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3. La compasión en acción

Nadie puede dejar de ser un egoísta excepto los hipócritas. La palabra «egoísta» ha adquirido un tono de condena porque todas las religiones la han condenado. Quieren que seas altruista, pero ¿por qué? Para ayudar a los demás…

Esto me recuerda algo, un niño estaba hablando con su madre y la madre le dijo: «Recuerda que siempre hay que ayudar a los demás». Y el niño preguntó: «¿Y los demás qué harán?». La madre, naturalmente, contestó: «Ayudar a los demás». El niño dijo: «Me parece un método muy raro. ¿Por qué no ayudarte a ti mismo en vez de a otro y complicar las cosas sin necesidad?».

El egoísmo es natural. Sí, siendo egoísta llega un momento en el que estás compartiendo. Cuando te encuentras en un estado de alegría desbordante es cuando puedes compartir. Ahora mismo la gente infeliz está ayudando a otra gente infeliz, los ciegos guían a otros ciegos. ¿Qué ayuda puedes ofrecer? Esta es una idea muy peligrosa que ha prevalecido a través de los siglos.

En una pequeña escuela, la profesora le dijo a los niños:

– Debéis hacer una buena acción al menos una vez por semana.

Un niño le preguntó:

– Por favor, denos al menos algún ejemplo de buenas acciones porque no sabemos lo que es bueno.

De manera que ella respondió:

– Por ejemplo: una ciega quiere cruzar la calle y la ayudáis a cruzar la calle. Esa es una buena acción; es un acto virtuoso.

La semana siguiente preguntó:

– ¿Alguno de vosotros se ha acordado de hacer lo que os dije? -Tres niños levantaron la mano-. Eso no está bien, el resto de la clase no ha obedecido, pero a pesar de todo, al menos hay tres niños que han hecho algo bueno -dijo la profesora-. ¿Qué has hecho tú? -le preguntó al primero.

– Exactamente lo que usted dijo -contestó-. Ayudé a cruzar la calle a una ancianita ciega.

– Eso está muy bien -dijo la profesora-, que Dios te bendiga-. ¿Qué has hecho tú? -le preguntó al segundo.

– Lo mismo -contestó-, ayudé a cruzar la calle a una ancianita ciega.

La profesora estaba un poco sorprendida, ¿dónde han encontrado a tantas ancianas ciegas? Pero como se trata de una gran ciudad pueden haber encontrado dos. Preguntó al tercero y este le dijo:

– He hecho exactamente lo que han hecho ellos, ayudar a cruzar la calle a una ancianita ciega.

La profesora exclamó:

– Pero ¿dónde habéis encontrado a tres ciegas?

– No lo entiendes -dijeron-, no había tres ciegas, solo había una y ¡fue tan difícil ayudarla a cruzar la calle! Nos daba golpes gritando y chillando porque no quería cruzar, pero nosotros estábamos empeñados en realizar una buena acción. Se reunió un montón de gente a chillarnos, pero les dijimos: «No os preocupéis, sólo queremos ayudarla a cruzar la calle». ¡Pero ella no quería cruzarla!

Dicen a la gente que ayude a los demás, pero ellos mismos están vacíos. Dicen a la gente que ame a los demás -a sus vecinos, a sus enemigos- pero nunca les han dicho que se amen a sí mismos. Directa o indirectamente, todas las religiones dicen a la gente que se odie. La persona que se odia no puede amar a nadie; solo puede fingir que ama.

Lo fundamental es amarte tanto a ti mismo que el amor rebose y alcance a los demás. No estoy en contra de compartir, pero estoy absolutamente en contra del altruismo. Estoy a favor de compartir, pero primero debes tener algo para compartir. De ese modo no estarás haciendo algo como una obligación hacia nadie, sino al contrario, la persona que recibe algo de ti te está haciendo un favor. Deberías estar agradecido al otro, porque podía haber rechazado tu ayuda y ha sido generoso aceptándola.

Siempre insisto en decir que el individuo debería sentirse tan feliz, tan dichoso, tan silencioso, tan satisfecho, que gracias a ese estado de satisfacción empieza a compartir. Está tan pleno como una nube cargada de lluvia que debe descargarla.

