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Cuando David y el inspector Lo llegaron, la fiesta estaba en pleno apogeo. Se había instalado un podio, un estrado, pista de baile y asientos para doscientas personas debajo de un toldo. La brisa bochornosa balanceaba los globos y los banderines que ondeaban en las astas. Había carteles de Sam y sus amigos sobre caballetes situados en semicírculos junto al estrado donde estaban sentados los Knight con el gobernador Sun Gao y Randall Craig. Sonaba música por los altavoces y en la pista de baile un grupo de veinte muchachas vestidas con trajes típicos de vivos colores finalizaba un número acrobático. El público, compuesto casi exclusivamente por mujeres chinas, aplaudió educadamente.

Sandy Newheart vio a David y le hizo un gesto para que acercara a la primera fila. Cuando David se sentó, Sandy dijo en voz baja:

– Llegas tarde.

– Lo siento, pero no he podido evitarlo.

Las artistas formaron un grupito y una de las chicas se adelantó para anunciar que cantarían algunas canciones americanas, las favoritas del presidente Jiang Zemin. Por el altavoz se oyó una introducción instrumental y las muchachas iniciaron Row Your Boat con la profusión de instrumentos de cuerda.

Sandy se inclinó hacia David y murmuró:

– En todas las celebraciones incluyen esta pesadilla. Marchas triunfales, petardos, bandas de música desafinadas, mil versiones de Jingle Bells. Y después intercambio de regalos y discursos. Entretanto, todo el mundo asándose de calor.

– ¿Y por qué se hace?

– Es la costumbre.

– ¿De Knight?

– No; de los chinos.

– Knight es una empresa estadounidense.

– ¿Y qué? Es la costumbre del país. Al menos es lo que dice el seboso Sun. Y lo que él dice, el viejo Knight lo hace. Es el organizador de esta mierda.

Las últimas notas de la canción se desvanecieron y las chicas pasaron a una versión surrealista de Jingle Bells.

Sandy miró a David y enarcó las cejas.

– ¿Qué te decía? Estamos a cuarenta grados a la sombra y cantan las maravillas de la nieve.

– ¿Son empleadas?

– No; son un grupo artístico local. Las habré visto unas cinco veces en los res años que llevo aquí.

David señaló a su espalda.

– ¿Y ellas? ¿Son todas operarias?

– Estás de broma? Son las mujeres del edifico de administración.

– ¿Por qué no están las demás?

– Henry quiere un espectáculo, no una asamblea.

Era la primera vez que David estaba a solas con Sandy. Con Henry Knight se mostraba adulador, pero en privado no sólo parecía desilusionado sino con ganas de desahogarse.

– Sandy ¿qué piensas hacer después de la compra?

– Cuando el viejo me pidió que viniera, pensé que sería una gran aventura. Pero ya ves lo que es este país, el culo del mundo. Henry estaba enfermo, ¿qué iba a hacer? Me dijo que me necesitaba para convertir Sam y sus amigos en una realidad. Se había cerrado el trato con los estudios y los prototipos estaban preparados. Henry me rogó que me quedara hasta que saliera la primera línea. Los juguetes son un producto imprevisible. Fabricas cien líneas y, si eres afortunado, afortunado de verdad, una tiene éxito. Bueno, Sam fue un bombazo. Hace quince años que trabajo con Knight y nunca había visto nada semejante. Quise creer que era mi gran oportunidad.

Las muchachas se habían distribuido en cuatro grupos y patinaban en pequeños círculos, imitando caballos tirando trineos. Sandy se secó el sudor de la cara y el cuello con un pañuelo.

– He dedicado a la empresa quince años de mi vida -dijo-, y ahora la venden. Los más probable es que a final del mes me quede en el paro. Lo único positivo es que podré largarme de este agujero olvidado de Dios.

Las chicas terminaron la canción con un sonoro “¡Hey!”, saludaron al público y a los hombres del estrado y salieron de la pista en fila india. Henry Knight, riendo y aplaudiendo, se puso en pie y caminó hacia el pido.

– ¡Gracias, Compañía de Acróbatas Número Dieciséis de la provincia de Shanxi! Como siempre ha sido una magnífica actuación. Creo que se merecen otra ovación.

La señora Leung, sin dejar de aplaudir, traducía las palabras al mandarín. Detrás de David arreciaron los aplausos de las mujeres. Henry continuó:

– Hoy tenemos entre nosotros a Randall Craig de Tartan International. Me dispongo a hacer el traspaso de la empresa, pero nadie debe inquietarse. Mi hijo estará aquí para que todo siga como siempre.

La señora Leung iba traduciendo y David miró de soslayo a Sandy. Su expresión sólo reflejaba aburrimiento.

Henry dio las gracias al gobernador Sun por sus años de poyo. Sun se puso en pie, hizo una inclinación de cabeza, recibió una salva de aplausos y volvió a sentarse. Entonces Henry inició la presentación de Tartan, pero el calor era tan insoportable que David dudaba de que alguien escuchara. Finalmente Randall Craig se levantó y se unió a Henry en el podio. Se estrecharon las manos y después invitaron a Sun a reunirse con ellos. Tal como había dicho Sandy, hubo un triple intercambio de placas. Al ceremonia terminó a las doce en punto. A través de los altavoces sonaron marchas militares y las mujeres del público abandonaron los asientos y se dirigieron al edificio de administración. El sudoroso equipo de Knight fue presentado al igualmente sudoroso equipo de Tartan y a continuación Henry anunció:

– Hagan el favor de acompañarme. Es hora de comer y tomar algo fresco.

