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Los cortaron por la mitad y devoraron la sabrosa pulpa a cucharadas. Al otro lado de la ventana se veía un estanque artificial con un puente para peatones y senderos bien cuidados. Más allá se erguía el Paulaner Brauhaus, donde en las calurosas noches veraniegas los visitantes alemanes agasajaban a sus invitados nativos con jarras de cerveza espumosa y los platos típicos de arenque marinado, codillo asado y salchichas de Nuremberg.

Cuando Miles volvió a la mesa, intercambiaron los comentarios habituales sobre lo pesados que eran los vuelos transoceánicos. A continuación, antes de que David hablara de la venta de Knight o sus sospechas sobre Sun, Miles dijo:

– Anoche, cuando llegué, tenía varios mensajes de Randall.-

– Me imagino que está preocupado por…

– David, cierra el pico y escúchame… -dijo con brusquedad-. No me gusta que uno de mis abogados vaya fastidiando a mi mejor cliente.

David apretó los labios.

– Mi trabajo es asesorar a Tartan. He encontrado algunas irregularidades en esta operación que a la larga podrían resultar perjudiciales.

– Eres nuevo en este asunto y…

– Es cierto. Sólo hace unos días que trabajo y…

– Y no sabes nada…

Lo que iba a decir es que en estos pocos días he descubierto cosas que a los asesores de Tartan, a Keith, e incluso a ti se os han escapado.

– ¿Por ejemplo?

David tenía la lista preparada: sobornos, accidentes laborales, escasas medidas de seguridad, trabajo infantil. Miles lo hizo callar.

– Aparte del soborno, lo demás lo supe anoche por Randall. Las acusaciones son absolutamente ridículas.

– Supongamos que Sun es inocente. Eso significa que alguien en Knight está haciendo juego malabares con las finanzas.

– Te estoy diciendo que las finanzas, las declaraciones, todo está en regla, y no voy a permitir que me hundas el negocio.

– ¡No quiero hundirte el negocio! ¡Trato de proteger a Tartan!

– Hay setecientos millones de dólares en juego. Puede parecer mucho dinero, y lo es, pero la verdadera ganancia llegará con la compra de la tecnología de Knight…

– Si quieres hablar en términos estrictamente financieros, adelante. Los riesgos, pasados, presentes y futuros, se trasladarán de Knight a Tartan con la venta. ¿De verdad quieres poner en peligro al mejor cliente del bufete? -Miles lo miró furioso, pero David intentó ser razonable-. Volvamos a Henry. Pídele una indemnización avalada con una carta de crédito comprometiéndose a asumir la responsabilidad por cualquier irregularidad anterior. O podríamos hacer que Tartan comprara lo bienes pero no la empresa. En ambos casos, cuando se haya formalizado el trato, Randall daría una conferencia de prensa presentando un plan para corregir los fallos anteriores y prevenir los futuros.

– Es demasiado tarde. Está previsto que los contratos se firmen esta noche.

– Entonces tendré que retirarme.

– Retírate si quieres. Incluso puedes dejar el bufete, pero te aconsejo que te quedes. No te está permitido comentar nada de esto con nadie.

– ¿Qué hay de la Comisión Federal de Comercio y la de Valores y Cambio? Estoy obligado a revelar los fraudes económicos que puedan poner en peligro a los accionistas de una sociedad pública.

Miles hizo una ademán abarcando el salón.

– ¿Ves a algún funcionario de esos organismos curioseando por aquí? David, seamos serios. ¿Quién vigila? ¿A quién le importa? Es un negocio como cualquier otro de los que se están realizando aquí en estos momentos. Henry y Randall son dos hombres dispuestos a sacar beneficios sin hacer daño a nadie ni nada sucio… siempre y cuando nadie vigile. Y nadie lo hace.

– Tienes razón, tal vez nadie vigile, y lo que hagan Henry y Randall de puertas adentro no es asunto mío. Pero Tartan es una compañía que cotiza en bolsa. Es un conglomerado formado por muchos accionistas. También quisiera puntualizar que, como abogado, sé que la información proporcionada referente a la venta de una a otra empresa es falsa, y que la empresa y yo podemos terminar ante los tribunales con demandas civiles y penales.

– ¿Me estás diciendo que estás dispuesto a hundir al bufete, a cientos de abogados, secretarias y administrativos, y a sus familiares, por esas absurdas acusaciones?

– Te lo acabo de decir. No es necesario llegar a tanto. Sigamos con Henry…

– ¡No!

Miles dio un puñetazo sobre la mesa y en el restaurante se produjo un súbito silencio. A continuación toda la concurrencia volvió a sus asuntos. Miles se recompuso y empleó un tono suave.

– Aunque lo denunciaras, nadie te creería. Piensa en ti y en tu historia. Hace tres meses que llegaste y encuentras muertos por todas partes. Incluso cuando vuelves a Los Ángeles la muerte te persigue. Perdiste a un amigo, un agente del FBI nada menos. Es terrible y se sabe. Pero da la impresión de que lo superas. Y un buen día sales a cenar con un amigo y el pobre tío muerte asesinado delante de tus narices. Muere en tus brazos. Una tragedia. Y también se sabe. Dadas las circunstancias, a nadie le extrañaría que tuvieras algún desequilibrio. Se llama estrés postraumático.

David miraba incrédulo a su socio. Era el mismo lenguaje utilizado por Randall Craig la noche anterior, tal vez peor.

