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Jesús, en esa pequeña frase, ha condensado toda la religión:

«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón», de eso trata la oración.

«Con toda tu mente», de eso trata la meditación.

«Y con toda tu alma»… El alma es la trascendencia del pensamiento y los sentimientos. El alma está más allá de la oración y más allá de la meditación. El alma es tu naturaleza, es la conciencia trascendental que hay en ti.

Mírate a ti mismo como si fueses un triángulo; en la parte inferior están el sentimiento y el pensamiento. Pero, hasta ahora, las únicas dos cosas que has estado experimentando son el sentimiento y el pensamiento, y no conoces la tercera. La tercera solo se puede conocer cuando el sentimiento se convierte en devoción y empieza a ir hacia arriba, y cuando el pensamiento se convierte en meditación y empieza a ir hacia arriba. Entonces, la devoción y la meditación se encuentran en un determinado punto, y ese punto es el alma. Tu corazón y tu mente se encuentran en algún sitio: eso eres tú, eso es el más allá, eso es lo que Jesús llama alma.

Este es el primer gran mandamiento.

Ahora está usando el lenguaje de un abogado. Ha dicho todo lo que quería decir; ahora llega al lenguaje de un abogado. La primera frase pertenece al plano de Jesús; la segunda frase pertenece al plano del abogado. Y Jesús intenta crear un puente entre las dos.

Este es el primer gran mandamiento. El amor es el primer gran mandamiento. De hecho, el amor no es un mandamiento en absoluto, porque no te pueden mandar amar, no te pueden ordenar mandar ni te pueden obligar. No puedes controlar y manipular el amor. El amor es más grande que tú, más elevado que tú, ¿cómo vas a controlarlo? Y si te ordenan amar, si llegase alguien como se hace en el ejército: «¡Giro a la derecha! ¡Giro a la izquierda!». Si viniera alguien y dijera, «¡Ama!», ¿qué harías? «¡Giro a la derecha!» o «¡Giro a la izquierda!» está bien, pero si te dicen «¡Ama!», no sabes hacia dónde tienes que girarte, hacia dónde tienes que ir. No conoces el camino, no es algo que se pueda ordenar.

Sí, puedes fingir y desempeñar un papel, y es lo que sucede en este mundo. La mayor maldición que ha caído sobre la tierra es haber obligado a amar. Desde la primera infancia se le enseña a amar a todo el mundo, como si se pudiera enseñar a amar: «Ama a tu madre, ama a tu padre, ama a tus hermanos y hermanas». Ama esto, ama lo otro; y el niño lo intenta, porque ¿cómo puede saber un niño que el amor no se puede fingir? Es algo que sucede y no se puede forzar.

Te estás perdiendo el amor por intentarlo demasiado. Todo el mundo está buscando amor, puedes llamarlo Dios, puedes llamarlo lo que quieras, pero en el fondo estás buscando amor. Pero no eres capaz, y no porque no lo hayas intentado sino por haberlo intentado demasiado.

El amor es algo que sucede; no se puede forzar. Por haberte obligado a amar, tu amor ha sido falsificado desde el principio, está envenenado desde su origen. No le digas nunca a un niño -no cometas ese pecado-, «Ama a tu madre». Ama al niño y permite que suceda al amor. No le digas: «Ámame porque soy tu madre o tu padre. Ámame». No se lo impongas, si no tu hijo no lo conseguirá nunca. Simplemente ama a tu hijo, y en un medio cariñoso sucede que un día hay sintonía. La armonía está en el órgano más profundo de tu ser. Algo se pone en marcha, surge una melodía, una armonía, y entonces sabes que esa es tu naturaleza. Pero no intentes crearla; simplemente relájate y permite que salga.

Este es el primer gran mandamiento. Jesús está usando el lenguaje de un abogado porque le está respondiendo, pero el amor no es un mandamiento ni puede serlo.

Y el segundo es similar a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo.

El primero es, ama a tu Dios. «Dios» quiere decir la totalidad, el Tao, Brahma. Dios no es una palabra demasiado precisa, Tao es mucho mejor, el todo, la totalidad, la existencia. Ama la existencia; eso es lo primero, lo más esencial.

Y el segundo es similar a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo.

