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– ¿Puede demostrarlo?

– Construcciones Brillante está en Taiyuan, puede llamarlos cuando abran. Tienen los comprobantes. -Al ver el escepticismo de David, añadió-: Le estoy diciendo la verdad. ¿Por qué iba a mentirle?

– Para ocultar los otros pagos.

– ¡No es dinero mío!

Oyeron unos golpecitos en la ventana. Era Hu-lan con una bandeja y tazas, que salió, dispuso el servicio y se marchó.

– Quieren tenderme una trampa -dijo Sun.

– ¿Quién?

– Henry. Pero ¿por qué?

La conversación se había convertido en un círculo vicioso.

– Aceptemos por un momento que usted dice la verdad -sugirió David, cambiando de táctica-. ¿Qué sacarían de ello?

– No lo sé, pero Henry…

– Olvídese de Henry. Apunte más alto y más lejos. ¿Quién le haría esto y para qué?

– Para destruirme.

David meneó la cabeza.

– Eso no significa nada. Demasiado impreciso. ¿Para qué?

– No o sé.

Cuanto más negaba Sun las acusaciones, más convencido estaba David de su culpabilidad.

– Quiero que entienda que puede buscar otro abogado y…

– Quiero que sea usted.

No domino la legislación china. Esto es un problema interno y usted está en apuros serios.

– Soy consciente de ello. -Por primera vez una débil sonrisa asomó a sus labios-. Señor Stark, no me ha preguntado por qué he venido en medio de la noche. Estoy aquí para evitar que me detengan.

David lo miró perplejo.

– Alguien ha hablado con la prensa y mañana se publicará un artículo acerca de mí. Y de usted y Liu Hu-lan. No conozco los detalles, pero mis amigos dicen que es muy malicioso. -David se disponía a hablar, pero Sun lo cortó-. No quiero que me detengan en Pekín, ni en ninguna parte de China. Como debe de saber, aquí la justicia se mueve con rapidez.

David lo sabía. Un juicio con pocos testigos de la defensa, sentencia y castigo en una semana. Si Sun era declarado culpable de corrupción, sería ejecutado y su familia caería en desgracia.

– Si tienen que detenerme, preferiría…

– ¡No me lo diga! si me lo dice estaré obligado a comunicarlo a las autoridades, ya que ignoro si mis privilegios como ciudadano estadounidense serían respetados aquí.

– ¿Qué me dice de Liu Hu-lan? -preguntó Sun-. Ella trabaja para el Ministerio de Seguridad Pública.

– Usted es mi cliente. Lo que hemos hablado queda entre nosotros.

Sun contempló la oscuridad.

– Siempre he trabajado para prosperar y mejorar la vida de los ciudadanos chinos. Ahora me siento perdido. Tengo amigos en el gobierno que me protegen, pero a veces ni siquiera ellos tienen poder ante fuerzas exteriores. Les estoy muy agradecido.

“Pero hay otra clase de amigo, alguien muy querido, que te comprende, y por quien darías la vida. Creía que Henry era esa clase de amigo. Sé que usted es una persona hornada, conozco su reputación y lo que hizo por China. Lo que aparece en esos documentos son falsedades. No sé cómo puedo probarlo, pero confío en que acepte mi palabra. -Sun tomó un último sorbo de té y se levantó-. Tengo que marcharme antes de que amanezca.

David lo acompañó hasta la entrada, donde el gobernador montó en una bicicleta y empezó a pedalear. Cuando desapareció por la esquina del callejón, David cerró la puerta y volvió al último patio. Hu-lan estaba sentada en la mesilla redonda. La mano vendada reposaba con la palma hacia arriba. Nunca la había visto tan cansada. Por lo que sabía, las embarazadas necesitaban dormir mucho.

– Es inocente, ¿verdad? -preguntó ella.

– Mi lógica me dice que no, pero cuando habla quiero creerle.

– Es un político. Se supone que hay que creerle.

– También me ha dado esto.

David le tendió los documentos bancarios. No demostraban nada, pero tenía la obligación de entregar a las autoridades las pruebas que pudieran ayudar a su cliente.

Hu-lan vio que los nombres de los bancos coincidían con los del dangan y que eran documentos oficiales fechados el día anterior, pero no dijo nada. Cogió la tarjeta con el nombre de Sun correspondiente a la columna SOBORNOS ACEPTADOS Y CHINA, la rompió y tiró los trozos a la papelera.

– Necesito dormir -dijo.

Salió de la habitación y dejó a David preguntándose si ella creía de verdad que Sun era inocente.