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Lenov estaba en la enfermería de la Hoshikaze, tumbado boca abajo, sin otro acompañamiento que media docena de camas vacías. Tenía un pequeño televisor ante su barbilla. Contemplaba un concurso, grabado años atrás, en el que las víctimas, disfrazadas de elefantes, tenían que atravesar una especie de arenas movedizas. De vez en cuando salían unas chicas vestidas con muchas plumas. No logró enterarse de qué función cumplían en la marcha del programa.

– ¿Cómo te encuentras hoy? -oyó a Susana tras él. Alzó la vista; le alegraba tener compañía.

– Bastante bien, con ganas de levantarme. Esta postura no es demasiado cómoda.

– Es una desventaja de la gravedad. Me temo que vas a tener que reunir algo de paciencia. -Ya lo sé.

– ¿Sabes lo del padre Álvaro?

– Sí, Shikibu me lo contó. Es terrible, ¿qué explicación puede tener un acto así por parte de alguien como Álvaro?

– No lo sé. La realidad resulta demasiado dura para algunos…

Lenov miró desalentado la pantallita. Un individuo vestido de arlequín remaba en barca en una gigantesca cisterna de WC, diciendo algo sobre gérmenes.

– Aún no te he dado las gracias por lo que hiciste por mí -dijo volviéndose hacia ella.

– También lo hice por Semi -replicó Susana rápidamente.

Demasiado rápidamente, parecía una respuesta preparada. La etóloga acercó una silla y se sentó.

Lenov pensó qué clase de experiencia habría vivido en Júpiter. Apenas habló de ella, pero debió de ser muy perturbadora.

– Claro -dijo al fin-. Gracias por la parte que me toca. -¿Cómo van los injertos?

– Bien… creo. Fernández dice que tardarán una semana en afianzarse -contestó él torciendo el gesto.

Podía imaginar heridas más dignas para exhibir. Habían tenido que reemplazarle dos grandes discos de piel congelada en el nalgatorio, allí donde había permanecido en contacto con el helado suelo.

– Quería darte las gracias por las muestras biológicas. -¿Qué muestras biológicas? -La hierba que trajiste en los zapatos… -¡Oh! ¿Te ha sido útil? -Lenov apagó la pantalla. -Mucho. Tenemos reunión dentro de una hora y después transmitiremos la información a Marte. Pero antes quería contrastar contigo lo que voy a decirles. Creo que es justo, eres parte del equipo, y el hecho de que estés hospitalizado no…

– Gracias. -Lenov nunca hubiera imaginado que a ella pudiera interesarle su criterio-. ¿Tienes idea de qué eran esas cosas?

Ella permaneció un rato pensando, como escogiendo las palabras.

– ¿Sabes lo que es un agnato?

– No.

– Un pez sin mandíbulas de la Era Primaria. Período Ordovícico. Habitaron los mares de la Tierra hace quinientos millones de años.

– Ah…

– Esas criaturas eran una versión gigantesca de los agnatos -dijo Susana-. Obtuve muestras de su ADN mientras me transportaban. Existe una relación directa de esas criaturas con los vertebrados de la Tierra. Están mucho más cerca de nosotros que las criaturas que hallamos en el cometa.

– ¿Has dicho el… Ordovícico?

Lenov no era un hombre culto, y aquella situación le superaba ampliamente.

– En esa época, toda la vida se concentraba en el mar -le explicó Susana-. En tierra seca, no había ni un miserable Herbajo.

»Era un misterio sin resolver. Los vertebrados aparecieron hace unos quinientos millones de años. Súbitamente. Nunca encontramos los eslabones que los unían con el resto del árbol filogenético. La rama de los vertebrados se corta hacia el Ordovícico. Antes de los agnatos, no existe nada más parecido a nosotros que un erizo de mar…

El ruso tenía el aspecto del que ha tragado un bocado que no puede deglutir.

– No entiendo nada. Lo siento, yo…

– Quería preguntarte algo.

– Dime.

– ¿Crees que esas cosas que encontramos ahí abajo eran inteligentes?

Lenov meditó antes de responder.

– No lo creo.

– No lo crees, ¿por qué?

– Es difícil de precisar. Me ayudaron, sí, pero luego nos dejaron a Semi y a mi abandonados en ese lugar. No podían saber que ibais a ser tan locos como para intentar rescatarnos, y sin embargo ellos se contentaron con dejarnos varados. No me pareció una actitud muy inteligente. Habríamos muerto en pocas horas, y ellos se olvidaron de nosotros. Es únicamente una sensación, claro, me pareció que actuaban por instinto. Sin embargo, construyeron cosas como esas islas flotantes, por lo que deberían ser inteligentes… ¿Crees que la inteligencia se puede perder?

Susana meditó.

– En un medio como ese, quizá sí. La inteligencia es una respuesta a los desafíos del medio. Esa isla flotante… podría ser otro tipo de máquina biológica. Quizá se reproducen y se mantienen sin ayuda alguna.

– Sí, es posible. En cualquier caso, inteligentes o no, es indudable que no sienten el más mínimo interés por nosotros. No han respondido a nuestros intentos de comunicación.

Susana suspiró. Subió los pies al asiento y se rodeó las piernas con los brazos.

– Sí lo han hecho -dijo.

– ¿Qué?

– Se comunicaron conmigo. Creo. Mientras pilotaba el Cousteau.

– ¿Estás segura?

– Eso es lo malo, que no puedo estarlo… fue una experiencia extraña, creo que ellos me hablaron, gracias a mis sentidos de delfín, de alguna forma que no puedo recordar…

Lenov la miró interesado.

