo, ¿me hubieseis podido devolver la vida? Si no podéis devolverme la vida, ¿qué derecho tenéis a quitármela?».

Se cuenta que el juez renunció a su cargo y le pidió disculpas al hombre diciendo: «Es posible que haya cometido muchos crímenes en mi vida».

En todo el mundo, la realidad es que eres culpable a menos que se demuestre tu inocencia. Esto va en contra de todos los ideales humanitarios, la democracia, la libertad o el respeto hacia la individualidad; va contra todo. La ley dice que eres inocente mientras no se demuestre tu culpabilidad -eso es lo que dicen las palabras-, pero en la realidad ocurre exactamente lo contrario.

El hombre dice una cosa y hace lo contrario. Habla de ser civilizado y culto, pero no es civilizado ni culto. La pena de muerte es prueba fehaciente de ello.

Es la ley de una sociedad bárbara: ojo por ojo, cabeza por cabeza. Si alguien corta una de tus manos, entonces, en una sociedad bárbara, hay una estricta ley que dice que hay que cortarle una de sus manos a quien lo hizo. Esto mismo se lleva haciendo desde hace siglos, y la pena de muerte es lo mismo: «Ojo por ojo. Si se cree que una persona ha asesinado a alguien, deberá ser asesinado». Pero es extraño: si matar a alguien es un crimen, ¿cómo vas a eliminar el crimen de la sociedad si vuelves a cometer el mismo crimen? Antes había un hombre asesinado y ahora hay dos. Y ni siquiera está completamente claro que este hombre haya asesinado a aquel, porque no es nada fácil demostrar un asesinato.

Si el asesinato está mal, da lo mismo que lo cometa un individuo o sean los tribunales quienes lo cometen.

Ciertamente, el asesinato es un crimen. La pena de muerte es un crimen cometido por!a sociedad contra un individuo que está indefenso. No puedo llamarlo una pena, yo lo llamo crimen.

Y puedes comprender por qué se comete: es una forma de vengarse. La sociedad se venga de que la persona no obedeciera las leyes. La sociedad está dispuesta a matarle, pero a nadie parece importarle que si alguien comete un asesinato, esto demuestra que esa persona tiene una enfermedad psicológica. En vez de meterlo en la cárcel o ejecutarle, deberían enviarle a una institución donde pudieran cuidarle física, psíquica y espiritualmente. Está enfermo; necesita toda la compasión de la sociedad, no se trata de imponer un castigo.

Sí, es verdad, ha asesinado a alguien, pero no podemos hacer nada al respecto. ¿Podemos devolverle la vida

asesinando a quien le mató? Si eso fuese posible, yo apoyaría eliminar al asesino -no merece ser parte de la sociedad-, y el otro reviviría. Pero esto no es así. El otro se ha ido para siempre y no hay forma de revivirle. Sí, lo único que puedes hacer es también matar a ese hombre. Estás intentando lavar la sangre con sangre, el barro con barro.

No te das cuenta de lo que ha sucedido en la historia muchas veces. Hace trescientos años, en muchas culturas se creía que los locos fingían. En otras muchas se creía que estaban poseídos por los espíritus. E incluso en algunas se creía que estaban locos, pero que se podían curar con castigos. Así es como se trataba a los locos.

Los trataban a base de azotes -¡vaya tratamiento!- y sacándoles sangre. Ahora les hacen transfusiones de sangre pero antes hacían justo lo contrario: les sacaban sangre pensando que tenían demasiada energía. Naturalmente, se quedaban más débiles y al mostrar signos de debilidad por toda la sangre que les habían sacado, pensaban que les habían curado de su locura.

Azotándolos, naturalmente, de vez en cuando recuperaban la cordura. Es casi como si empiezas a golpear a una persona que está dormida y esta se despierta. Un loco se ha salido de su mente consciente y es posible que, si le das un azote, en algún caso vuelva a sus cabales. Esa era la prueba de que pegarle era el tratamiento correcto. Aunque solo se curaban de vez en cuando; en el noventa y nueve por ciento de los casos les torturaban innecesariamente. Pero esa única excepción confirmaba la regla.

Se pensaba que los locos estaban poseídos por espíritus, por fantasmas; y en ese caso también les daban un azote, porque si estaban poseídos por fantasmas, el azote solo le afectaría al fantasma y no a la persona. No estás pegando el cuerpo de la persona, sino a los fantasmas que le están poseyendo, y gracias a esos golpes, los fantasmas huirán. Alguna que otra vez, la persona volvía a sus cabales, pero no llegaba ni al uno por ciento de las veces.