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Al terminar la fiesta, Dong Yi me acompañó de regreso a mi residencia. Aquella noche hacía un frío glacial. La temperatura rondaba los diez grados bajo cero. El viento rugía. Me dolía cuando respiraba.

– Lo siento, Wei. Creí que te lo pasarías bien en la fiesta.

El vaho y el olor a cerveza emanaban de la boca de Dong Yi cuando hablaba.

– No pasa nada. Me lo he pasado bien -mentí. Me dolía tanto la cabeza que me parecía mejor limitarme a dejar que se me resquebrajara.

– No me esperaba toda esa charla sobre Lan. Lo lamento mucho.

– No hay por qué preocuparse, de verdad, estoy bien -volví a mentir. El alcohol y las conversaciones insulsas me habían agotado. Tenía jaqueca, estaba atontada y quería irme a dormir.

Pero no podía conciliar el sueño. Di vueltas en la cama pensando en Lan. ¿Venía a menudo a Pekín? Tal vez Dong Yi me ocultaba sus visitas. ¿Le ocultaba a ella el hecho de que pasaba conmigo la mayor parte de su tiempo libre? ¡Oh, cómo me dolía la cabeza! ¿Qué había entre ellos, y entre nosotros?

Al final, no sé cómo, me quedé dormida. Cuando me desperté ya me había perdido el desayuno y la clase matutina. Me fui a un restaurante del campus llamado Yanchun Garden en el que servían desayunos hasta las once de la mañana. Me compré un tazón de gachas de arroz y dos bollos de carne y verduras al vapor justo antes de que cerraran la ventanilla de los desayunos. Después de comer sentí la cabeza mucho mejor. Conté el dinero que me quedaba en el monedero, se lo di todo al hombre de rostro grasoso que había detrás del mostrador y compré una botella de champán chino.

Cuando llamé a la puerta de Dong Yi, él aún dormía. Al cabo de unos minutos abrió la puerta, con aspecto aturdido. Llevaba el pelo despeinado, apuntando en todas direcciones.

– ¿Qué hora es? -preguntó al tiempo que me dejaba entrar.

– Casi las doce del mediodía.

Dejé el champán sobre la mesa.

– ¿Y esto? ¿Hay algo que celebrar?

– No. Me sobraba suficiente dinero para comprarla. ¿Tenías clase esta mañana? ¿No? Bueno, yo me perdí la mía. He pensado que, total, podríamos seguir bebiendo.

De modo que bebimos champán en tazas de té. Dong Yi no desayunó. A la media botella de champán, estaba bastante borracho.

– Cuando empecé a salir con Lan, tenía diecinueve años, como tú -me dijo Dong Yi después de que yo le hablara de Yang Tao-. Éramos compañeros de clase en el instituto. La ayudé a preparar los exámenes de ingreso a la universidad. Yo entré, pero ella no.

Llevaban seis años juntos.

– Sí, seis años es mucho tiempo. Uno piensa que, después de tanto tiempo, dos personas deberían conocerse, pero me da la impresión de que ahora sé menos de Lan. Nunca hablamos de las cosas que tú y yo discutimos. Ni de filosofía, ni de política, ni de literatura, nada.

– ¿Ella siempre ha sido así?

– No lo creo. Antes nos llevábamos muy bien. Podíamos hablar de verdad, durante horas. Las cosas parecen haber cambiado desde que vine a Pekín.

Entonces explicó que Lan era una persona frágil, con muchas posibilidades de contagiarse en cuanto alguien enfermaba. Había llegado a depender de él porque tenía muchos problemas con sus padres, en especial con su padre. Eran personas que no habían recibido educación. Su madre trabajaba en una fábrica textil y su padre era minero. Le habían dicho que su felicidad dependía de si se casaba bien.

– ¿Vais a casaros? -pregunté, temiendo la respuesta. Para ella sería un buen matrimonio, un marido con un master en física de la Universidad de Pekín.

Dong Yi sonrió turbado y no contestó a mi pregunta.

– ¿Sabes que he dejado pasar una oportunidad de estudiar en el extranjero? -preguntó en cambio-. Mi antigua universidad quería enviarme a Estados Unidos para hacer el curso de posgrado a condición de que regresara para enseñar aquí. Dije que no. ¿Sabes por qué? ¡Porque quería irme de Taiyuan!

– Bueno, ya lo has hecho. Ahora estás en Pekín.

– Pero no puedo quedarme. Lan no puede trasladar su Hukou. -Dong Yi parecía triste. Nunca lo había visto triste-. A veces te preguntas por qué vivir una vida así. ¿Qué sentido tiene? -suspiró.

Se supone que el champán te hace entrar en calor, pero en lugar de eso me hizo temblar. No, no era el champán, era por ver el dolor de mi amado. No podía soportarlo. No podía verle sufrir.

– No desesperes. Tal vez haya algunas cosas que puedas hacer para traer a Lan aquí. No sé cuáles, pero trasladar un Hukou es posible. Mi padre se trasladó a Pekín.

– Sí, desde Shanghai. Siempre es más fácil ir de pleamar a bajamar, pero imposible en dirección contraria.

– ¿Qué estás diciendo?

– No tengo más remedio que abandonar mi carrera y volver con Lan después del posgrado.

No podía creer lo que acababa de oír. ¿Cómo podía ser que un joven destruyera el futuro que se había ganado con su propio esfuerzo? Dong Yi estaba cargando con mucha responsabilidad. Era demasiado noble, demasiado abnegado. No podía dejar que lo hiciera.

En su voz percibí el grito del ansia de escapar. «Ven aquí, amor mío -pensé-. Dame la mano. Hemos llegado muy lejos. ¡Ahora ya estamos muy cerca!»

