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Vuestras diferencias son a causa del terreno. Vuestros colores son diferentes debido al terreno. Pero la cualidad más íntima del ser es incolora; es la misma. Hay negros y hay blancos, otros están justo en el medio: los indios; otros son amarillos: los chinos… hay muchos colores. Pero recuerda, estos colores son los colores del terreno del cuerpo por el que pasas. No son tus colores, tú eres incoloro. Tú no eres el cuerpo, tampoco eres la mente ni eres el corazón. Vuestras mentes difieren porque tienen condicionamientos distintos, vuestro cuerpo es diferente porque ha pasado por un terreno distinto, por una herencia distinta; pero no sois diferentes.

Jesús dice: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Como te amas a ti mismo, ama a tu prójimo. Y una cosa muy básica que los católicos han olvidado completamente es que Jesús dice «Ámate a ti mismo». A menos que te ames a ti mismo, no podrás amar a tu prójimo. La llamada cristiandad te ha estado enseñando el odio hacia ti mismo, el rechazo hacia ti mismo. Ámate porque eres lo más próximo a la divinidad. Ahí es donde tiene que surgir la primera onda. ¡Ámate! Amarse a uno mismo es lo más fundamental; si quieres ser religioso, el fundamento consiste en amarte a ti mismo. Sin embargo las llamadas religiones solo te están enseñando el odio hacia ti mismo: «Condénate a ti mismo, eres un pecador, eres culpable, esto y aquello… no mereces nada».

No eres un pecador pero te han hecho serlo. No eres culpable, porque te han dado interpretaciones de la vida equivocadas. Acéptate y ámate. Solo así podrás amar a tu prójimo, si no, no habrá ninguna posibilidad. Si no te amas a ti mismo, ¿cómo vas a amar a otro ser? Yo te enseño a amarte. Haz simplemente eso; si no puedes hacer nada más… ámate a ti mismo. Y del amor a ti mismo, poco a poco, podrás ver que el amor empieza a fluir, se empieza a expandir y alcanza a tu prójimo.

El problema actual es que te odias y quieres amar a otra persona, lo cual es imposible. Y el otro se odia a sí mismo y quiere amarte. Antes tienes que aprender la lección del amor dentro de ti mismo.

Si preguntas a Freud y a los psicoanalistas, ellos han descubierto algo muy básico. Dicen que en un principio el niño es autoerótico, onanista, se ama a sí mismo. Después se vuelve homosexual: los niños quieren jugar con los niños y las niñas quieren jugar con las niñas, no quieren mezclarse unos con otros. Y luego surge la heterosexualidad, el niño quiere mezciarse y amar a una niña; la niña quiere conocer a un niño y amarlo. Primero es autoerótico, después homoerótico y más tarde heteroerótico; esto es así en cuanto al sexo. Y lo mismo ocurre con el amor.

Primero, te amas a ti mismo. Después amas a tu prójimo, amas a otros seres humanos. Y después, das otro paso, y amas la existencia. Pero la base eres tú. Por tanto, no te critiques, no te rechaces. Acéptate. Lo divino ha hecho su morada en ti. La existencia te ha amado mucho, por eso ha hecho en ti su morada. La existencia ha hecho un templo de ti; lo divino está vivo dentro de ti. Si te rechazas a ti mismo, rechazas lo más próximo a la divinidad que puede haber. Y si rechazas lo más cercano es imposible que puedas amar lo que está más lejos.

Cuando Jesús dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», está diciendo dos cosas. Primero, ámate a ti mismo para que puedas ser capaz de amar a tu prójimo.

De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.

En realidad, es un solo mandamiento: Ama. El amor es el único orden de cosas. Si entiendes el amor, lo has entendido todo. Si no has entendido el amor, quizá puedas saber muchas cosas, pero todo ese conocimiento está podrido. Échalo a la basura y olvídate de él. Empieza desde el principio. Vuelve a ser un niño y empieza a quererte otra vez.