El grupo entró en el edificio de administración y pasó al salón de conferencias, donde estaba preparado el almuerzo. Había refrescos con cubitos de hielo (hechos con agua esterilizada, según había dicho Henry), patatas fritas y una bandeja con bocadillos. David vio al gobernador Sun en animada charla con uno de los empleados de Tartan. Henry, Doug y Randall cogieron los platos y buscaron un lugar en la mesa. A continuación se realizaría una visita al complejo industrial.

Seguro que sería una visita saneada, pensó David. Por muchas ganas que tuviera de preguntar, tendría que esperar a una ocasión más privada.

A la una en punto sonó la sirena de la fábrica. Antes de que las máquinas pararan por completo, las mujeres empezaron a salir de la nave. Hu-lan, Cacahuete, Siang y centenares de obreras salieron al sol y se dirigieron a los dormitorios. Las celebración había terminado y la explanada estaba despejada, excepto los restos de petardos que pronto serían barridos. Hu-lan esperaba un ambiente distendido, pero las mujeres estaban agotadas después del trabajo semanal. Una vez dentro, Siang se dirigió a su habitación, mientras Hu-lan y Cacahuete se quedaban en la suya. Hu-lan sacó la bolsa con que había llegado el jueves y se la colgó del hombro.

– ¿Adónde vas? Pensaba que no eras de esta región -dijo Cacahuete.

– No lo soy, pero sabes que tengo una amiga en el pueblo. Puedo quedarme con ella.

– Ojalá tuviera algún sitio al que ir -dijo Cacahuete. Se quitó la bata rosa, la arrojó al suelo y se encaramó en su litera.

– Puedes ir al pueblo, tomarte un bol de fideos, dar un paseo -sugirió Hu-lan.

– Ya he visto el pueblo y no tiene anda que no haya visto cien veces en el mío. No; prefiero quedarme aquí y ahorrar el dinero. Hasta luego. -Suspiró y se tumbó de cara a la pared.

Hu-lan contempló su espalda, sabiendo que lo más probable era que no volviera a verla.

– Vale. Cuídate.

Sin darse la vuelta, Cacahuete levantó un brazo y la saludó como si la empujara hacia la puerta.

– Anda, vete.

De nuevo en la explanada, los hombres que trabajaban en el almacén esperaban a que abrieran las puertas, mientras una cincuentena de mujeres y niñas subían al autobús con una actitud muy distinta de las que dejaban atrás. Volver con la familia, aunque fuera por un día y medio, las llenaba de optimismo y expectativas. Hu-lan se sentó al lado de Siang y el autobús salió del complejo. Ninguna de las dos tenía ganas de hablar.

En las afueras de Da Shui varios niños descalzos esperaban a sus madres. Después de efusivos abrazos se encaminaron hacia sus casas, tal vez haciendo un alto en la carnicería para comprar un par de chuletas de cerdo con el salario tan duramente ganado. Siang se despidió y desapareció por un callejón. Hu-lan se acomodó la bolsa y volvió a la carretera.

Al cabo de media hora entró en un campo de maíz. Gritó que había llegado y Su-chee le contestó para que Hu-lan supiera dónde estaba. Al cabo de un minuto se encontraron. La falda de Su-chee estaba empapada de sudor y tenía la cara manchada de tierra roja, por el polvo levantado con la azada.

– Vuelvo a Pekín para seguir la historia, pero antes quiero ver las pertenencias de Miao-shan de la fábrica y hacerte unas preguntas.

Su-chee dejó la azada y ambas se dirigieron a la casa. De debajo del kang de Miao-shan, Su-chee sacó una caja de cartón sin abrir.

– La fábrica me hizo llegar un mensaje con los hombres del pueblo de que fuera a recoger esto. No le he abierto -dijo con la caja en su regazo. Le temblaban los labios. De repente tiró la caja y salió.

Hu-lan buscó un cuchillo y cortó la cinta de embalaje. Contenía una minifalda negra y una blusa de encaje. La etiqueta era de THE LIMITED y Hu-lan recordó vagamente que era una cadena de grandes almacenes de California. Dejó ambas prendas a un lado y sacó unos vaqueros Lucky Brand y una camiseta con la etiqueta Walk.-Mart. Conocía las camisetas, ya que se fabricaban en China y los empleados las pirateaban en la fábrica y las prendas con tara se vendían en los mercadillos, pero no la marca de vaqueros, y se preguntó de dónde habría salido. Abrió la cremallera de un neceser y encontró un cepillo y dentífrico, un cepillo de pelo, gel y laca, sombra de ojos y rimel Maybelline y un frasco de perfume White Shoulders. A continuación hojeó varias revistas de moda en busca de papeles o notas ocultos, pero no encontró nada. En el fondo de la caja había lencería de algodón y un envoltorio con cinta de seda. Hu-lan lo abrió. Contenía un conjunto de sostén y bragas de seda rosa con encaje negro. Era posible encontrar ese tipo de prendas en China, pero no en Da Shui ni en Taiyuan. La etiqueta era de NEIMAN MARCUS.

Hu-lan metió todo dentro de la caja y volvió a guardarla debajo del kang. Salió, pasó por el cobertizo, cogió una azada y se dirigió al campo para reunirse con Su-chee. Al lado de su amiga, empezó a trabajar la tierra que rodeaba el maíz. Aunque hacía más de veinte años que no cavaba, lo recordó casi de forma automática: el golpe seco en la tierra y el rápido movimiento para levantarla y airearla.