Pero eso los sábados y/o domingos. Otra cosa eran el lunes, el martes, allá en el colegio: se la había bailado riquísimo en su casa, apenas una lamparita encendida y sus padres en vermouth, el mayordomo, la cocinera, la chola, todo el mundo en la cocina y ellos solitos en el salón, había tal lujo de detalles en las descripciones de Taquito que hasta el mismo Lucho empezó a escucharlo con atención, por lo pronto salía con ella siempre y eso ya era algo. Algo también eran los encuentros de Taquito con su almohada, a veces hasta le daba manotazos para que se callara, para que no jodiera, déjame dormir tranquilo, le decía casi, al apagar la luz, y la verdad es que con el tiempo Taquito Carrillo empezó a dormirse sonriente, plagado de aventuras con Baby Schiaffino, como si él fuera el mayor embaucado en aquel oscuro negocio de su carácter que con el tiempo se iba transformando en su «gran capacidad».

«Gran capacidad de asimilación», había señalado un cronista deportivo, refiriéndose a la resistencia a los golpes que poseía Archie Town, un boxeador norteamericano que andaba por entonces en Lima. Y Taquito había sentido que eso se le parecía aunque en su caso era también algo más, era contar una mentira alegre y sentir la alegría de la verdad, y era sobre todo sonreír cuando las cosas le salían mal como si en alguna región ignorada del alma le estuvieran saliendo bien, sonreír sonreír, sonreírle siempre a la vida porque la vida no está a la altura de lo que uno espera, la vida es en el fondo triste pero existía felizmente la vida con la gente, mentira y sonrisas, sonrisa y mentiras. Y eso tenía que ser verdad, Taquito lo sabía, lo sentía hasta tal extremo que una tarde un alfiler de la inteligencia le incrustó la convicción de que tanto besuqueo tumultuoso con Baby Schiaffino, tanto feroz manoseo en el sofá de su casa lo estaban convirtiendo en un hombre experimentado en la vida y en el amor.

Y sin embargo no eran épocas fáciles. Los dos, Baby y él, estaban por terminar el colegio y pronto arrancaría todo el asunto de las fiestas de promoción. Por supuesto que Baby aceptó encantada ir con él, pero en cambio no le dijo ni pío de invitarlo a la suya. Qué pasaba. No lo entendía muy bien. Lo lógico era que Baby lo llevara de pareja, aunque claro, por supuesto, él no sabía bailar, seguro que por eso Baby no lo iba a escoger, a ella le gustaba bailar y ya bastante se había sacrificado pasándose noches enteras sentada conversando con él, él sólo la sacaba cuando tocaban un bolero. La fiesta de promoción era otra cosa, allí todo el mundo era enamorado o iba a divertirse como loco. Y eso de divertirse y de bailar frenéticamente a Baby le encantaba, tenía el ritmo en la sangre, se movía como negra, casi daba vergüenza verla cuando alguien los interrumpía en plena conversación y la sacaba a bailar un calypso, un mambo, un rock. Baby se volvía loca, a una aguda quebrada de cintura del tipo una agudísima de Baby, le pedía que qué con la cara, los ojos, la boca, se despeinaba, se hacía ver grandaza en el centro de la pista, prácticamente se abría campo a caderazos, sólo Taquito sabía que tanta locura era calculada, bastaba ver la tranquilidad con que luego volvía y continuaba hablándole de La rebelión de las masas, por ejemplo.