Tu lago, como yo lo veo, no tiene ondas. No ha caído en él el primer guijarro del amor.

He oído una historia danesa. Recuérdala, deja que pase a formar parte de tu reflexión. La historia habla de una araña que vivía entre las tablas de un viejo establo. Un día se dejó caer por un largo hilo hasta una tabla más baja, donde vio que había más moscas y era más fácil cazarlas. Decidió vivir permanentemente en este nivel inferior y tejió una cómoda telaraña. Pero un día se fijó en el hilo por el que había bajado que subía hasta la oscuridad de arriba. «Ya no necesito este hilo-dijo-, solo está estorbando.» Lo cortó y de ese modo destruyó toda la telaraña que estaba sujeta a él.

Esta también es la historia del hombre. Un hilo que te une con lo supremo, lo superior, llámalo Tao, existencia o divinidad. Puedes haber olvidado completamente que desciendes de ahí. Procedes del todo y tienes que volver a él. Todo vuelve a su fuente original; tiene que ser así. Entonces se cierra el círculo y uno está completo. Y te puedes sentir incluso como esta araña a la que le estorba el hilo que la une con lo superior. Muchas veces no puedes hacer algunas cosas por culpa de él, se mete en medio todo el rato. No puedes ser todo lo violento que te gustaría; no puedes ser todo lo agresivo que te gustaría; no puedes odiar todo lo que te gustaría; el hilo se vuelve a meter en medio. A veces puedes sentirte como esta araña, con ganas de cortarlo, de darle un tijeretazo para que tu camino esté despejado.

Eso es lo que dice Nietzsche: «Dios ha muerto». Ha cortado el hilo. Pero Nietzsche se volvió loco inmediatamente después. En el momento que dijo «Dios ha muerto», se volvió loco, porque de ese modo te separas de la fuente original de toda la vida. De ese modo estás privado de algo vital, esencial. Te falta algo y has olvidado que era la base misma de tu vida. La araña cortó el hilo y con él destruyó toda la telaraña que necesitaba ese hilo para sostenerse.

Estés donde estés, en tu noche más oscura, un rayo de luz te sigue uniendo con la existencia. Esa es tu vida; es lo que te mantiene vivo. Encuentra ese hilo porque es la forma de encontrar el camino de vuelta a casa.

El 5 de junio de 1910, O'Henry se estaba muriendo. Oscurecía. Sus amigos estaban a su alrededor. De repente, abrió los ojos y dijo: «Enciende la luz. No me quiero ir a casa a oscuras». Encendieron la luz; cerró los ojos, sonrió y se fue.

El hilo que te une, el rayo de vida que te da la vida es el camino de vuelta a casa. Sigues unido con la existencia por muy lejos que te hayas ido, de lo contrario no sería posible. Tú puedes haberte olvidado, pero la existencia no se ha olvidado de ti, y eso es lo que realmente importa. Intenta buscar algo que te una con la existencia. Búscalo y llegarás al mandamiento del que está hablando Jesús. Si buscas, llegarás a saber que es el amor, y no el conocimiento, lo que te une con la existencia. Y siempre que sientas amor serás enormemente feliz, porque tendrás cada vez más vida a tu disposición.

Jesús y Buda son como dos abejas. La abeja sale y encuentra hermosas flores en un valle. Vuelve, baila una danza de éxtasis cerca de sus amigas para contarles que ha encontrado un hermoso valle repleto de flores. «Venid, seguidme.» Jesús es como una abeja que ha encontrado la fuente original de la vida, un valle de hermosas flores, flores de eternidad. Vuelve y baila a tu lado para darte el mensaje: «Ven, sígueme».

Si intentas entender y buscar en tu interior, verás que el amor es la cosa más importante, más esencial que hay en tu ser. No lo dejes morir. Ayúdalo a crecer para que pueda convertirse en un gran árbol, para que los pájaros del cielo puedan cobijarse bajo tu sombra, para que tú también te puedas convertir en una abeja.

En tu éxtasis, puedes también compartir con los demás lo que has descubierto.