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Nos sentamos uno junto a otro en la cama de Yang Tao para mirar sus álbumes de fotos mientras él me explicaba dónde estaban tal y tal sitio y qué estaba pasando en el momento de la fotografía. Entonces dejó el álbum de fotos en el suelo y me tumbó en la cama. Lentamente empezó a besarme.

– No te preocupes. La primera vez será doloroso, pero iré con mucho cuidado -me susurró al oído al tiempo que me levantaba la falda y me quitaba las bragas.

Aunque tenía veinte años, nunca había tenido una experiencia sexual. Por supuesto que sabía lo que ocurría desde el punto de vista biológico, pero no sabía cómo debía reaccionar o qué debía hacer. Permanecí inmóvil.

Después, Yang Tao me observó mientras volvía a ponerme la ropa. Yo me sentía fatal, el dolor que notaba entre las piernas era fuerte, pero la forma en que él reaccionó me pilló por sorpresa. De pronto le entró el pánico y dijo:

– Supongo que no tomas anticonceptivos. Tenemos que conseguirte algunas pildoras del día siguiente. No querrás quedarte embarazada.

En aquel momento sentí miedo: un embarazo. ¿Qué iba a hacer si ocurría? ¿Cómo me enfrentaría a mis padres? Mi vida se echaría a perder. Me expulsarían de la universidad… La idea de tener un hijo o de abortar me daba escalofríos. Y Yang Tao podría perder su trabajo en el Departamento de Asuntos Exteriores por dejar embarazada a una menor de edad. Veintitrés años era la edad mínima requerida para el matrimonio y, por lo tanto, para el sexo. Supe que Yang Tao estaba igual de preocupado cuando decidió que debíamos dirigirnos sin pérdida de tiempo a la calle mayor de Haidian para conseguir algún contraceptivo.

La tienda más grande que había en la calle principal era el herbolario-farmacia chino. Frente a la tienda, una gran cartelera mostraba un dibujo de una pareja revolucionaria y un niño sonriente, con la leyenda: «Cásate tarde, controla la natalidad». La calle mayor estaba atestada de personas de compras de fin de semana, pero, por suerte para nosotros, había poca gente en la farmacia.

En la puerta, vacilamos. Yang Tao dijo:

– Tenemos que actuar con naturalidad. Diremos que estamos casados, que hemos tenido un accidente y que necesitamos pildoras del día después.

Entramos. Me temblaban las manos. La tienda era más ancha que larga y, todo alrededor, había unos mostradores de cristal que llegaban a la altura de la cintura. De pared a pared, detrás de los mostradores, había unos altos e imponentes muebles chinos para guardar medicinas con cientos de cajones diminutos y relucientes tiradores metálicos. Cuando era pequeña, pensaba que ir al herbolario era algo parecido a ir a un templo; la sabiduría se guardaba en aquellos cajones minúsculos, colocados unos sobre otros hasta llegar al techo.

Al entrar nos invadió el olor a raíces secas y amargas, de intestinos de animal adobados y de hierbas machacadas. Al otro lado del mostrador había sentada una mujer de mediana edad que llevaba una bata blanca y estaba leyendo una popular novela sobre los jóvenes expulsados de la universidad. Tras escuchar lo que Yang Tao le contó, nos miró estudiando nuestros rostros. Yo estaba segura de que estaba perdida. «Sabe que estamos mintiendo. Llamará a la policía. La policía vendrá y me llevará de vuelta a la Universidad de Pekín…» Aún estaba muy confusa por todo lo que me había pasado en la última hora. No duró mucho; todo terminó en cuestión de minutos. Pero me había supuesto mucho dolor y ahora amenazaba con arruinar el resto de mi vida…, ¡y tenía tantas cosas que esperar con ilusión!

– Allí, en aquellas cajas, servios vosotros mismos -dijo por último la mujer, volviendo a enterrar la cara en su libro.

