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Capítulo 4: Matrimonio

«No se puede remediar, todas las flores se han marchitado… Lo único que puedo hacer ahora es pasear solo por el perfumado jardín.»

Ann Zhu, siglo ix

Había transcurrido un año desde que conocí a Dong Yi. Más o menos me había resignado al hecho de que, si quería seguir viendo a Dong Yi, debía enterrar mis verdaderos sentimientos y pensar que para él no era nada más que una buena amiga. De modo que veía con frecuencia a Ning y a Dong Yi juntos y, en nuestra última excursión antes de las vacaciones de verano, los tres habíamos decidido ir a dar un paseo en bote. Fuimos al Jardín del Bambú Púrpura, un parque situado en el centro de Pekín, famoso por sus lagos intercomunicados. El día era húmedo y gris; estuvimos deliberando si ir o no ir, pues se habían pronosticado lluvias. Al final decidimos ir porque tal vez no volviéramos a vernos durante todas las vacaciones estivales. Dong Yi, como era de suponer, iba a volver a Taiyuan. Yo pensé en viajar hasta el monte Huangshan, las Montañas Amarillas del sur.

Situadas en la zona más meridional de la provincia de Ann Hui, las Montañas Amarillas habían simbolizado durante mucho tiempo la magnificencia, la belleza y el misterio. Li Bai (701-762), el gran poeta de la dinastía Tang, escribió los siguientes versos:

A miles de pies de altura se alzan las Montañas Amarillas

Con sus treinta y dos magníficos picos

Que florecen como doradas Jlores de loto

Entre rojos peñascos y columnas de piedra

Las Montañas Amarillas eran las cimas más altas de las tierras bajas del Yangtsé y eran famosas por ser un lugar desde el que observar la salida del sol. Así pues, al igual que muchos chinos, hacía tiempo que uno de mis sueños era subir a lo alto de las montañas y contemplar cómo el sol se elevaba desde las llanuras de China central. Sin embargo, Ning no quiso revelar sus planes e insistió en que nos los contaría cuando estuviéramos en el bote.

Aquel día no había mucha gente alquilando barcas. Elegimos un bote blanco con bandas rojas cuya pintura era tan reciente que aún brillaba. A lo lejos, en la distancia, las barcas blancas eran como puntitos que salpicaban el horizonte. El lago estaba en calma, aunque nos daba la sensación de que las oscuras aguas ocultaban secretos. Un grupo de chavales de instituto pasaron remando junto a nosotros, cantándose los unos a los otros desde los cuatro botes que ocupaban.

Las olas siguen nuestros remos

Cielo azul y nubes blancas

Un mañana radiante

Nuestros corazones laten por un mañana radiante

Nos reímos. Recordé que cuando tenía su edad solía cantar la misma canción. ¡Qué entusiasmo y esperanza teníamos cuando estábamos listos para entrar en la universidad! Cada uno a su manera, los envidiábamos, sentíamos envidia de su despreocupada juventud, llena de ilusión y esperanza por la vida que se les presentaba.

De pronto, Ning se volvió hacia nosotros y dijo, cuando menos nos lo esperábamos:

– La semana pasada recibí una carta de la Universidad de Nuevo México. Al parecer alguien ha renunciado y han sacado mi nombre de la lista de espera. Me han dado una beca para estudiar en su programa de doctorado. No quería decir nada hasta que estuviéramos los tres juntos. Chicos, ¡he aceptado la oferta y en septiembre me marcho a Estados Unidos!

Nos miró con ojos brillantes, esperando.

– ¡Es fantástico! ¡Felicidades!

De repente, Dong Yi se movió hacia delante con las manos extendidas. El bote dio un bandazo, él se cayó encima de Ning y casi lo tira al agua. Yo también felicité a Ning y me acordé de lo que me había dicho cuando nos conocimos. Me alegré muchísimo al ver que una persona amable, generosa e inteligente como él obtenía un resultado tan maravilloso como aquél. También fue muy emocionante para mí presenciar la felicidad de mi querido amigo, la felicidad de un sueño convertido en realidad.

Pero, al mismo tiempo, tenía una profunda sensación de pérdida. No podía creer que Ning nos iba a dejar muy pronto para marcharse a un país del otro extremo del planeta y del que en realidad sabíamos muy poco. ¿Cuándo volvería a verlo? Tal vez nunca. Me puse a pensar también en Dong Yi. Sin Ning, ¿cómo iba a cambiar mi relación con Dong Yi?

– Vayamos a la orilla a por cacahuetes tostados y helado. Esto se merece una gran celebración -dijo Dong Yi con una sonrisa.

Durante los días siguientes, los tres permanecimos juntos y comimos más y más a cuenta de la celebración. Una noche tomamos sopa de wonton en un pequeño puesto de una calle cercana. Otra noche comimos Tian Ji Gou Zi, colines fritos con salsa picante y tortas de huevo. Por último, un día terriblemente caluroso tomamos fideos fríos coreanos en un pequeño restaurante.

Cuando terminamos de comer ya había oscurecido y al salir hacía una noche fresca y brillante en la que las estrellas titilaban en el cielo como diamantes. Me llegaba el aroma de jazmín desde el otro lado de las paredes de la universidad. Hablamos de ir juntos al lago, como habíamos hecho tantas otras veces.

– Lo siento -dijo Ning-. No puedo ir al lago con vosotros. Tengo que volver al laboratorio para terminar un experimento.

– ¿No puedes terminar el experimento mañana? Es una pena, hace una noche realmente hermosa -le supliqué con dulzura.