… porque es difícil encontrar a Dios y es difícil amar a Dios cuando todavía no lo has encontrado. ¿Cómo puedes amar a Dios sí no lo conoces? ¿Cómo puedes amar lo desconocido? Necesitas algún vínculo, necesitas tener familiaridad, ¿cómo puedes amar a Dios? Parece absurdo y es absurdo. De ahí el segundo mandamiento.

Y el segundo es similar a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Leí una historia que me gustó. Un hombre docto le preguntó al rabino Abraham:

– Dicen que das a la gente drogas misteriosas y que tus drogas son efectivas. Dame una para que pueda lograr tener temor de Dios.

– No conozco ninguna droga para el temor de Dios -respondió el rabino-, pero si quieres, puedo darte una para el amor de Dios."

– ¡Eso es mejor todavía! -exclamó el erudito-. ¡Dámela!

– Es el amor hacia nuestros semejantes -respondió el rabino.

Si realmente quieres amar a Dios, tienes que empezar por amar a tus semejantes porque son los que están más cerca de ti. Y, poco a poco, las ondas de tu amor se irán expandiendo. El amor es como el guijarro que tiras a un lago tranquilo; surgen ondas que empiezan a extenderse hasta las lejanas orillas. Pero en primer lugar está el golpe del guijarro en el lago; cerca del guijarro surgen las ondas que se van extendiendo a lo lejos. Primero tienes que amar a los que son como tú, porque los conoces, porque con ellos, ai menos, puedes sentir cierta familiaridad, cierta intimidad. Después el amor puede seguir expandiéndose. Después puedes amar a los animales, a los árboles o a las piedras. Y solo entonces puedes amar la existencia como tal, pero nunca antes.

De manera que amando a los seres humanos ya has dado el primer paso. Pero en este desafortunado mundo siempre sucede lo contrario: la gente ama a Dios y mata a los seres humanos. Dicen que necesitan matar por su amor a Dios. Los cristianos matan a los musulmanes, los musulmanes matan a los cristianos, los hindúes matan a los musulmanes y los musulmanes matan a los hindúes, porque todos aman a Dios; matan a otros seres humanos en nombre de Dios. Sus dioses son falsos. Porque si tu Dios es verdadero, si realmente has conocido el significado de la divinidad, si te has dado cuenta -aunque solo sea un poco-, si has tenido algún vislumbre de qué es la divinidad, amarás a los seres humanos, a los animales, a los árboles, a las rocas, ¡amarás el amor! El amor se convertirá en tu estado natural. Pero si no puedes amar a los seres humanos, no te engañes, los templos no te van a ayudar.

Puedes decir no a Dios, pero nunca digas no a los seres humanos, porque si dices no a los seres humanos, estarás bloqueando el camino y nunca podrás alcanzar la divinidad. Di no a la iglesia, di no al templo -no pasa nada por eso-, pero nunca digas no al amor, porque ese es el verdadero templo. Los demás templos son monedas falsas, imágenes falsas, no son auténticas. Solo hay un auténtico templo y es el templo del amor. Nunca le digas no al amor; encontrarás la divinidad porque no podrá esconderse mucho tiempo.

En el segundo mandamiento, Jesús dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» porque, de hecho, tú eres toda la humanidad, con muchas caras y muchas formas. ¿No te das cuenta? Tu vecino no es otro que tú, tu propio ser con una apariencia y una forma diferentes.

Muchos ríos del mundo tienen nombres de colores. En China está el río Amarillo, en alguna parte de Sudáfrica tienen el río Rojo. En Estados Unidos he oído que está el río Blanco y el río Verde. El río en sí mismo no tiene color; el agua es incolora, pero el río toma el color del terreno por el que pasa, el color de los arbustos de los márgenes. Si pasa por el desierto, por supuesto tiene un color diferente; si pasa por un bosque, se refleja el bosque -los matorrales, el follaje-, y tiene un color diferente. Si pasa por un terreno donde el barro es amarillo, se vuelve amarillo. Pero los ríos no tienen color. Y todos los ríos, se llamen blanco, verde o amarillo, llegan naturalmente a su fin, a su destino, desembocan en el océano y se convierten en el océano.