Изменить стиль страницы

Nadie aprende nada del castigo. Ni siquiera la persona que está siendo castigada aprende lo que quieres que aprenda. Sí, aprende algo: aprende a endurecerse.

En cuanto alguien va a la cárcel, la cárcel se convierte en su casa porque allí encuentra gente con una mentalidad muy parecida a la suya. Allí encuentra su verdadera sociedad. Cuando estaba fuera era un extraño, pero en la cárcel está en su mundo. Todos hablan su mismo idioma y además son expertos. Es posible que tú seas un aficionado o un aprendiz y este sea tu primer curso.

He oído contar una historia sobre un hombre que va a la cárcel y ve descansando en la oscura celda a un viejo. El viejo le pregunta: «¿Cuánto tiempo te toca estar aquí?».

El recién llegado responde: «Diez años».

El viejo le dice: «Entonces puedes quedarte cerca de la puerta. ¡Solo diez años! Pareces un aficionado. A mí me toca estar aquí cincuenta años, así que quédate cerca de la puerta. Pronto estarás fuera».

Pero cuando pasas diez años con expertos aprendes todas sus técnicas, estrategias y métodos. Aprendes de su experiencia. Descubrirás que las cárceles son una especie de universidad donde se enseña a delinquir a expensas del gobierno. Encontrarás profesores de crimen, decanos, vicerrectores y rectores de la facultad del crimen… personas que han cometido todos los crímenes que puedas imaginar. Sin duda, el recién llegado empieza a aprender.

He estado en muchas cárceles y en todas ellas la atmósfera era esencialmente la misma. El denominador común de todas las cárceles y prisiones que he visitado es que lo que te lleva a la cárcel no es el crimen, sino que te atrapen. De manera que tienes que aprender la forma correcta de hacer las cosas que están prohibidas. No es cuestión de hacer cosas buenas, sino de hacer de forma correcta lo que está prohibido. Y en la cárcel todos los presos aprenden la forma correcta de hacer lo que está prohibido. He hablado con presos que decían: «Estamos ansiosos de salir porque hemos aprendido tanto, que queremos ponerlo en práctica. Solo nos falta el aspecto práctico, antes de que nos cogieran todo era conocimiento teórico, pero necesitas que la sociedad de la cárcel te enseñe la parte práctica».

Cuando alguien se convierte en delincuente habitual, ya no se encontrará a gusto en ningún otro sitio y, antes o después, volverá a la cárcel. Al cabo del tiempo, la cárcel se convierte en su sociedad alternativa. Es más cómoda, se siente más en casa y nadie le desprecia. Los demás también son criminales, no hay sacerdotes ni sabios, ni santos. Son pobres seres humanos con todas sus flaquezas y debilidades.

Fuera se siente rechazado, abandonado.

En mi pueblo, había un delincuente habitual. Era un hombre muy bello; se llamaba Barkat Mian. Solía pasar casi nueve meses en la cárcel y tres meses fuera. En esos tres meses tenía que presentarse en la comisaría todas las semanas para que vieran que todo estaba bien y que seguía ahí. Yo tenía una gran amistad con ese hombre pero mi familia estaba muy enfadada conmigo y me decían:

– ¿Por qué te juntas con Barkat? Dime con quién vas y te diré quién eres -me solían decir.

– Ya entiendo -respondía-. Eso quiere decir que a Barkat le conocerán por ir conmigo, y no es malo darle un poco de respetabilidad a alguien.

– ¿Cuándo vas a ver las cosas de la forma correcta? -me recriminaban.

– Estoy viéndolas de la forma correcta -respondía-. En vez de degradarme Barkat a mí, yo le estoy ensalzando a él. ¿Creéis que su maldad es más poderosa que mi bondad? No confiáis en mi integridad sino que confiáis en la integridad de Barkat -les dije-. Sea cual sea vuestra opinión, yo confío en mí mismo. Barkat no puede hacerme ningún daño. Si alguien va a causar algún daño a alguien, seré yo quien se lo haga a Barkat.

Realmente, era un buen hombre, muy amable, y solía decirme:

– No deberían verte conmigo. Si quieres que nos encontremos y hablemos, podemos quedar a las afueras del pueblo, junto al río.

