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– La mitad del radio del cometa -dijo Okedo.

– ¿Es eso normal? -preguntó Shikibu.

– En absoluto -contestó el sacerdote mientras comprobaba los datos transmitidos por Benazir-. Ese cometa es demasiado pequeño para contener un núcleo líquido de ese tamaño. Aquí parece regir un nuevo principio.

– ¿No puede haber algún error? -A Shikibu le parecía muy extraño.

– No. Las ondas S desaparecen a los 456 metros de profundidad, creando una zona de sombra donde únicamente llegan ondas P rezagadas…

– Un momento. ¿Qué son las ondas P y S ?

– Ondas sísmicas -explicó el padre Álvaro, con un punto de impaciencia-. Las ondas S no se propagan en medio líquido. Son como vibraciones de la cuerda de un instrumento musical, ¿comprenden? El líquido no ofrece resistencia a doblarse. Las ondas P son distintas, de compresión. Como el sonido. El líquido les hace perder velocidad. Provocando un pequeño terremoto con explosivos, se registran las ondas en diferentes puntos… y, bueno, el resultado está claro. El núcleo produce una sombra de ondas S. Por el tamaño de la sombra podemos deducir el del núcleo líquido.

– Benazir -dijo Okedo hablando por la radio-, ¿tienes alguna explicación para eso?

La voz de Benazir titubeó.

– Parece que hay algo de material radiactivo interior. Eso lo calienta algo… por otro lado, el hielo es un buen aislante, de modo que el núcleo pierde calor muy despacio… Pero este cometa no tiene bastante masa como para mantener una bolsa de agua de ese tamaño en su interior. Creo que deberíamos hacer llegar una sonda hasta allí.

– ¿Cómo vamos a hacerlo? -Okedo arqueó las cejas-. Hay mucho hielo que retirar.

– He pensado algo -dijo Kenji, el ingeniero, un hombre muy joven y con aspecto de universitario-. Es un poco arriesgado, pero podría funcionar. Tenemos un máser de comunicaciones muy potente; pues bien, vaporizaremos unos cuantos miles de toneladas de hielo…

– ¿Cómo? -exclamó el sacerdote, asombrado.

– … aproximadamente un octavo de su masa, y llegaremos hasta lo que sea.

– ¿Tan sólo un poco arriesgado? -se mofó Okedo.

– No tenemos otra opción, comandante. No disponemos de nada que nos permita excavar lo bastante aprisa. Nos detendremos a unas decenas de metros por encima de la bolsa de agua, y terminaremos el trabajo con métodos más tradicionales.

El comandante arrugó la frente.

– Podemos estudiar el plan. De momento, doctora, ustedes deben regresar.

– ¿Tan pronto? -dijo Benazir, frustrada-. Comandante, es el peor momento. Nos preparábamos para introducir una sonda robot por una grieta. Tiene aspecto de ser bastante profunda.

– Las reglas son estrictas. -Okedo sacudió la cabeza-. Turnos de cuatro horas como mucho, una hora de descanso a bordo por cada hora al exterior. Teniente Shimizu, reúnanse y regresen.