Si resulta que sacia la sed de los demás o la sed de la tierra, esto es secundario. Si cada individuo está lleno de alegría, lleno de luz y lleno de silencio, lo compartirá sin que nadie se lo diga, porque compartir es una felicidad. Dárselo a alguien produce más alegría que obtenerlo.

Pero habría que cambiar toda la estructura. No habría que decir a las personas que fuesen altruistas. Si son desdichados, ¿qué le van a hacer? Si son ciegos, ¿qué le van a hacer? Si han derrochado su vida, ¿qué le van a hacer? Solo pueden dar lo que tienen. De manera que la gente está dando a todo el que entra en contacto con ellos infelicidad, sufrimiento, angustia y ansiedad. ¡Eso es el altruismo! No, yo prefiero que todo el mundo sea absolutamente egoísta.

Los árboles son egoístas: aportan agua a sus raíces, aportan savia a sus ramas, a sus hojas, a sus frutos y a sus flores. Y cuando florecen esparcen su perfume a todo el mundo, tanto conocido como desconocido, familiar o extraño. Cuando están cargados de fruta, comparten y dan sus frutos. Pero si enseñases a los árboles a ser altruistas morirían, del mismo modo que toda la humanidad está muerta, solo son cadáveres andantes. Y ¿hacia dónde van? Van hacia el cementerio para descansar finalmente en su tumba.

La vida debería ser una danza y la vida de todo el mundo puede convertirse en una danza. Debería ser una música, y después podrás compartir; tendrás que compartir. No es que yo lo diga, es una de las leyes fundamentales de la existencia: cuanto más compartes tu dicha, más crece.

Por eso enseño egoísmo.

NO SEAS UN ABOGADO, SÉ UN AMANTE

En Mateo 22 se dice:

Entonces, uno de ellos, que era doctor en leyes, le hizo una pregunta tentándole y diciendo: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?

Jesús le respondió: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primer gran mandamiento. Y el segundo es similar a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo.

De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.

Hay dos palabras -ley y amor- que son enormemente relevantes. Representan dos tipos de mente, son los polos opuestos. La mente jurídica nunca puede ser amorosa y la mente que ama nunca puede ser jurídica. La actitud legal no es religiosa: es política, social. Y la actitud del amor no es política ni social, sino individual, personal y religiosa.

Moisés, Manú, Marx, Mao, son mentes jurídicas; han aportado al mundo la ley. Jesús, Krisna, Buda, Lao Tzu, son personas de amor. No han dado un mandamiento legal al mundo, han dado una visión completamente distinta.

He oído contar una historia sobre Federico el Grande, rey de Prusia, que era una mente jurídica. Fue a verle una mujer para quejarse de su marido. «Majestad -le dijo-, mi marido me trata muy mal.»

Federico el Grande dijo: «Eso no es asunto mío».

Pero la mujer insistía: «No solo eso. Majestad, también habla mal de usted».

Federico el Grande contestó: «Eso no es asunto tuyo». Así es la mentalidad jurídica.

La mente jurídica siempre está pensando en la ley y nunca en el amor. La mente jurídica piensa en la justicia pero nunca piensa en la compasión; y la justicia sin compasión nunca puede ser justa. Una justicia que no tenga compasión está abocada a ser injusta; pero una compasión que aparentemente es injusta no puede ser injusta. La propia naturaleza de la compasión es ser justa; la justicia sigue a la compasión como una sombra. Pero la compasión no sigue a la justicia como una sombra porque la compasión es lo verdadero, el amor es lo verdadero. Tu sombra te sigue pero tú no sigues a tu sombra. La sombra no puede guiar, la sombra tiene que seguir. Y esta es una de las grandes controversias de la humanidad: si Dios es amor o ley, si Dios es justo o compasivo.

La mente jurídica dice: Dios es la ley. Pero la mente jurídica no puede saber qué es Dios porque Dios es otra forma de decir amor. La mente jurídica no puede alcanzar esa dimensión. La mente jurídica responsabiliza de todo a los demás: a la sociedad, a la estructura económica y a la historia. Para la mente jurídica, los demás siempre son culpables. El amor se hace responsable de sí mismo; siempre soy yo el responsable, no tú.