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– Les diré dónde lo aprendió -comentó Nixon, mientras servían un segundo plato de calamares salteados-. En la granja Tierra Roja. Allí había que ser implacable.

– Fue una época negra para todos -comentó Sun.

Hu-lan, que había leído el dangan de Sun, sabía que para él no había sido así.

– Usted sólo era un visitante, nosotros teníamos que vivir y trabajar allí y en lugares parecidos -dijo.

– O incluso peores, como los campos de trabajos forzados -añadió Sun.

– Cualquiera que lea un periódico o vea la televisión sabe que mi padre pasó una temporada en el campo de Reeducación Pitao, en la provincia de Sicuani. Para algunas personas, como mi padre y yo, las historias de buenas y malas acciones, de sacrificios y castigos, son del dominio público. Para otros… -Hu-lan dejó la frase en el aire, esperando que Sun aceptara el reto.

Sin embargo, Sun era un político. En su carrera, el éxito iba unido a la habilidad para esquivar cuestiones espinosas.

– Los medios de comunicación son un juego ineludible, inspectora. Creo que muchos de sus problemas se deben a la inexperiencia. Los deja que digan lo que quieran. Nunca se defiende. No responde con una sonrisa. No trabaja entre bastidores para ganarse amigos. Y en lugar de controlar lo que dicen, reacciona contra ellos.

– Ése es el enfoque occidental. ¡Usted ha visto muchas películas americanas! -contestó Hu-lan.

– Tiene razón. ¿Sabe cuándo vi esas películas? Al final del a guerra con Japón. Las tenían para los soldados americanos que nos ayudaron. ¿Lo recuerda, Henry?

Henry se limitó a asentir con la cabeza.

– Después vi otras, y recuerdo la forma en que los personajes se mantenían firmes en sus convicciones. Un rasgo muy americano, ¿no le parece? No tener miedo a decir lo que uno piensa, creen en el derecho a madurar, a cambiar y a ser libre.

– Son palabras como ésas las que le hicieron popular en China -dijo Nixon.

– Son palabras que todos quisiéramos seguir -aclaró Sun.

– Por eso usted está en el centro del poder.

Sun inclinó la cabeza, aceptando modestamente el cumplido.

– Peor esto no es Estados Unidos. Hoy puedo decir muchas cosas, pero mañana quién sabe -señaló.

– Tal vez el mañana nos traiga mayor libertad. No se puede parar el reloj de la historia -dijo Nixon.

– Yo sólo quiero que mi provincia prospere y mejorar la calidad de vida de mi gente.

Era pura demagogia y Randall Craig, igual que otros comensales, se apuntó.

– Personas como usted convertirán a China en una gran potencia.

– Señor Craig, son las personas como usted quienes lo harán posible.

Hu-lan miró a David. ¿Era el primer paso de una nueva relación basada en dinero ilegal que cambiaba de manos? David miró a Miles, pero su socio sonreía y encarnaba el papel del gran mecenas. Entonces miró a Henry. Ese hombre, que solía ser tan alegre, parecía cada vez más deprimido.