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Su extremo anterior estaba rodeado de media docena de bocas en forma de ranura, que mascaban, trituraban y tragaban todo lo que se le ponía por delante. Un ejército de monstruos, totalmente similares a los que les habían atacado, excepto que tenían patas aún más robustas, arrancaban vigas rotas y todo fragmento que pudieran encontrar, y con ellos atiborraban las glotonas fauces.

– Servicio de limpieza -adivinó Sandra-. Me pregunto cuándo vendrá el de mantenimiento.

No tuvieron que aguardar mucho.

De la parte trasera de la cosa salían una especie de espaguetis blanquecinos, como monstruosas deyecciones. Pero no era aquello.

Conforme aquellas extrañas excreciones iban saliendo del cuerpo de la cosa, las obreras, si se podía decir así, las iban colocando reemplazando a las vigas. Al parecer, aquella sustancia se endurecía con rapidez. Tras ellas, el andamiaje de la torre quedaba reparado.

– ¡Como una araña! -exclamó Sandra.

– ¿Cómo?

– ¡Segrega vigas como una araña su seda! Esa masa es una macromolécula de polimerización ultrarrápida. ¿Comprendes?

– No del todo. Las arañas producen la seda con la que hacéis camisas y corbatas, ¿verdad? -Karl no estaba muy ducho en Biología terrestre.

– No, esos son los gusanos de seda.

– Gusanos, arañas, ¿qué diferencia hay?

– Pues… luego te lo explico.

Los dos presenciaron cómo la cosa reciclaba las vigas.

– ¿Qué hacemos? -preguntó Karl con acento sombrío.

– ¿Hacer?

– Esa cosa está entre nosotros y la pared de salida.

– Ya me he dado cuenta. No tenemos muchas opciones, ¿verdad? ¿Cuanto tiempo nos queda?

– Casi quince minutos. Pero podemos detenerlo en cualquier momento.

– Ni hablar. -Sandra extrajo, de un compartimiento situado en la cadera del robot, una esfera del tamaño de una naranja, y la hizo girar entre sus garras.

– ¿Qué es eso?

– Un pequeño juguetito…

– ¿Qué…?

– Una diminuta bomba de fisión. Medio megatón. Limpia y compacta, muy eficaz en situaciones difíciles.

– Chica, no hablarás en serio… ¡Estamos a menos de cien metros de esa cosa!

El robot de Sandra se preparó para lanzar.

– Ponte a cubierto.

Karl se arrojó a un lado, al tiempo que la chica lanzaba la bomba.

La explosión fue casi simultánea. Destrozó a la gigantesca criatura, y lo que quedaba del entramado de vigas.

Sandra y Karl, cayeron girando, rodeados de escombros y restos orgánicos irreconocibles. Ambos lograron asirse a un saliente.

– ¡Mira! -señaló Sandra.

La explosión había abierto un gran boquete en la pared de la torre. Los rayos de luz entraban cegadores, reflejándose en el abundante polvo interior.

– Imagino que ya habías previsto ese efecto -comentó Karl con sorna.

– Debo admitir que no -respondió ella con tranquilidad-, pero nos viene de perlas. ¿Cuánto tiempo nos queda?

– Menos de diez minutos.

– Suficiente.

– ¿Cómo vamos a llegar hasta ahí? Esto está a punto de desmoronarse.

– Abandonaremos los trajes.

– El exterior está radiactivo, como consecuencia de tu juguetito.

Sandra abrió la cabeza de su robot.

– Sólo estaremos expuestos unos minutos. Karl, necesitaré tu ayuda para salir, creo que me he lastimado una rodilla en la caída.

La cabeza del robot de Karl se abrió también. El hombre se ajustó la sutil máscara de oxígeno, y saltó sobre el robot de la chica. Con dificultad, logró sacarla de la ajustada vaina, y le ayudó a colocarse la máscara y la pequeña mochila del paracaídas.

– ¿Qué tal la rodilla?

– Vamos -le apremió ella-, apenas queda tiempo, y sin el traje ya no podremos detener la cuenta atrás.

Treparon por las vigas retorcidas y carbonizadas, hasta el enorme desgarrón que la explosión había abierto en la pared de la torre.

La criatura era enorme, ahora que la veían sin la protección de sus trajes-robot. Era uno de los guerreros que acompañaban a la masa gigante. Había debido sobrevivir a la explosión y se interponía entre ellos y la salida.

– ¡Jesús…! -exclamó Karl.

No tuvo tiempo para reaccionar. Silenciosamente, la criatura saltó sobre Sandra, arrastrándola hacia el abismo que se abría tras ella.

La muchacha se estrelló contra una maraña de cascotes, varios niveles más abajo. Imperturbable, el monstruo se alzó frente a ella.

Sandra miró de reojo su cronómetro, y se sintió fatalistamente aliviada.

– Menos de dos minutos para la explosión. Se nos ha acabado el tiempo, amiguito. Espero que Karl haya tenido la suficiente cordura como para saltar ya…

La criatura avanzó un paso hacia ella, y un lado de su cabeza voló esparciendo un repugnante líquido amarillento.

Tras el negro cuerpo que se derrumbaba, encaramado en los cascotes, con su pistola aún humeante, Karl sonreía maliciosamente.

– Tú… ¡estás loco! Un momento… -Sandra consultó nuevamente su cronómetro.

– ¡No es posible, el tiempo ya ha pasado! ¡Las bombas no estallaron!

– Ya te advertí que veinte minutos era muy poco tiempo. No te hice caso.

– ¿Qué…?

– ¿Qué te parece si aplazamos esa discusión para más tarde? Tenemos menos de ocho minutos para salir de aquí.

Los dos amigos treparon rápidamente por los escombros hacia la luz. Se encaramaron al borde del enorme desgarrón, y saltaron al vacío.