De pronto regresó Ning e interrumpió nuestra conversación. Se nos había pasado el día. Ya casi era última hora de la tarde, la botella de champán hacía ya rato que estaba vacía.

En la China en la que me crié, sencillamente no era aceptable que los miembros de una pareja que no estuvieran casados vivieran juntos o practicaran sexo. En el campo, donde los matrimonios concertados son habituales, la novia y el novio se conocían, se casaban y tenían un hijo en cuestión de un año. Incluso en ciudades como Pekín, la vía principal que tenían los jóvenes para encontrar esposa era mediante una boda concertada. Así se conocieron mis padres. Cuando dos personas han sido presentadas, normalmente pasan un tiempo conociéndose y luego se casan antes de un año (en ocasiones al cabo de unos pocos meses). De modo que una relación de seis años era, como mínimo, poco frecuente, si no una señal de problemas e infelicidad.

Aquella noche me senté y le escribí una carta a Dong Yi. Decidí que había llegado el momento de explicarle cómo me había sentido desde el día que lo conocí y de pedirle que tomara mi vida en sus manos.

«Queridísimo Dong Yi:

Espero no molestarte escribiéndote esta carta. No quiero suponer que de algún modo me hayas animado a hacerlo y voy a aceptar tu decisión cualquiera que ésta sea. Pero tengo que contarte mis sentimientos, porque si no lo hago temo que se me rompa el corazón. Está demasiado henchido y pesado para poder soportarlo más tiempo. Estoy enamorada de ti desde el momento en que nos conocimos.

Es probable que haga tiempo que sepas cómo me siento porque, cuando se trata de emociones, no miento muy bien. Sé que tal vez sea injusto que lo diga, pero creo que nadie podría quererte más que yo. Te comprendo, comprendo tus ideas y tus sueños. Amo tu mente y tu espíritu tanto como el suave roce de tu mirada y el calor de tus manos.

Hace mucho tiempo inicié un viaje en busca del amor y la belleza, un viaje que durará toda una vida. ¿Quieres venir conmigo en este viaje y ser mi estrella polar?»

Tímidamente, metí la carta por debajo de la puerta de Dong Yi. Pasaron unos días; él no vino a verme. De modo que fui yo a verlo a él. «Tal vez no recibió la carta», pensé.

– Sí, la recibí y la leí muchas veces.

Sostenía la carta en la mano. El corazón me palpitaba expectante en el pecho.

– Lo lamento -añadió al fin.

Aunque me había preparado para todas las posibilidades, se me saltaron las lágrimas.

– No llores, por favor. No es mi intención hacerte daño, a ti menos que a nadie, mi querida Wei. Esto es lo que me da miedo: hacer daño a la gente que me importa.

– Está claro que yo no te importo lo suficiente -sollocé.

– No, eso no es cierto. Por favor, escúchame, Wei. Si le dijera esto mismo a Lan, ella no lo soportaría, puedes creerme -dijo mirándome fijamente a los ojos. ¿Qué buscaba, alguna señal de fortaleza o de dolor? Yo le devolví la mirada y vi mucho dolor.

– Me dijo que si algún día la dejaba, se moriría. No sé si lo decía en serio. Pero me lo imagino, y es una idea espantosa. Soy todo lo que tiene. He sido toda su vida durante los últimos seis años. No puedo arriesgarme -continuó diciendo Dong Yi con voz más suave-. Ahora sufres, pero sobrevivirás. Eres fuerte. Encontrarás a alguien a quien volver a amar.

– Pero yo no quiero amar a alguien, quiero amarte a ti -lloré, aunque me había pedido que no lo hiciera-. ¿Tú la quieres?

Dong Yi no respondió inmediatamente. Apartó la mirada. Cuando sus ojos volvieron a encontrarse con los míos, dijo:

– Sí. -Se interrumpió durante unos segundos-. Pero es complicado. Lan y yo hace mucho tiempo que estamos juntos. Nuestras familias ya son prácticamente una. Con frecuencia Lan comprueba cómo están mis padres y cuida de mi hermana pequeña, que tiene catorce años. Hace años que sus padres nos están presionando para que nos casemos. Si rompo con Lan, todos sus amigos y todas las personas que la conocen me repudiarán, y lo mismo le ocurriría a mi familia con toda la gente que conoce.

– ¿Y qué pasa con la felicidad y el amor? Aunque a ti te den lo mismo, ¿es que ella no los merece?

– Tendrías que ver lo feliz que es cuando voy a casa. Le estoy muy agradecido, especialmente ahora que estoy lejos. Se ha portado bien conmigo y con mi familia durante tantos años… No sé, Wei. Tú eres joven. Tú piensas que el mundo es blanco y negro. En realidad no es así de simple cuando se trata del amor o la felicidad. ¿Podemos vivir felices aislados de la sociedad y de la familia?

Dong Yi sacó Ana Karenina de debajo de su almohada y lo abrió. Metió cuidadosamente mi carta dentro.

– ¿Podría quedarme con la carta, por favor?

– ¿Para qué, para poder pensar mal de mí?

– No, sólo para pensar en ti.

Cuanto más trataba de aliviar mi sufrimiento Dong Yi, más lloraba yo. Daba igual lo mucho que deseara ser fuerte, no podía dejar de llorar. Sus palabras habían penetrado en mi corazón y lo habían hecho sangrar. El dolor paralizaba mi cuerpo.

Después de abandonar su habitación, me desplomé en las escaleras de la entrada del edificio. No lo entendía.

¿Por qué tuve que toparme con él y con su triste sonrisa? ¿Por qué tuve que conocerle sólo para que pudiera romperme el corazón una y otra vez? Era una estrella, pero no brillaba para mí.