– ¿Hablaron contigo?

– Es difícil de explicar… Eran como imágenes, sensaciones…

– ¿Telepatía?

– No, no lo creo. Más bien un mensaje codificado en una multitud de canales. Como un poema en el que la temperatura, y el olor del ambiente, definieran algunas estrofas… No sé si me entiendes.

– La verdad es que no. Suena muy extraño.

– Me hago cargo.

– ¿Recuerdas algo en concreto?

– Vi como los… Primigenios ocupaban la nube de Oort en los tiempos en que el Sistema Solar aún estaba en proceso de formación.

– ¿Primigenios?

– Los he llamado así. Son una forma de vida casi incomprensible para nosotros… -Susana cerró los ojos, y se esforzó en recordar-. Habitantes del frío y la oscuridad… Quizá nacieron en algún gran cuerpo cometario. Aquellas primeras criaturas evolucionaron, y con el tiempo desarrollaron la inteligencia.

»Los Primigenios viven dondequiera que hayan cuerpos formados por hielo. Sus vidas son muy, muy largas y su metabolismo muy lento.

»Una de estas criaturas, o una familia de ellas, emigró al Sistema Solar exterior, crearon anillos de hielo en torno a los cuatro gigantes gaseosos, una reproducción exacta de su hábitat natural.

Observó a Lenov. El hombre absorbía sus palabras hasta la última sílaba.

– Esta criatura -continuó ella-, podemos llamarle Taawatu, tal y como quería Markus, se dedicó a experimentar. Gracias a su capacidad para alterar a voluntad su propio genoma, logró adaptarse a vivir en los planetas interiores…

»Taawatu había descubierto que la vida progresaba con rapidez en los mundos cálidos y con agua. Era natural, ya que disponían de energía solar en abundancia. Con ello, y con su increíble plasticidad adaptativa, no habría límite a sus posibilidades. En un plazo de pocos millones de años, se transformó en las criaturas que poblaron la antigua Tierra, Venus y Marte.

»Aquello preocupó a los otros Primigenios. Tienes que comprender que son seres de reacciones muy lentas, cuya vida se cifraba en millones de años, casi inmortales. A sus ojos, era una plaga. Una infección. Un cultivo microbiano que podía escapar a todo control.

»Taawatu se había transfigurado en millones de criaturas que se reproducían aprisa, muy aprisa, e iban llenando los mundos cercanos al Sol, extendiéndose incontrolables. Temieron que la fecunda vida de los planetas cálidos sería una amenaza futura para ellos.

»Y decidieron erradicar la plaga. La Tierra, Marte y Venus fueron… higienizados.

Lenov sentía una extraña sensación de irrealidad. No podía imaginarse un lugar más inadecuado para una revelación como aquella.

– Lo que cuentas exige una noche de tormenta y una buena chimenea encendida -dijo. Pero Susana no tenía cara de apreciar la ironía-. Continúa, por favor.

– Taawatu sobrevivió muy debilitado al castigo. Pasó revista a sus fuerzas. Venus estaba por completo arruinado. Marte, además, había perdido gran parte de su atmósfera. Pero la Tierra… era un caso especial. Los Primigenios no lograron esterilizarla por completo; sobrevivieron bacterias y otros organismos procariontes, que, abandonados por sí solos, evolucionaron en eucariontes… ¿me sigues?

– Con dificultad, pero creo que sí.

– Cuando Taawatu decidió actuar de nuevo, ya había otro ciclo de vida actuando, en los mares. Y Taawatu realizó su jugada maestra: fue a la Tierra y se fraccionó. Se dividió en miles de subindividuos… -¿Los agnatos?

– Sí, de esta forma se instaló en la Tierra. Los subindividuos formaron un nuevo grupo de organismos: los vertebrados. Se transformó en un millón de formas diferentes, que se ajustaron a los nichos ecológicos de la Tierra.

»Yo ya había llegado a esta conclusión, creo que el padre Álvaro también lo había comprendido. Markus pensaba que la Humanidad fue creada por Taawatu… estaba equivocado, la realidad es más asombrosa aún: Nosotros somos Taawatu. -Dices que tú ya lo sabías.

– Había estado atando cabos, y la última transmisión de Markus me dio la clave. De repente lo compredí todo, pero me faltaban pruebas. No esperaba obtenerlas de una forma tan extraordinaria.

– Pero ¿para qué…? ¿Por qué hicieron algo así? Se dividieron, se convirtieron en todos los animales de la Tierra…

– Sólo los vertebrados. Un refugio. Un asilo. O un camuflaje, si lo prefieres. Taawatu esperaba ocultarse, hasta alcanzar un número suficiente de individuos y ser poderoso de nuevo. ¡Y entonces sería su momento! Había dejado en Marte armas y tecnología, suficientes para continuar su guerra cuando las condiciones fueran favorables.

«Mientras tanto, en la Tierra, sus entidades se reprodujeron y se extendieron por los mares. Evolucionaron en otras formas. Pasaron a vivir a la tierra seca.

»Pero, en algún momento, algo se perdió. -¿Qué se perdió? Susana se encogió de hombros.

– No puedo imaginarlo. Quizá Taawatu formaba una única mente colmena, quizá los subindividuos perdieron el contacto unos con otros. No lo sé; el caso es que Taawatu se fragmentó mentalmente. Perdió la conciencia de ser Taawatu. Olvidó su objetivo, y la vida evolucionó libremente en la Tierra hasta llegar al Hombre. El más estúpido de los descendientes de Taawatu.