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Entonces Wang Lung olvidó todas sus preocupaciones, se olvidó de sus mujeres, hijos y tíos y, corriendo entre los asustados lugareños, les gritó:

– ¡Por nuestra buena tierra, vamos a luchar contra estos enemigos!

Pero algunos hombres movían la cabeza, desesperanzados desde el principio, y decían:

– No, no; es inútil. El cielo ha ordenado que este año muramos de hambre, y ¿por qué hemos de agotamos en una tarea inútil, ya que al final hemos de morir de hambre?

Y las mujeres iban llorando a la ciudad a comprar incienso para ofrecer a los dioses de arcilla del pequeño templo y algunas iban al templo de la ciudad donde estaban los dioses del cielo, y así cielo y tierra eran a la vez adorados. Pero la langosta seguía esparciéndose en el aire y sobre los campos.

Entonces Wang Lung llamó a sus trabajadores, con Ching a su lado, dispuesto y silencioso, y otros de los hombres jóvenes, y prendieron fuego a ciertos campos y quemaron el buen trigo, que estaba ya casi maduro para la siega, y abrieron anchos fosos que llenaron de agua de los pozos, y trabajaron día y noche. O-lan les traía comida y las mujeres de los otros hombres les traían comida y se alimentaban de pie en el campo, engullendo la comida como hacen las bestias y trabajando sin descanso.

Entonces el cielo se ennegreció y el aire se llenó del zumbido profundo de muchas alas y la langosta abalanzóse hacia la tierra, volando sobre este campo sin tocarlo, cayendo sobre este otro y dejándolo tan desnudo como en invierno. Y los hombres suspiraban y decían: "El cielo lo quiere", pero Wang Lung estaba furioso y atacaba a las langostas y las pisoteaba, mientras sus hombres las perseguían con mayales. Los bichos caían en los fuegos que habían encendido y en los fosos abiertos, y muchos millones murieron, pero comparado con los que quedaban no era nada.

Sin embargo, Wang Lung halló una recompensa a sus esfuerzos: sus mejores campos no fueron invadidos, y cuando la nube pasó y pudieron descansar, todavía le quedaba trigo que poder cosechar y sus plantaciones de arroz no habían sufrido daño alguno y estaba satisfecho. Entonces mucha gente empezó a comer las langostas asadas, pero Wang Lung se negó a tocarlas porque para él estos animales eran asquerosos por lo que le habían hecho a la tierra. Pero no dijo nada cuando O-lan las frió en aceite y cuando los trabajadores las comían y los niños las desgarraban delicadamente y las probaban, asustados de sus grandes ojos. Pero él no las comió.

Así y todo, algo bueno hizo la langosta por Wang Lung. Durante siete días no pensó nada más que en su tierra y se sintió curado de sus preocupaciones y angustias, por lo que se dijo:

"Bueno, todo hombre tiene sus inquietudes y yo tengo que soportar las mías como mejor pueda; mi tío es más viejo que yo y morirá; tres años han de pasar para mi hijo como sea, y, a pesar de todo, no me suicidaré." Y cosechó su trigo, cayeron las lluvias, el arroz tierno verdeó en los campos inundados, y otra vez fue verano.