Él vivía cerca del cementerio musulmán, donde no va nadie a menos que haya muerto; solo se va una vez. No le permitían vivir en el pueblo. En el pueblo nadie estaba dispuesto a alquilarle una casa. Por mucho que quisiera pagar, no le alquilaban nada. Nadie quería meterle en su casa.

– ¿Por qué te convertiste en ladrón? -le pregunté a Barkat.

– La primera vez que me metieron en la cárcel -dijo-, yo era totalmente inocente, pero como era pobre, no podía contratar a un abogado y mi familia quería meterme en la cárcel por intereses creados. Mi padre y mi madre murieron cuando tenía muy pocos años, catorce o quince, y mis otros familiares querían quedarse con todos los bienes de la familia, la casa, las tierras… pero para hacerlo tenían que quitarme de en medio. Y lo consiguieron. Me metieron algo en una bolsa que tenía en casa; no hubo forma de evitarlo. Cuando encontraron la bolsa me metieron en la cárcel. Al salir, ya no existía mi terreno, mi casa había sido vendida y mis familiares habían conseguido dispersar y distribuir todo. Estaba en la calle.

»Al principio, cuando llegué, era inocente, pero cuando salí ya no era inocente porque me había graduado. En la cárcel le conté a todo el mundo lo que me había pasado y me dijeron: "No te preocupes, estos nueve meses pasarán pronto pero en ese tiempo te daremos los retoques finales y podrás vengarte de todo el mundo".

»Primero empecé por vengarme de todos mis parientes; no fue más que lo uno por lo otro. Me habían obligado a convertirme en un ladrón, y ahora podía demostrar que lo era. Fui contra todos mis allegados y les robé todo lo que tenían. Pero, poco a poco, me fui involucrando más. Te puedes librar en diez casos, pero en el undécimo te pescan. Cuanto más viejo y más eficiente te vuelves, menos te pescan. Pero surge un problema: la cárcel es un sitio relajante, unas vacaciones del trabajo, de las preocupaciones, y de todas esas cosas. Unos cuantos meses en la cárcel son buenos para la salud… una vida disciplinada con un horario para levantarse, ir al trabajo, y acostarse. Y comida suficiente para mantenerte vivo.

»Nunca me pongo enfermo en la cárcel -dijo-, excepto cuando lo finjo para que me manden al hospital y así tener unas pequeñas vacaciones. Cuando estoy fuera me pongo enfermo, pero cuando estoy dentro nunca. El mundo de fuera es un mundo extraño; todo el mundo es superior y yo soy inferior. Solo tengo sensación de libertad cuando estoy en la cárcel.

¡Que raro! Cuando dijo eso yo le pregunté:

– ¿Dices que en el cárcel te sientes libre?

– Así es -respondió-, solo en la cárcel me siento libre.

¿Qué clase de sociedad es esta donde la gente se siente libre en la cárcel y aprisionada cuando está fuera?

Y esta es la historia de cualquier delincuente. Al principio es algo insignificante -tal vez tenía hambre o frío, necesitaba una manta y la robó-, pequeñas necesidades que hay que satisfacer; si no fuera por eso no habría este tipo de personas en la sociedad. Nadie le pide a la sociedad que engendre a este tipo de personas. Por una parte cada vez hay más gente y no hay bastante comida, ni ropa, ni cobijo para todo el mundo. Entonces, ¿qué esperabais? Estáis poniendo a la gente en situación de verse abocados a ser delincuentes.

Si queremos que desaparezca el crimen, hay que reducir la población del mundo a la tercera parte.

Pero nadie quiere que desaparezca el crimen, porque la desaparición del crimen implica la desaparición de vuestros jueces, abogados, expertos en leyes, parlamentos, policías y carceleros. Crearía mucho desempleo y nadie quiere que las cosas cambien a mejor.

Todo el mundo dice que las cosas deberían cambiar a mejor, pero todo el mundo sigue haciendo que vayan a peor, porque cuanto peor van las cosas, más empleados hay. Cuanto peor van las cosas, más oportunidades tienes de sentirte bien. Los criminales son necesarios para que os sintáis éticos y respetables. Los pecadores son necesarios para que los santos se sientan santos. Sin pecadores, ¿quién sería santo? Si toda la sociedad estuviese formada por personas buenas, ¿crees que os habríais acordado de Jesucristo durante dos mil años? ¿Para qué? La sociedad criminal es la que recuerda a Jesucristo durante dos mil años.