– No. Se lo prometí a mi tutor. Está esperando el resultado -explicó Ning al tiempo que se movía de un lado a otro.

De modo que Dong Yi y yo nos despedimos de Ning y emprendimos nuestro camino entrando por la puerta sur hacia el lago Weiming.

La luna llena se cernía sobre la pagoda, como si alguien hubiera colgado un gigantesco farolillo blanco. Era una noche apacible, apenas hacía viento, aunque de vez en cuando unas suaves ondas afloraban desde alguna parte y desdibujaban el reflejo de la luna perfecta. En lo más profundo del bosque, el canto de los grillos era intenso. Había unas cuantas farolas repartidas alrededor del lago.

Nos alejamos del camino principal y bajamos hacia el lago mientras buscábamos algún lugar donde sentarnos. La mayoría de los bancos que había en el lago estaban bajo sauces llorones que se inclinaban sobre ellos o detrás de arbustos que llegaban a la altura de la cintura, lugares que, al abrigo de la oscuridad, eran los más privados del campus.

– Me temo que esta noche todos los bancos están ocupados -susurró Dong Yi mientras pasábamos junto a jóvenes enamorados fundidos en un estrecho abrazo. No podían ir a ningún otro sitio que no fuera a los bancos de alrededor del lago.

Nos detuvimos en el puente de piedra. La luna también se había detenido allí, debajo de nosotros, en el agua. Dong Yi se apoyó contra las columnas del puente, que tenían esculpidos en ellas leones en varias poses.

A su lado, notando el roce de mi piel contra la suya, me quedé mirando hacia el agua y la luna.

– ¿Y tú no has pensado en marcharte a Estados Unidos? -me preguntó.

– Nunca. Pero ahora que Ning se va, quizá también deba pensar en ello.

En aquellos tiempos muchos estudiantes querían irse a Estados Unidos, y algunos de ellos descuidaban sus estudios para concentrarse en los exámenes de ingreso de las universidades norteamericanas. Pero yo no era uno de ellos, si bien alguna que otra vez me había preguntado cómo sería el mundo fuera de China y pensaba que estaría muy bien verlo por mí misma algún día. Pero, hasta que Ning se marchó, no me sentía preparada para explorar aquel mundo lejano y desconocido.

– ¿Y qué me dices de ti? -pregunté, y me volví para mirar a Dong Yi. Lo que vi fue su sombra a la luz de la luna.

– Ya sabes lo que pienso, podemos hacer más por nuestro país si nos quedamos.

Dong Yi se mantenía firme. Yo conocía y siempre había respetado su deseo de retribuir a nuestra sociedad y de luchar para que China tuviera un mañana mejor.

– Es una lástima que se marchen de China tantas personas inteligentes y cultas. -Dong Yi suspiró-. Pero ¿quién puede culparles? Todo está prohibido: carteles, manifestaciones y debates políticos.

Irse a Estados Unidos se había puesto de moda desde principios de 1987, después de que el gobierno prohibiera las manifestaciones estudiantiles. Puesto que el entorno político era cada vez más represivo, las jóvenes generaciones de chinos perdieron la esperanza. Cada vez eran más los que se marchaban, principalmente como estudiantes de posgrado, a Estados Unidos.

– En mi clase hay mucha gente que se va a Estados Unidos este año, lo cual me hace pensar dos veces mis propias decisiones. Liu Gang se sorprendió al oírme decir esto. No creo que haya cambiado. Es que es muy difícil mantener viva la esperanza -prosiguió Dong Yi.

– Si te fueras, aún estarías más lejos de Lan -dije yo.

Dong Yi se dio la vuelta y también se apoyó en el puente. Debajo de nosotros, la luna parecía más real que la que había en el cielo.

– Supongo que sí -replicó en voz baja.

Ambos nos volvimos al mismo tiempo para mirarnos. Nuestros rostros estaban tan cerca que notaba el aliento de Dong Yi. La luna iluminaba su cara. Había algo en su mirada que me hacía estar segura de que el anhelo que yo tenía -de que se inclinara hacia delante, me abrazara, me susurrara palabras de amor, quizá incluso de que me besara- ardía en su interior tanto como lo hacía en el mío.

Entonces dio un paso atrás. Una ligera brisa alteró el reflejo de la luna y continuamos andando. Empecé a notar el peso de la bolsa con los libros y me la pasé al otro hombro.

– ¿Has escrito algún poema nuevo últimamente? -me preguntó.

– Sí. De hecho, ayer mismo terminé uno.

– ¿Lo tienes aquí, puedo leerlo?

– Bueno…, no estoy segura…, podría ser que no te gustara nada.

– No seas tonta. Me encantan tus poemas. Pienso sinceramente que deberías pensar en publicarlos. Quizá presentar algunos a una revista, ¿no? Yo no sé mucho de poesía, pero creo que tienes talento para las palabras.

– No sé, tengo una gama muy limitada. Todo lo que escribo es sobre el amor y la pérdida. A veces me pregunto si llegarán a interesarle a alguien.

– A todo el mundo. ¿Qué otras cosas hay en la vida aparte del amor, la felicidad, la pérdida y el dolor? No muchas, me parece a mí. Vamos, enséñamelo, por favor.

Le di el pedazo de papel en el que había escrito mi último poema. Nos quedamos debajo de una farola para que pudiera leerlo. Yo seguí sus ojos, que avanzaban por la página, y aguardé con nerviosismo su reacción. Me pregunté si sabía que escribía pensando en él.