No lo invitaría, pues, y en efecto no lo invitó. Sonrisas y una nueva mentira y llegó la noche de la promoción de Baby y Taquito estuvo genial, eso sí que era tener lo que se llama clase. A las ocho en punto ya estaba donde Baby conversando con todo el mundo y listo a recibir con bromas y comentarios al suertudo de Cuqui Suero, tercer año de agronomía, un tipazo y de los pintones además, hasta lo abrazó como a viejo amigo al verlo entrar a la casa, medio muñequeado el pobre frente a los padres de Baby, crecido ante las circunstancias, él con esa familia estaba como en su casa, y ni hablar de que fue el primero en gritar ¡guapísima!, no bien apareció Baby en la escalera. Pero ahí cambiaron las cosas, él bajó los ojos y Cuqui los mantuvo fijos: era más que obvio que, bajo el escotado traje color turquesa, Baby, agrandadísima, había dejado sus senos en completa libertad. Bueno, había llegado la hora de partir, no correr mucho en el auto, que no volvieran muy tarde, y Taquito sonriendo como si al mismo tiempo dijera consejos de madre, tonteras de la vieja, y tiene usted toda la razón señora. Pero cuando la pareja desapareció las cosas se deterioraron momentáneamente, algo así como qué diablos hago yo aquí, y ahora qué. Eso sólo un instante sin embargo, al minuto ya estaba de nuevo feliz porque el padre de Baby le acababa de ofrecer un whisky, tenía su encanto lo de quedarse conversando con los viejos, demostraba madurez, aunque claro, mucho no podía durar. Y poco rato después Taquito tuvo que enfrentarse con la calle vacía, a las nueve de la noche de una maravillosa noche de diciembre. Inmediatamente supo que iba a hacerlo, ni siquiera se preguntó si era alegre o triste, sólo sintió que iba a hacerlo porque así se le había ocurrido y porque era más fuerte que él. Carro no le faltaría porque acababa de aprobar con muy buenas notas todos sus exámenes y su padre le prestaría el suyo siempre que se lo pidiera. Comió pues con sus viejos y luego subió a su dormitorio contándose la mentira de que iba a probarse el smoking. Después de todo, por qué no, dentro de tres días era su fiesta de promoción y por qué no. Pero a escondidas se lo quedó puesto y a escondidas partió en el auto y casi a escondidas estuvo dando vueltas por Lima hasta que, a las dos de la mañana, ya era hora.

– Pepe -dijo, apoyándose matador en la barra del Ed’s Bar-, sírveme una menta, por favor. Vengo de la promoción del Villa María y estoy agotado -luego se desanudó la corbata de lazo para mostrar fatiga y para conversar mejor, quería comentar la fiesta con Pepe.

Tres días después hizo exactamente lo mismo terminada su fiesta de promoción. Y entonces sí que más que nunca lo de la fiesta de Baby le supo a verdad, acababa de vivirlo, ¿no?

Algo muy positivo ocurrió luego: Cuqui Suero no volvió, él había temido lo contrario, hasta había preparado toda una historia acerca de su ruptura con Baby, pero no fue necesario, el asunto no pasó de acompañarla a su fiesta de promoción, claro, él había tenido razón: si Baby lo invitó fue porque era guapo y rubio y mayor, pero sobre todo porque era un gran bailarín. O sea que el asunto podía seguir viento en popa durante el verano, y desde luego iba a ser así porque los dos habían decidido presentarse a la Universidad Católica, primero de Letras, y decidieron estudiar juntos para el examen de ingreso, a fines del verano. Y entre sesión y sesión de estudios, en las que conversaban tanto que él quedaba completamente agotado, playa. Eso mismo, la playa, la Herradura a la hora de almuerzo, el chófer de Baby los llevaba a golpe de una, había que ver a Taquito feliz llegando a las Gaviotas, bajando del carro al lado de ella, internándose en la arena hasta encontrar el lugar apropiado para instalarse. Él iba en camisa y ropa de baño pero Baby nada, a duras penas una toalla cubriendo algo lo mucho que su bikini deja descubierto. Y se la quitaba en la vereda, no bien salida del auto, las escaleras las bajaba ya calatita y todos a mirar: Baby Schiaffino, la gran novedad de la temporada, llegaba a la Herradura, y a su lado, importantísimo, nada despreciado, todo lo contrario, muy atendido en su conversación, Taquito Carrillo, envidia del mundo entero. Al menos él lo creía así, al comienzo, aunque eso tampoco duró mucho. Uno por uno los galifardas, los matadores miraflorinos le echaron ojo. Chany, Danny y Vito aparecieron triunfales en las cercanías con sus trusas chiquititas y sus músculos tipo academia de los hermanos Rodríguez, salud y figura en tres meses. Giraban en torno a la presa y los círculos eran cada vez más pequeños. Baby como si nada, conversa y conversa con Taquito hasta que llegaba el momento en que se metía al agua. Silencio en las Gaviotas, ojos masculinos atentos en aquella elegante sección de la Herradura, tremendo lomazo. Pero ella ni caso, se incorporaba, vamos Taquito, le decía, a veces hasta se desperezaba abriendo estirados los brazos, ajustando las nalgas, un delicioso cuarto de minuto en que sus muslos se endurecían blancos y en que sus senos se alzaban hasta apuntar al sol. Tocaban el agua y sentían frío, Baby daba saltitos torpona, riquísima, y al lado él, juguetón, amenazador, a que te echo agua, íntegras las Gaviotas al acecho, celosas las mujeres, Chany, Danny y Vito musculosísimos, era la vida feliz de Taquito Carrillo.