Debido a la superpoblación de China, se fomentaba mucho el control de natalidad. El gobierno había hecho que las pildoras anticonceptivas y los preservativos fueran gratuitos para todo el mundo y había introducido la ley por la que una pareja sólo podía tener un hijo. Aunque sabía lo de las pildoras anticonceptivas gratuitas, me sorprendió lo fácil que era conseguirlas. Había toda clase de pastillas y dispositivos contraceptivos en unas bandejas de plástico distribuidas por toda la tienda.

Nos hicimos con una caja de cada tipo de pastilla y nos marchamos cuanto antes. Leí las instrucciones detrás de un pequeño puesto de frutas. Decían que te tomaras un comprimido en seguida y otro al día siguiente.

Entonces regresamos a la Universidad de Pekín.

La fecha de la partida de Ning ya estaba muy próxima. Un día fui a verle. A ambos nos entristecía el hecho que se iba muy pronto. Estábamos hablando del año anterior y de los momentos que habíamos pasado juntos cuando, de repente, Yang Tao irrumpió en la habitación. Sin decir una sola palabra, saltó sobre Ning y le dio un puñetazo. Mi primer impulso fue ayudar a Ning. Pero inmediatamente me di cuenta de que eso no serviría más que para empeorar las cosas. Yang Tao había supuesto equivocadamente que Ning y yo éramos amantes.

Después me enteré de que una de mis compañeras de habitación le había dicho a Yang Tao que había ido a ver a mi amigo del departamento de física. Entonces Yang Tao me registró la bolsa y encontró la dirección de Ning. Aunque Yang Tao se disculpó conmigo varias veces durante los días siguientes, el incidente me había afectado profundamente.

Llegó el otoño. Las hojas de los arces eran rojas como la sangre. El cielo parecía estar más alto sin el brumoso sol estival y el aire era fresco y cristalino.

Ning se fue de China.

Faltaba poco para la hora de la cena, mis compañeras de habitación se habían ido al comedor y yo me estaba maquillando para salir aquella noche. Yang Tao iba a llevarme a celebrar mi beca para el curso de posgrado.

Cada año, la Universidad de Pekín otorgaba una beca y una plaza en el curso de posgrado a uno o dos de los mejores estudiantes de cada departamento. Aquella misma mañana, en la primera semana de vuelta a la universidad, me habían dicho que tenía las mejores notas de mi promoción y que, por consiguiente, era la ganadora de la beca. No sólo me dieron una plaza en el curso de posgrado, sino que además me ofrecieron la oportunidad de elegir con qué profesor del departamento quería estudiar, un gran privilegio, puesto que normalmente es el profesor quien elige.

Llamé a Yang Tao para contarle la noticia.

– Estupendo. Iremos a cenar al Russian Tea House. Ponte el vestido blanco que te compré en París. Te pasaré a recoger a las siete en punto.

Aquello era muy emocionante. El Russian Tea House era un restaurante que hasta hacía muy poco tiempo sólo frecuentaban los cuadros del Partido y nunca había estado allí. Ni siquiera conocía a nadie que hubiera estado. Acababa de maquillarme cuando oí que alguien llamaba a la puerta. Yo di inmediatamente por sentado que se trataba de Yang Tao.

– Llegas pronto.

Abrí la puerta.

– ¿Ah, sí?

Me sorprendió ver a Dong Yi delante de mí. Me había estado preparando para ir a verlo, pero en aquellos momentos aún no estaba preparada. Se me quedó mirando unos segundos y sonrió.

– Hola, Wei. Hacía tiempo que no nos veíamos. ¡Qué guapa estás esta noche!

– Me alegro muchísimo de verte. Pasa, por favor.

Sentí que me invadía la felicidad al verlo; quería abrazarlo y cogerle las manos y compartir mis buenas nuevas con él. Pero no lo hice porque, en China, el contacto físico se reserva sólo para los que son novios.

– ¿Cuándo regresaste? ¿Cómo te ha ido el verano?

En cuanto lo dije pensé en Lan y en el verano entero que habían pasado juntos. En seguida lamenté haberlo preguntado.

