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– Veo que supiste guardarla muy bien.

– ¡No gracias a vuestra ayuda! -restalló Kramer.

– Han sido tiempos difíciles para todos, Santidad. Al principio calculamos que las colonias marcianas tendrían potencial suficiente para salvarse, y salvar la Tierra. Nos equivocamos. A pesar de todo lo que íbamos encontrando en las pirámides de Elysium, lo pasamos realmente mal. Dependíamos de la Tierra en demasiadas cosas, más de las que admitimos en un principio. Nos replegamos y luchamos por nosotros mismos. Pensamos que si Marte no sobrevivía, difícilmente lo haría la Tierra.

– Y ahora habéis regresado, con más naves, y más tecnología marciana. Bien, Dios sabe que la necesitamos.

– Con naves como ésas -Casanova señaló con el pulgar el cielo-; son enormes, en su interior hay hábitats acondicionados para recibir a miles de personas.

Kramer se inclinó sobre la mesa. -¿Y armamento? Necesitaremos todos los robots de combate que podáis proporcionarnos. Hemos rechazado el ataque, y esos demonios no nos olvidarán.

– Entiendo. Pero ahora sabemos que luchar por este planeta resultará inútil…

Y, ante su cara de perplejidad, Casanova, empezó a contarle toda la historia.

Kramer la escuchó en silencio, con los ojos semicerrados y la frente apoyada en su mano derecha. Su rostro no reflejaba ninguna emoción.

Casanova se preguntó hasta qué punto comprendía lo que le estaba diciendo, y hasta qué punto lo creía.

– Todos nosotros somos Taawatu -resumió-. Tú, yo, el más miserable de los ratones. Todos los vertebrados hemos evolucionado a partir de esta criatura, y estamos en guerra con los Primigenios… la civilización de la nube de Oort. Una guerra que empezó hace más de quinientos millones de años. Y, por fin, tras millones de años de aislamiento, en Júpiter, hemos restablecido el contacto con una parte de Taawatu.

Había anochecido, y Kramer encendió la luz del escritorio.

– Es una historia inconcebible -suspiró.

– Lo sé. Pero los acontecimientos que hemos sufrido no dejan lugar a dudas. Los Primigenios no dejarán nada al azar. No pararán hasta haber exterminado todo rastro de vida en los planetas interiores.

– Pero nosotros no recordamos ser… ¿cómo has dicho?, Taawatu.

– Sólo recuerdos nebulosos. La mente es como un gran holograma. Si rompemos el negativo de un holograma en pedacitos, cada trozo seguirá conteniendo toda la información. Pero mucho menos detallada. Esos recuerdos vagos han dado origen a todas las religiones.

– Tal y como Markus sospechaba.

– Sí. La guerra entre el Bien y el Mal, entre las Fuerzas de la Luz, y los Señores de la Oscuridad.

Kramer se removió incómodo en su silla.

– Me estoy imaginando cómo quedaría eso hecho público.

Casanova le miró con sorpresa.

– Eso no tiene demasiada importancia, ¿no crees?

– Oh, la tiene; no lo dudes, la tiene. -Kramer sonrió con tristeza-. El Exterminio ha avivado el fervor religioso en todo el planeta. El Fin del Mundo ha llegado, y los supervivientes se preguntan qué sucederá a continuación.

Empezó a contar con los dedos.

– En este campo, la Iglesia es desafiada por grupos y sectas que surgen por doquier entre las cenizas de la destrucción. Como los Antimaterialistas, que sostienen que la materia es una ilusión y la antimateria la verdadera realidad.

»O la Iglesia del Agujero Negro Auténtica, que sostiene que Dios está encerrado en un agujero negro… Tengo entendido que reconocen como santo a Stephen Hawking. Un punto de vista rebatido por la Iglesia del Agujero Negro Reformada, que sostiene que el universo es un agujero negro y Dios es el universo, lo que les hace propicios a ser acusados de panteísmo.

»¿Me he olvidado de alguna? Oh, sí, la Iglesia de los Días de la Antimateria, una de las muchas que afirman que la Tormenta de Positrones no es ni más ni menos que el Juicio Final.

»No menos hostiles son los Neognósticos, que afirman que la materia es vil, y la antimateria posibilita la purificación del Cosmos caído por una creación defectuosa… y, bueno, la lista se haría interminable.

»Como ves, interpretaciones esotéricas sobre lo que está pasando no nos faltan. Y ahora tú llegas con una más. Bien, ¿por qué no?

– Enrique, lo que te he dicho es la verdad.

Kramer agitó una mano como si quisiera espantar las imágenes que se formaban en su mente.

– ¿La verdad? ¿Qué es la Verdad? Es una historia fascinante, desde luego, pero en estos momentos tengo otras prioridades, debemos ocuparnos de la reconstrucción de este planeta. Si esos Primigenios nos odian tanto como dices, imagino que no tardaremos en tener noticias suyas.

– ¿Estoy en lo cierto, Jaime? ¿Seguiremos contando con vuestra ayuda?

– Sería inútil.

– ¿Qué quieres decir? -La mirada de Kramer no era en absoluto amistosa.

– Es imposible defender un planeta como la Tierra -explicó Casanova-. Es una trampa ciega para la vida y la inteligencia. En la nube de Oort, los Primigenios se extienden sobre un billón de mundos del tamaño de una montaña. En los planetas nos hacinamos como microbios en el fondo de un tubo de ensayo. Y es muy fácil destruir ese tubo.

– ¿Qué podemos hacer, entonces? -preguntó el religioso con voz sombría.

– Emigrar.

– ¿Puedes ser más concreto?

