El uso del humor y de la nostalgia adquirían renovados valores producto del enfoque irónico con que se contemplaba la materia a novelar. También «Con Jimmy, en Paracas» suponía el intento más logrado en ese aspecto. La novela, aunque procedía de la sola memoria del narrador, ofrecía, además, un multiperspectivismo que se avenía con mayores posibilidades a la concepción irónica con que se dotaba al narrador de la novela. El mundo de Julius, el del palacio y sus contornos, el de la servidumbre y la familia, se ofrecían con, al menos, un doble punto de vista, resolución que aportaba sensaciones procedentes de un sentimiento que asumía la ambivalencia. El humor será triste, pues en última instancia trata de disfrazar dolores profundos, y la nostalgia supondrá la aspiración a recobrar una experiencia truncada e incompleta, que ha de extraerse del olvido para su elaboración memorística. Unido a ello, la maestría de algunas escenas en que experimenta con un nuevo lenguaje que se subordina no ya sólo al espacio o a los personajes sino incluso a los tiempos que especulan con la nostalgia, la melancolía o el imaginario de las clases sociales. Tal vez haya de considerarse la lectura por entonces de las bildungsroman alemanas y francesa. El tiempo se acomoda también al ritmo demandado por la escena y, en general, por la historia toda, desde la infancia del protagonista hasta su crudo enfrentamiento en los albores de la adolescencia, cuando Julius queda abocado a un desencuentro traumático al descubrir por fin y verdaderamente su mundo, despojado de los ropajes, exquisitos o sórdidos, tras los que se escondía el auténtico.

Una nueva etapa de su obra venía siendo anunciada por algún relato de Huerto cerrado («El camino es así» y «Las notas que duermen en las cuerdas» ) y la metaficcionalidad más incipiente de Un mundo para Julius , aún tímidamente esbozada en las escenas de la redacción de Julius sobre el padre de Fernandito Ranchal y de Cano bautizando y, por tanto, inventando su propio mundo con su varita. La preocupación por la escritura y sus dificultades se convertiría en una metáfora de la vida. Si Julius, como Manolo, recorrían los hitos de un proceso de aprendizaje y maduración con signos explícitos y simbólicos, algunos personajes de La felicidad ja ja, así como después Pedro Balbuena, Martín Romaña, Felipe Carrillo y Max Gutiérrez, por ejemplo, viven la escritura como si de una vida se tratara. La escritura no sólo servirá para vencer al olvido y establecer la memoria, sino que, tras un infausto encuentro con la realidad, permitirá también el triunfo sobre la verdad objetiva, que se escamoteará porque escribir otorgará al sujeto la posibilidad de reconstruir lo ingrato de la realidad o completar lo inacabado de la nostalgia. Vida y escritura se intercomunican y todo ello acaba por afectar a una instancia como la del autor, que posee un nuevo sello distintivo que le acompañará muy estrechamente incluso a sus crónicas y a sus antimemorias. Lo autobiográfico se confunde con la ficción y ésta parece también invadir la vida. Ello no es más que el producto sabiamente preparado de un narrador que ha contemplado la vida artísticamente, conforme a su visión irónica del mundo y la existencia y del uso de la mentira artística que aprendió de Wilde. Pero, por otra parte, Bryce Echenique prosigue en su nuevo libro de cuentos con su indagación en el mundo de la oligarquía, venida a menos tras el golpe de estado de Velasco Alvarado en 1968, como se advierte en los dos cuentos que marcan el tránsito hacia una nueva etapa. Efectivamente, la decadencia de la oligarquía se aprecia en la humana debilidad que subyace en «Eisenhower y la Tiqui-tiqui -tín» y, sobre todo, en la inaceptada constatación de su pérdida de riqueza y privilegios de «Pepi Monkey y la educación de su hermana» , donde a esa clase sólo le queda una salida a través de la mentira, la fantasía y la locura. Otras razones más artísticas pero igualmente nostálgicas ofrece el relato del oligarca emigrado y melancólico en el invierno parisino de «Florence y Nós três» .

Por su parte, «Baby Schiaffino» resulta uno de los relatos fundamentales de Alfredo Bryce Echenique y donde mejor deja constancia de algunos de los problemas que aquejan a sus personajes, tanto en el amor como en su equívoca posición ante la realidad. La historia queda enmarcada por la memoria involuntaria a la manera proustiana que brota de un objeto que despierta el recuerdo. El pasado ingrato regresa y muestra una errada traducción de la realidad. Los componentes carnavalescos sobresalientes, como resultan la ocultación del personaje tras las máscaras que le ofrecen los medios de comunicación de masas, derivarán en causa del drama cuando parecía abierta una esperanza de que el protagonista fuera capaz de luchar por el amor de Baby. Los disfraces que Taquito Carrillo adopta, las imitaciones de ídolos populares que lleva a efecto, todo ello denuncia su desconfianza en sí mismo y la necesidad de encontrar referentes ajenos a su mundo y sí pertenecientes al ficcional de, por ejemplo, el cine. La asunción de personalidades ajenas a la realidad del personaje y su asidero en ficciones de ese tipo provocarán el desastre. De nuevo aparece el problema de la indefinición entre esos límites de los mundos que habitan los personajes de Alfredo Bryce Echenique y las nefastas consecuencias de todo ello. A la memoria experiencial se imponen otras memorias ajenas o atávicas -literaria, escritural, musical, cívica, clasista, histórica, o la procedente de los medios de comunicación de masas-, todas las cuales, por ajenas, resultan en el desencuentro; este fracaso aparece ya inmediato o, tal vez, ya algo remoto tras un triunfo sólo efímero.

