– Algo de eso me acuerdo, sí…

– Paolo y sus reflejos me salvaron la vida, pero no sin que antes lucháramos violentamente por la posesión del cuchillo. Y, cuando llegó José Luis, yo acababa de cortarme un dedo con la hoja del cuchillo, en el fragor de la batalla, y como que volvía en mí, aparatosamente ensangrentado, en aquel último piso de la avenida Partenier. Me llevaron a un hospital cercano y me cosieron sin darse cuenta de que me había cortado también el tendón. Hubo que operarme, semanas después, en el hospital Cochin, donde me visitó una Sylvie absurdamente recién casada en Italia y de visita en París, en aquel momento…

– Viejo, te pasaba cada cosa a ti, por aquellos años…

En efecto, me pasaba cada cosa a mí, por aquellos años. Y sabe Dios dónde archivará la memoria que empiezan unos sucesos que sólo reaparecen en estos domingos que empiezan desde el sábado, a eso de las cinco de la tarde. Es como abrir una caja china, pues los recuerdos contienen más y más recuerdos, casi interminablemente. Hasta que, por fin, un día ya es lunes, un día ya es martes… Por ahora, de la absurda visita de Sylvie, recién casada en Italia, ha salido la más absurda visita de Julio Ramón, también al hospital Cochin y también cuando me operaron el dedo. Llegó un viernes por la tarde, el hombre que escribió el extraordinario relato titulado Sólo para fumadores, el más grande y empecinado fumador que yo haya visto jamás. Y yo acababa de quedarme sin cigarrillos y el fin de semana empezaba, y nadie, aparte de Sylvie y de él, sabía que yo andaba metido en un hospital.

– Te agradecí tanto tu visita, Julio Ramón. A ti, que los hospitales debían producirte verdadero horror.

– Qué ocurrencia, viejo. Uno termina por acostumbrarse hasta al cáncer…

– Pero fuiste a buscarme cigarrillos para el fin de semana y no regresaste más…

Sería lunes, tal vez martes, el día en que le escuché a Julio Ramón decirme que, a fuerza de desearme todas las cosas buenas que él no tuvo en la vida, lo cual es una gran verdad, llegó incluso al extremo de abandonarme sin cigarrillos en una cama de hospital, para que nunca lo siguiera en su negativa senda de fumador sin remedio alguno.

– Si te aguantas dos o tres días, viejo, por qué no una semanita… Y luego, un par, y así… Adiós al tabaco, viejo…

– ¿Adiós al tabaco canceroso?

– Para siempre, viejo.

Y todo esto por fin es verdad, porque ya es lunes, y mañana martes, y…