– Bien. Me alegro de estar de vuelta. ¿Te gustó el viaje a las Montañas Amarillas?

Le hablé a Dong Yi de mi viaje y le dije que algún día tenía que conocer a Qing.

– Es muy divertida, muy nerviosa y muy rebelde. A veces encuentro extraño que sea tan temeraria, dados sus orígenes: tanto su padre como su madre son oficiales del ELP.

Pero Dong Yi interrumpió mi relato del viaje, algo que no haría normalmente, y cambió de tema.

– En realidad he venido para decirte una cosa.

– Yo también tengo algo que contarte. Estoy muy emocionada. ¡Me han concedido la beca para el curso de posgrado!

– ¡Felicidades! Es estupendo, Wei.

Entonces oí que alguien llamaba a la puerta.

– Espera un momento, déjame ver quién es.

Abrí la puerta. Era el novio de una de mis compañeras de habitación. Le dije que su novia se había ido a cenar al comedor número catorce. En el preciso momento en que iba a cerrar la puerta, apareció mi diplomático.

– ¡Felicidades, cariño! Estoy muy orgulloso de ti. He traído esto. Ábrelo, -dijo, y entró con el casco de la moto en una mano y una cajita roja en la otra.

– No tendrías que haberlo hecho. Éste es mi amigo Dong Yi. Ya se iba.

Me sentí incómoda. Aún no me había dado tiempo a contarle a Dong Yi este nuevo acontecimiento en mi vida. También estaba preocupada al recordar el episodio con Ning, y quería sacar a Dong Yi de allí lo antes posible.

– Hola -le dirigió un saludo desganado con la cabeza a Dong Yi. Después se volvió hacia mí de nuevo y repitió-: Ábrelo.

Abrí la caja. Dentro había un collar de oro con un relicario en forma de corazón.

– Póntelo. Esto es lo primero que te compré cuando estuve en el extranjero. Te quedará bien.

Me ayudó a ponerme el collar y luego me dio un beso en la mejilla.

Hubiera querido morirme. Miré a Dong Yi, que estaba claramente violento, y no encontré palabras para decir nada.

– ¿Estás lista para irnos? No querrás que lleguemos tarde para nuestra reserva.

Siguió haciendo caso omiso de Dong Yi.

– Será mejor que me vaya. Que os vaya bien la cena.

Dong Yi se levantó para irse, a todas luces dolido.

– Vendré a verte, tal vez mañana, ¿vale?

– Querías decirme algo.

– No, no era nada. No te preocupes -respondió, y se marchó a toda prisa.

El Russian Tea House era el único restaurante occidental que sobrevivió a la Revolución Cultural; al parecer, a los dirigentes del Partido les gustaba la comida. Tal vez les recordara a los cuadros del Partido los días que habían pasado en la URSS como miembros de las prometedoras juventudes soviéticas. Se hallaba emplazado en un jardín y se trataba de un establecimiento al magnífico estilo ruso, con techos altos y grandes columnas.Había sido un restaurante «exclusivo para miembros del Partido» hasta 1984, año en que se abrió al público. Pero la mayoría de los que acudían allí continuaban siendo dirigentes del Partido, sus familiares y amigos. Más recientemente también se había convertido en el lugar de moda donde los jefes de las grandes empresas estatales comían a cuenta de la compañía, aun cuando muchos de ellos no sabían utilizar los cuchillos y tenedores que ponían en la mesa en lugar de palillos. A diferencia de los establecimientos chinos tradicionales, los camareros vestían camisas blancas y pantalones negros y atendían a los clientes con esmero. Aquella noche nos dimos una comilona en el Russian Tea House. Yang Tao pidió caviar y champán. Cuando me corrigió el modo en que utilizaba los tenedores y cuchillos, pensé en Dong Yi. Me preguntaba cómo debía de sentirse y qué podía ser lo que quería decirme. Y pensé en lo que yo no le había dicho.