La corta vida feliz, diría Hemingway, porque una de esas tardes apareció por ahí el Negro Calín, un maldito el zambo, para qué apareció. Pero así es la vida y tanta carga biográfica como la que traía el tal Calín no podía menos que interesar a una mujer interesante, ya Baby había oído hablar de él además, y había intervenido en su favor sin haberlo visto, estaban predestinados a conocerse, ella simplemente tenía que salvarlo. Y es que así no podía continuar Calín, malo no podía ser, en el fondo seguro que era bueno, lo que pasaba es que había tenido mala suerte en la vida. Claro que todo lo del burdel y lo de que tenía una puta que le daba plata y que no podía acostarse con sus amigos, pero aun eso tenía que ser por falta de cariño, por falta de padres, porque a cualquiera le pasa que un día se roba el carro de su padrino y atropella borracho a una mujer. Baby lo defendió ardorosamente ante sus amigas, habló con coraje y con experiencia de la vida, y ahora que lo tenía ahí en la playa no podía menos que sentir deseos de conocerlo, personalidad no le faltaba.

– Taquito, anda tráelo y preséntamelo.

– Encantado, Baby; ¿sabes que está en segundo de Letras? Nos podrá hablar de la universidad.

– Está repitiendo segundo, anda, apúrate.

Fue un rápido traspaso de poderes y los amores de Baby y Calín, célebres en Miraflores y San Isidro, duraron hasta que Baby llegó a tercero de Letras y Calín siguió repitiendo segundo. Un rápido traspaso de poderes si es que de poderes se podía hablar en el caso de Taquito, pero en algo se parecía el asunto a todo eso porque lo que sí es verdad es que Taquito no cayó en desgracia y que se convirtió más bien en el favorito del favorito. Baby encantada, había encontrado a la horma de su zapato, al malísimo y mal afamado Calín, un tipo que llegaba a la facultad con tufo de pisco, mal dormido, y que sostenía con voz aguardentosa que en esta vida lo importante no es ser rico ni maceteado ni pintón, se trata simplemente de saber cachar. Fue el gran amor, el escándalo, y Taquito, convertido en el más grande admirador de la vida dura, mala, heroica de Calín y, al mismo tiempo, en el más ferviente defensor de la pareja, encontró una especie de nuevo destino en la constante lucha por la reputación de ambos y en un incesante ir y venir del burdel a casa de Baby, buscando mediante recados y mensajes, la siempre deseada reconciliación que seguía a una nueva pelea a muerte de la pareja. No había paz, con las justas aprobaron sus exámenes de ingreso los dos, con Calín había llegado el desorden, el desconcierto, la misma Baby andaba vacilante, su orgullo perdía terreno y no había conversación que terminara con Calín, al día siguiente se presentaba nuevamente a su casa oliendo a licor y la dejaba tirada en su sofá, despeinada, preocupada, agotada. Definitivamente el tipo le estaba haciendo un daño horrible, la estaba corrompiendo, Lima entera tenía que ver con el asunto, ya los padres de Baby no sabían cómo reaccionar, hasta temían que Baby cometiera una locura si le prohibían que continuara viendo al tal Calín. Cambiaron de táctica, le abrieron las puertas de su casa de par en par, lo invitaron a la hacienda, lo recomendaron al padre Manrique para que lo aconsejara, pero todo fue inútil. Innegable que Calín iba por el mal camino, a Baby le podía causar un trauma espantoso, no la dejaba estudiar en paz y en la hacienda la mantuvo como atontada, completamente dominada, era el diablo en persona. Pero eso parecía ser lo que ella quería, al menos así lo pensaba Taquito que mantenía una fidelidad absoluta al nuevo ídolo y al mismo tiempo una total sumisión a cada capricho de Baby. También él partió a la hacienda arriesgando perder más de una semana de clases y para qué sirvió todo eso. Calín en vez de tratar de ganarse a los padres hizo un infierno de la estadía, y de pronto, una noche, todo fue demasiado para Taquito y fue entonces que ocurrieron aquellos tristes sucesos que pusieron punto final a la invitación.