Casanova tomó aire y se dispuso a explicar el plan que habían elaborado en Marte.

– No podemos hacer nada, porque un planeta es muy vulnerable. A partir de ahora, la humanidad está a merced de los Primigenios. Saben que estamos aquí y pueden atacarnos de nuevo. Quizá no inmediatamente, pero lo harán.

»En cambio, una humanidad dispersa en el cinturón de asteroides, por ejemplo, es un blanco más difícil -hizo una pausa-. Incluso, en el futuro, podemos pensar en devolverles el golpe.

Kramer se levantó y observó por la portilla. El crepúsculo había caído, y a lo lejos brillaban las débiles luces de la nueva Varsovia.

Aspiró el viento de la noche.

– Es una propuesta muy fuerte -dijo Kramer-. ¿Crees en todo eso?

– Firmemente. Por eso he viajado a la Tierra en persona. Necesitaremos tu colaboración. No será una tarea fácil.

– ¿Me estás diciendo -dijo sonriendo sardónicamente- que la humanidad debería emprender un largo éxodo por el desierto interplanetario a la espera de alcanzar una hipotética tierra prometida?

– Lo único cierto -dijo Casanova- es que los Primigenios no descansarán hasta haber exterminado a Taawatu.

– ¿Qué sentido tendría la vida lejos de la Tierra? Estamos unidos a este planeta, él forma parte de nuestra misma esencia como seres humanos.

– Si queremos sobrevivir, tendremos que adaptarnos a la nueva realidad.

– ¿Sobrevivir como qué? Si tenemos que transformarnos en algo diferente, perder nuestra Tierra, y nuestra humanidad… Quizá no valga la pena el esfuerzo.

Kramer seguía junto a la portilla, mirando las lejanas luces.

– Te envidio, Jaime -siguió diciendo-, eres un hombre de fe. Yo, en cambio, ya me ves, soy un hombre de poder. Soy el pastor de todas estas ovejas -abrió los brazos como si quisiera cobijar bajo ellos al mundo entero-, y ni siquiera sé que es lo que creo. Y lo que acabas de contarme, no me ha aclarado cabalmente las ideas…

– Es la verdad. Está… siempre ha estado en el fondo de nuestras mentes.

– Es otra religión, te guste o no -dijo Kramer con tozudez-. Has venido a mí como el Enviado de los Dioses, y pretendes que te entregue a mi rebaño.

Kramer le hizo una señal; Casanova se acercó a la ventana.

– Contempla ahí afuera. No hace mucho era un mundo yermo. ¿Puedes imaginar lo que he combatido, día a día, para levantarlo?

»Y esto lo hemos hecho en sólo unos pocos años. Muy pocos. Parece imposible, pero esos hombres de ahí tienen fe. Fe en mí.

»Ya no hay guerras entre nosotros. Todos los pueblos de la Tierra trabajan unidos con la única idea de la reconstrucción en sus mentes… Todo esto, en unos pocos años. Dame armas y tiempo, y arrojaré a esos demonios al Averno helado al que pertenecen.

Descorazonado, Casanova bajó los brazos. Había esperado algo así.

– Si fracasas, toda esa gente morirá… -Le miró directamente a los ojos-. Morirán porque confiaban en ti, Enrique.

El Papa echó su cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada.

– Mira a tu alrededor, Jaime. Han surgido miles de sectas, entre los escombros de este planeta devastado. Todas afirmando ser portadoras de la verdad, todas intentando atraer a la gente a su ideal de Universo. Sal y dile a la humanidad que hay un largo camino allá fuera. Veremos a cuántos logras convencer… -Le lanzó una larga mirada desafiante-. Si fracasas, no habrá más culpable que tú.

2045 d.C.

Susana desplegó con avidez sus nuevos sentidos.

La nave, de la que ahora formaba parte íntima, caía mansamente hacia Neptuno. El último gran planeta del Sistema Solar, quizá la llave para desentrañar los oscuros detalles de la guerra entre los Primigenios y Taawatu.

Entre los Primigenios y nosotros, pensó.

Efectuó una ligera corrección en su trayectoria de acercamiento, con la misma facilidad con que un delfín daría un ágil coletazo. La nave formaba parte de ella, sus sentidos eran los suyos, sus motores de fusión eran poderosas aletas con las que podía nadar en el vacío con la misma perfección que un delfín atravesando las aguas.

Su viejo sueño se había cumplido al fin.

Mientras se acercaba, sus sentidos realizaron interforometrías, espectrometrías y radiometrías infrarrojas, calculando el balance energético del gigantesco mundo azul verdoso.

Era un planeta prometedor. Con un diámetro ligeramente menor que el de Urano, era, sin embargo, mucho más denso; lo que indicaba una mayor cantidad de materiales pesados. Si Taawatu se había instalado allí en primer lugar, habría dispuesto de los materiales necesarios para empezar a proyectar su rebelión.

Sí, tal vez había empezado todo en aquel lugar.

Se dirigió hacia los sutiles anillos del planeta, preparándose para lanzar las sondas.

La misteriosa Mancha Azul ya era claramente visible.

La Mancha empleaba unas 18 horas en dar la vuelta a Neptuno, extendiéndose ente los 30 grados de latitud Sur, y los 35 grados de longitud. Era un diez por ciento más oscura que su entorno. Los científicos pensaban que podría tratarse de un gran huracán, similar a la Mancha Roja de Júpiter. Pero semejante turbulencia atmosférica no podía ser atribuida a la débil radiación del lejano Sol, sino a alguna extraordinaria fuente de calor interna. ¿Artificial quizá?