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¡Eso no era nada!, pensó Hu-lan. Teniendo en cuenta sus relaciones con los americanos, habían sido muy indulgentes. ¿Por qué? Los pocos dirigentes que consiguieron escapar a la ira de la Revolución Cultural habían sido, como siempre, los más corruptos y con mayor poder. ¿Fue Sun uno de ellos? ¿Había comprado su seguridad?

Quienquiera que hubiera escrito los comentarios de esa página parecía haber escuchado las preguntas que se haría Hu-lan muchos años después, porque había escrito la respuesta con caligrafía experta: “El dirigente Sun Gao tiene un conocimiento visceral del viejo proverbio “No muerdas la mano que te alimenta”. Sun ha demostrado ser un hombre que ni acepta ni paga sobornos y tampoco abusó de su autoridad durante esos tiempos tenebrosos. Lo propongo como candidato a un ascenso”

Un mes más tarde, Sun había sido promovido desde la célula rural a la célula nacional, donde ganaba noventa yuanes al mes.

Al año siguiente llegó a asesor del presidente de la Asamblea de la Ciudad. En 1978 lo enviaron a Pekín como representante ante el Tercer Pleno del XI Congreso del Partido. En 1979, cuando China volvió a abrirse a Occidente, Sun fue uno de los primeros delegados provinciales que viajó a Estados Unidos. La seguridad era estricta, pero se defendió bien, ganándose el respeto de sus acompañantes y sus anfitriones. En 1985, el gobernador Sun, ya responsable de la provincia de Shanxi, cruzaba el Pacífico con cierta regularidad. En 1990 tenía una oficina y un apartamento en el complejo Zhonnanhai de Pekín, que el gobierno había puesto a su disposición por su contribución al país, especialmente a su provincia natal. En vez de ser criticado por sus continuos viajes a Estados Unidos, lo animaban a continuarlos. En 1995 un burócrata comentó: “El gobernador Sun Gao tiene contactos impecables en Occidente y gracias a ello ha traído prosperidad a su tierra natal. Debemos continuar apoyándole, ya que con su ayuda convertiremos China en el país más poderoso del planeta. En el año 2000 Sun debería estar en el gobierno central”. Este discurso, igual que la recomendación durante la Revolución Cultural, tuvo dos efectos inmediatos.

El primero, una comprobación exhaustiva de sus antecedentes y costumbres personales. En el dangan constaba que, aunque no se había casado, no se le tenía por homosexual, ni tampoco se le conocían relaciones ilícitas con personas del sexo opuesto. Vivía en la casa del gobernador en Taiyuan, con servicio reducido al mínimo. Las asistentas afirmaban que sus necesidades eran sencillas, que no abusaba de su autoridad y que a menudo se hacía él mismo la cama. Ni jugaba ni bebía y era leal al Partido. Estas condiciones continuaban haciéndole un buen candidato para viajar, ya que nadie podría comprometerlo mediante el sexo, el dinero o la persuasión política. A continuación había una lista de los bancos donde Sun guardaba su dinero, así como unos balances recientes. Igual que Hu-lan y casi todas las personas que ella conocía, Sun tenía dinero en bancos americanos. Pero no era un Príncipe Rojo y las cantidades no eran excesivas. Esta información, fechada en 1995, no reflejaba las grandes sumas que aparecían en los documentos de Miao-shan, pero la fábrica Knight se había abierto ese mismo año. Hu-lan apuntó los nombres de los bancos y los números de cuenta, confiando en poder relacionarlos con los recibos de depósitos.

El segundo efecto, más obvio para Hu-lan, era que podía seguir la pista de Sun hasta 1995, año en que el burócrata anónimo había escrito en el expediente su recomendación para el futuro de Sun. Éste, como surgido de la nada, apareció un buen día en la prensa nacional. Se publicaban todos sus movimientos y declaraciones. Posaba para las cámaras, charlaba libremente con periodistas y se enzarzaba en discusiones públicas con escolares, campesinos y hasta miembros del Partido en el congreso sobre la política económica, las zonas rurales y el próximo siglo. Que hubiera superado todas las expectativas y que sobre el papel pareciera un buen tipo, no cambiaba el hecho de que había sido promocionado desde las altas esferas. Tenía el éxito garantizado, motivo por el que algún burócrata le había permitido involuntariamente iniciar el despegue.

Hu-lan cerró el expediente y lo dejó sobre la mesa. Su jefe levantó la vista y ella notó que intentaba leer sus pensamientos, pero mantuvo una expresión impasible.