La recopilación de esos y otros cuentos dan como resultado La felicidad ja ja [2] (1974), un nuevo volumen de relatos al que unirá los quizá dos más sobresalientes, que había ya editado en revistas y que unidos formaron un libro en 1972, donde ya se apreciaba que se abría resueltamente la narrativa de Alfredo Bryce Echenique hacia un nuevo rumbo. «Antes de la cita con los Linares» presenta ciertos elementos que serán aprovechados para las novelas, pero lo más interesante resulta su búsqueda de un nuevo mundo sobre el que asentar la ficción y los personajes. El intento ya venía de los dos libros anteriores, pero en ese relato halla definitivamente el mundo ficcionalizado en el que desde entonces decide asentar su obra. Ese mundo participa de la realidad tanto como de la ficción; resulta un territorio intermedio en el que Bryce Echenique se encuentra a gusto, donde participa de su vertiente decididamente cervantina y a partir de lo cual pone en práctica de manera magistral la mentira wildeana. El relato funda un relato y una manera de relatar; el protagonista inventa y el resultado que se ofrece al lector es una historia doble, de conversación y redacción, pero no se le facilitan las claves para diferenciar cuál sea la realidad ficcional de ambas facetas de la vida del protagonista Sebastián, quien tal vez únicamente sea un manipulador de la realidad con el fin de obtener una buena ficción o más seguramente una víctima de la realidad que busca amparo en la ficción. La metaficcionalidad del relato sirve de marco y de explicación de la vida, que encuentra una metáfora en esa vía de acceso a la ficción. En las novelas posteriores, la metaficción se convierte en metáfora de esa búsqueda y en atajo para su comprensión. El olvido es definitivamente vencido por la memoria escritural, que permite también el logro de una verdad propia, agradable y plausible.

En cambio, «Muerte de Sevilla en Madrid» suponía la más exitosa realización del humor como forma de mitigar el dolor y de la mentira o de la imaginación como forma de sobrellevar una existencia grisácea. Como suele ser habitual, se descubre efímera esa forma de salvación de la realidad y Sevilla acaba trágicamente cuando la realidad le vence a pesar del engaño que trama contra su memoria, que ha tergiversado en lo referente a su héroe adolescente. El aura del instante provocarán el trauma del desencanto, que quedará confirmado tras las respuestas del cuerpo, que mueven al protagonista, angustiado por su entorno de cuadros religiosos y goyescos y las caricaturas de hombres que acompañan a Sevilla, todo lo cual provocará, sin embargo, la hilaridad del lector por el narrar chaplinesco de las escenas. El juego con el tiempo y sus consecuencias -el recuerdo y la nostalgia- se convertirán en perfiladores de un espacio que, además, penetra con mayor hondura en la metaficcional confusión entre ficción y realidad, al citar como reales a Susan y a Juan Lucas, protagonistas de Un mundo para Julius , y más tarde, ofrecer un breve diálogo entre Alfredo Bryce Echenique y su esposa Maggie, inquilinos del mismo hotel que Sevilla e igualmente partícipes de visiones idénticas desde la ventana de esa habitación.

Ese difícil equilibrio constituirá la base sobre la que se asiente Tantas veces Pedro (1977), novela fronteriza entre la realidad que vive el personaje y la ficción que crea. El resultado es un caos estructural que refleja la mente y el mundo del protagonista, un aspirante a escritor que modela su vida conforme a su vocación y cuya existencia pone en duda la conclusión de la historia y el revelador epílogo. Ante el terror del olvido y del recuerdo verdadero, el protagonista y el narrador emprenden la confección de un texto que salve de la realidad al pasado; así, todo se concibe y progresa como una lucha contra el olvido de Sophie y contra el mismo recuerdo, que la memoria transforma y reelabora caóticamente, en un orden tan turbio como el protagonista que lo lleva a efecto. La deconstrucción, la metaficcionalidad y la estructura, amén de la sabia caracterización del protagonista, a la vez retratador de los demás personajes, resultan otros mecanismos fundamentales que intervienen decisivamente en la novela. La sensación de mise en abîme o de vértigo narrativo supone uno de los éxitos de una estructura compleja y de una narración ambiciosa que se resuelve con fortuna. La novela supone la confirmación de una nueva etapa en que la metaficcionalidad se convierte en una apuesta definitiva y en la resolución de la búsqueda de respuestas vitales. Pero el caminar del protagonista, del narrador y del autor entre los bordes reales y narrativos – dentro y fuera del texto- resulta trágico. El drama de la búsqueda se resuelve en infortunados encuentros y en fracasadas experiencias; sólo el arte salva el trayecto de un personaje tan itinerante como sus invenciones. Por eso resultan extraordinariamente afortunadas la forma metaficcional o la recuperación de la novela de artista y el desarrollo en ambientes literarios y artísticos, así como el recurso al humor, que, como la oralidad, dotan a una vida de la sucedánea sensación de placer y de compañía.

[2] «La felicidad, ja ja»: “Eisenhower y la Tiqui-tiqui -tín”, “Florence y Nós Trés”, “Pepí Monkey y la educación de su hermana”, “Dijo que se cagaba en la mar serena”, “Baby Schiaffino”, “¡Al agua patos!”, “Antes de la cita con los Linares”, “Un poco a la limeña”, “Muerte de Sevilla en Madrid”.