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Colgó y empezó a pasearse de nuevo, lo cual aumentaba su sensación de estar enjaulado. Se detuvo, rebuscó en los papeles, encontró el número del despacho de Sun y lo marcó. La mujer que contestó no hablaba inglés. Después de repetir el nombre de Sun varias veces, se encontró hablando con Amy Gao, su secretaria personal. Cuando David le dijo que necesitaba hablar con Sun urgentemente, Amy contestó que era mejor que se desplazara hasta allí.

– El gobernador Sun tiene varias citas esta mañana y luego irá a la fábrica. Después volvemos a Pekín. Pero seguro que le encontrará un hueco.

David metió los documentos de Sun en el maletín, bajó y encontró al inspector Lo en el coche. Después de un corto recorrido por la avenida Yingze se detuvieron en la garita de un conjunto de edificios de aspecto oficial. En la puerta había una placa con caracteres chinos rojos y dorados que anunciaba la sede del gobierno provincial. En el tejado ondeaba una bandera china. El guardia, armado con metralleta, llevaba el monótono uniforme verde del Ejército Popular. Echó un vistazo a David, que iba en el asiento trasero, mientras llamaba por teléfono al edifico principal. Cuando recibió al conformidad, hizo que Lo firmara la hoja de admisión y los dejó pasar.

En el interior, las paredes eran de un color terroso y el suelo de piedra gris. Lo se acercó a recepción y explicó que David iba a ver al gobernador Sun. La mujer hizo una llamada, dijo algunas frases con voz chillona y le indicó las sillas que se alineaban en la pared contigua.

– Dice que usted espere aquí y yo fuera. Alguien vendrá a buscarlo en cinco minutos -explicó Lo, y salió del edificio.

David siguió sus instrucciones. Los cinco minutos se convirtieron en un cuarto de hora. Aunque las ventanas estaban abiertas de par en par y el ventilador de techo giraba a la máxima velocidad, hacía un calor insoportable. De vez en cuando se abría una puerta, se asomaba alguien, miraba a David y volvía a cerrarla.

Por fin salió la señorita Gao, con unos tacones de aguja que resonaban en el suelo y un discreto traje chaqueta.

– Perdone que le haya hecho esperar, señor Stark. No me han avisado de su llegada hasta ahora mismo.

David no se lo creyó.

– Haga el favor de acompañarme.

David la siguió. En vez de al despacho del gobernador Sun, fue conducido al de la secretaria.

– Por favor, tome asiento -dijo Gao.

Ella se sentó al otro lado del a mesa, pulsó el intercomunicador y dijo algo. Al cabo de un minuto entró una hermosa joven con un termo y tazas, sirvió el té y se marchó.

– Usted dirá -dijo Gao.

– Necesito hablar con el gobernador Sun.

– ¿Referente a qué?

– Me pidió que fuera su abogado en algunos asuntos. He venido para hablar de ello.

– Estoy al corriente de todos los asuntos del gobernador. Dispone de la mayor libertad para hablar conmigo.

Hu-lan le había hablado a menudo del a burocracia china y del sistema especialmente diseñado para avanzar a paso de tortuga, crear el máximo papeleo y sacar de quicio y, por lo tanto, controlar al solicitante. Por eso las guan xi -relaciones- eran tan importantes. La gente hacía cualquier cosa por saltarse las capas inferiores y acudir directamente a la cima, ya fuera en una urgencia médica o en una situación de negocios.

– Con todo mi respeto, señorita, creo que sería más producente tratarlo con el gobernador.

– Tengo entendido que él mismo le dijo que si tenía algún problema hablara conmigo. Es mi trabajo y estoy aquí para ayudar.

Era tentador abrir el maletín, lanzar los documentos de Sun sobre la mes ay preguntarle qué significaban. La chica era inteligente y, como la mayoría de mujeres en posiciones similares, era probable que hiciera más trabajo y estuviera más al corriente de los asuntos de Sun que él mismo. Pero si Sun había cometido un delito, David violaría el código judicial chino hablando de ese tema con la secretaria.

– Prefiero esperar al gobernador.

– Pues tendrá que esperar mucho. Va camino de Knight Internacional.

– Pero si usted me dijo que viniera enseguida y podría verle.

– Le ha sido imposible retrasar la salida. El señor Knight quería verle antes del inicio de la ceremonia. Si hubiera llegado antes, tal vez habría tenido tiempo de verle. -Amy Gao consultó el reloj y añadió-: Si no se da prisa, va a llegar tarde. Seguro que no querrá perderse ningún detalle.

– He estado sentado en el vestíbulo durante casi una hora -contestó David con voz gélida.

– Es una pena, pero como ya le he dicho, no sabía que estaba aquí.

Con las dos llamadas telefónicas anunciando su llegada, y las diversas personas que habían salido a echarle una ojeada, la excusa era poco creíble.

– Y podría añadir que mientras estaba esperando no he visto salir al gobernador Sun.

Amy sonrió con aire de suficiencia.

– Señor Stark, no pensará que un edifico como éste tiene una única salida. Bien, si vuelve el lunes o el martes, estoy segura de que el gobernador lo recibirá. -Abrió el cajón superior de la mesa, sacó una agenda y miró a David,.

El sistema de marear la perdiz era normal en China, pero no para David. Además de estar acostumbrado a que las citas se respetaran, se sentía demasiado a merced de las circunstancias. Así que hizo lo único que no debía, montar en cólera.

Se levantó, se inclinó sobre la mesa de la secretaria y vociferó:

– Dígale a su jefe que ya le veré después. Dígale que no le será tan fácil esquivarme. Dígale…

Amy Gao parecía asustada y David se preguntó hasta dónde podía o debía llegar. Quería subrayar la importancia de su mensaje y garantizarse una respuesta inmediata. La única forma de conseguirlo era disfrazando la verdad.

– Dígale que sé lo que ha estado haciendo y que tengo otros documentos que le interesan mucho.

No esperó una respuesta, pensando que el impacto de sus palabras sería mayor si se marchaba enfadado. Sin embargo, una vez fuera, sintió de nuevo el burbujeo de la ansiedad. Gao era joven y, por lo que sabía, inexperta. ¿Y si no había entendido la gravedad de sus palabras? ¿Y si lo había tomado por otro americano maleducado? Al salir de nuevo al sol abrasador, sabía que había obrado lo mejor que podía dadas las circunstancias. Pero después de las revelaciones de la noche anterior, confiaba en atar los cabos sueltos, examinarlos y resolverlos. En cambio, eran las doce menos cuarto, sudaba como un cerdo en el patio de un edificio oficial y lo único que había conseguido era una conversación que, bajo el modelo chino, sólo podía considerarse grosera y carente de delicadeza.