– Como es lógico -continuó Miles-, en el bufete estábamos muy preocupados. Así que cuando dejaste el gobierno (¿o te pidieron la dimisión?) tus amigos de Phillips, MacKenzie amp; Stout creímos que como mínimo podríamos devolverte al redil.

– No sucedió así.

– Es tu palabra contra la nuestra.

– Madeleine Prentice y Rob Butler no respaldarán tu historia.

– Es cierto, pero son empleados federales ¿quién cree lo que dice el gobierno? ¿Tú? La inmensa mayoría pensará que el gobierno fue muy listo al librarse de ti antes de que lo denunciaras.

Miles siempre había sido un blando y era evidente que se había preparado para esa conversación. De pronto, David recordó algo dicho por Hu-lan la noche anterior en la habitación del hotel.

– Me pediste que volviera al bufete sabiendo que si descubría algo, si llegaba el momento, podrías desviar cualquier inconveniencia utilizando una versión tergiversada de los hechos.

– Puede que sea tergiversada, pero has de reconocer que funciona.

– ¿Y la prensa?

– Lo mismo, ¿quién vigila?

– Pearl Jenner del Times. Está aquí.

– Lo sé, pero ya ha terminado su trabajo. Ha escrito su último artículo. Ahora que Keith ha muerto, la investigación ha terminado.

Había mucha información y desinformación en la última frase.

Nunca había habido una investigación oficial, pero Miles no lo sabía, y Pearl estaba lejos de haber concluido su trabajo. David tuvo un rayo de esperanza. Tal vez Pearl, por muy desagradable y poco de fiar que fuera, descubriera sola la verdad. Si la publicaba, él quedaría absuelto de mala práctica profesional con respecto a Sun. En cuanto a la compra de Knight por Tartan, siempre podría decir que era un recién llegado en el asunto y todavía no había encontrado ninguna irregularidad. O, en el peor de los casos, recurrir al invento de Miles: estaba estresado personal y profesionalmente. Esto, unido al choque cultural y al jet lag, había provocado el desliz. Había aceptado todas las declaraciones, los informes financieros, los documentos oficiales, incluso la visita adulterada a la fábrica, dando por supuesto que Keith y el bufete habían realizado su trabajo correctamente. Estaba tan asombrado como todo el mundo.

Esos pensamientos pasaron por su mente como un rayo. Con las cartas bien guardadas, intentó sonsacar a Miles más información.

– Conocías todo este asunto de Knight desde el principio, ¿verdad? -preguntó David.

– Eres como Keith, pierdes los estribos ante esa sarta de disparates -lo reprendió-. Supongo que la tensión de volver a China ha añadido leña al fuego. Por supuesto, es el motivo de que nadie pueda culparte si te marchas, aunque dudo que lo hagas. Pero la tensión ha sido enorme, más de la que sería capaz de soportar cualquier persona.

David comprendió que su socio seguía su propio juego. Ni había previsto su pregunta ni se había apartado del guión original: David-asumirá-la-derrota-y-se-le-considerará-resposable-o-no-debido-a-estrés-postraumático-o-alguna-otra-estupidez-similar. David dejó que aumentara el optimismo de su socio.

Una camarera depositó la cuenta en la mesa y Miles firmó.

David no confiaba en obtener una respuesta directa, pero aun así hizo la pregunta.

– ¿Es cuestión de dinero?

Miles rió.

– Todo es cuestión de dinero, David -respondió.

– ¿Debo considerarlo una confesión?

– Llámalo como quieras y piensa lo que te dé la gana -se inclinó confidencialmente-, pero no tienes ni la menor prueba de nada. Mejor dicho, nadie te creería, ni la empresa, ni la oficina del fiscal ni la prensa. -Miles apartó la silla y se levantó-. Debo subir a decirle a Randall Craig que esté tranquilo. -Se alejó unos pasos y volvió la cabeza-. Ah, nos vemos en el banquete.

A la misma hora en que David estaba con Miles, Hu-lan se dirigía al Ministerio de Seguridad Pública pedaleando en su Flying Pidgeon. Hacía muchas semanas que no se permitía el lujo de estar a solas. A su alrededor veía muchachas con minifalda y jerseys que mostraban el ombligo. Los hombres llevaban pantalón corto y camisetas sin mangas. Los vendedores callejeros ofrecían helados, refrescos y tajadas de sandía. El aire era bochornoso, húmedo y contaminado. Al pasar por la plaza de Tiananmen vio el vapor sobre la explanada de cemento y un tropel de turistas con aspecto desilusionado.

Como era domingo, el aparcamiento de bicicletas del Ministerio de Seguridad Pública estaba casi vacío y no había nadie jugando al baloncesto en el recinto contiguo. Sus pasos resonaban en el suelo de piedra del vestíbulo y no se encontró con nadie mientras subía la escalera trasera y enfilaba el pasillo hacia la sala de ordenadores. Uno tras otro tecleó los nombres de varios ciudadanos estadounidenses: Henry Knight, Douglas Knight, Sandy Newheart, Aarón Rodgers y Keith Baxter. Por su acaso, añadió los nombres de Pearl Jenner, Randall Craig y Miles Stout. Ojalá pudiera añadir también a Jimmy, el vigilante australiano, pero desconocía su apellido. Esperó mientras el ordenador procesaba la información y aparecían en la pantalla números de tarjetas Visa y pasaportes. A partir de ese momento no tuvo ninguna dificultad para acceder a entradas y salidas de China. Imprimió la información en hojas separadas y repitió el proceso, esta vez con los nombres de Sun, Guy In, Amy Gao y Quo Xue-sheng, la secretaria de David.