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– Sí, nuestro Sol.

– Pero es de color verde…

– No, no. El Sol no es verde, pero lo ves verde por efecto del filtro. Sin él, el Sol, lastimaría vuestros ojos…

Los chavales se amontonaron, empujándose.

– Vamos, vamos, de uno en uno. A ver, ahora te toca a ti. Dejad que las chicas pasen primero, sed caballerosos.

Alexandra se inclinó sobre el ocular y exclamó: ¡Ohhh!

– Esas manchas oscuras que ves -le explicó el religioso acuclillándose junto a ella- son más grandes que el lago Aral, más grandes que toda la región de Ustyurt, más grandes que la Tierra entera.

– ¡Caray!

Álvaro pensaba que todo ser humano tenía algo dentro que le instaba a contemplar el Universo; no era algo que precisase meditación, simplemente les empujaba a desear comprender cómo funcionan las cosas. A comprender a Dios…

– La mancha que ves de mi lado es algo mayor que la Tierra; acaba de aparecer por efecto de la rotación…

– Gracias, hermano Álvaro.

– No me lo agradezcas a mí, Sandra, es tu Sol. Nuestro Sol. La única cosa que disfrutamos que es propiedad de todos.

En Italia solía llevar su telescopio por las calles montado sobre unas ruedas, y cuando un niño preguntaba ¿eso qué es? Respondía: Es un telescopio, ¿quieres mirar por él? Naturalmente que quería.

En una ocasión, escapó de noche del monasterio para, aprovechando que sus padres no estaban, montar su telescopio en casa de un chico.

Repitió esto varias veces, hasta que, finalmente, fue descubierto.

Fray Álvaro se estremeció. No quería recordar aquello; dolía como un nervio expuesto, al ser tocado por descuido. Era mejor encerrarlo en un rincón de su mente y tirar la llave…

Habían dicho cosas terribles de él… sus propios hermanos… Acusaciones nauseabundas. No quería recordar aquello…

El provincial le había dicho: Yo te creo, hermano. Creo en tu inocencia. Pero éste es también tu principal pecado, no es bueno mantenerse tan inocente en un mundo tan sucio como éste.

Después le destinaron a Alto-Amu. El lugar más remoto que lograron encontrar. Ignoraban el gran favor que le estaban haciendo.

Mirar el Universo es una cosa, comprenderlo es otra muy distinta.

Así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden…

Lenov golpeó con los nudillos la puerta del camarote de Susana.

– ¿Puedo pasar?

– Es mi turno de sueño, Lenov -respondió Susana desde el interior de su camarote-, ¿no puede regresar en otro momento?

– Es… importante.

– De acuerdo -respondió la mujer con tono de fastidio, y la puerta se abrió con un susurro neumático.

Susana estaba sentada sobre su litera, vestida con lo que parecía su uniforme habitual: pantalones cortos y camiseta. Había decorado las exiguas paredes con innumerables fotos de delfines y ballenas.

– Bonitas fotografías ¿Las ha hecho usted? -dijo el ruso acercándose.

– ¿Qué quiere? Tengo ganas de estar sola.

Lenov abrió los brazos.

– Siempre está sola.

– Ese es mi problema. ¿Ha venido ha decirme eso o está intentando ligar conmigo?

Lenov sonrió.

– Ni lo uno ni lo otro. En realidad, vengo a confesarle que no he jugado limpio con usted…

Se detuvo, esperando que Susana dijese algo; ella siguió contemplándole en silencio, con los brazos cruzados sobre el pecho. Lenov decidió continuar.

– Tomé una muestra del contenido de esa cápsula…

– ¿La… cápsula?

– … se la llevé al sargento Fernández, para que la analizara…

La etóloga estalló:

– Usted no tenía ningún derecho a…

– Por favor. -Alzó la palma de la mano-. En el tanque, sin duda que lo tengo. ¿Sabe lo que es? Qué tontería, claro que lo sabe. Un mejunje conocido como meta-éxtasis. Consulté la biblioteca de la nave: el meta-éxtasis es el nombre popular de una mezcla de drogas sintéticas. Usted se ha estado metiendo bajo el agua, en mi tanque, con esa droga corriendo por sus venas. Me decepciona usted, Susana.

Susana sonrió con sarcasmo.

– ¿No lo sabía? Ésa es mi especialidad: decepcionar. Siempre lo consigo. Sólo es cuestión de tiempo.

– Pero… no lo entiendo, ¿por qué hace algo así? -Deje de comportarse conmigo de esa forma tan paternalista. Usted no se parece en nada a mi padre.

Apenas lo hubo dicho, Susana comprendió que esto no era cierto. En realidad, Lenov sí se parecía a su padre; tenía el mismo aire de suficiencia, la misma actitud de héroe varonil capaz de controlar cualquier situación. Y el mismo inevitable atractivo.

– Creía que era usted ecologista -dijo él con tono de reproche-; que amaba lo natural, todo eso…

Susana tenía dos opciones; o lo expulsaba de su camarote con cajas destempladas (en cuyo caso él iría al momento a hablar con Okedo), o intentaba ser razonable. Decidió la segunda.

– ¿Cómo consigue comunicarse con los delfines? -preguntó.

– ¿Qué? -Lenov la miró confuso. Bien.

– Usted trabaja con delfines; habla con ellos, ¿cómo?

– Mediante un programa de ordenador, obviamente.

– Un traductor.

– Sí.

– ¿Y sabe quién descifró su lenguaje?

– Usted. Pero…

Susana tomó aliento.

– El ordenador tan sólo puede darle una traducción en los casos más sencillos. Su lenguaje es holístico.

– ¿Holoqué?

– Holístico. El todo es más que la suma de las partes, ¿comprende?

A Lenov, la expresión le recordaba a holografía. Asintió con la cabeza.

– No hay sustantivos, adjetivos, verbos, todo eso. La orientación del cuerpo del que habla, altera el significado del mensaje. No es lineal. Es como… un cuadro. Debe verse como un todo, no descomponerlo en partes. Consta de una trama de sucesos en el espacio-tiempo y sus ligaduras causales, formando… ¿cómo decirlo? Espere.

Escribió algo en una libreta y le mostró el resultado.

– Esto es una pálida imitación de lo que sería, escrito, el lenguaje de los delfines.

El ruso leyó:

adentro en que se odian dos colores

el tablero en su severo ámbito hasta

el alba mágicos fulgores

las formasen su grave rincón

los jugadores las lentas piezas

rigen irradian los demora

torre caballo alfil reina rey

homérica ligero oblicuo armada postrero

y peones agresores

– No entiendo nada -dijo confuso-. Trata sobre el ajedrez, eso seguro. Jugadores, tablero, las piezas, dos colores que se odian. Y esa línea final… Me rindo. ¿Qué es?

– Las dos primeras cuartetas de un soneto de Jorge Luis Borges:

En su grave rincón, los jugadores

rigen las lentas piezas. El tablero

los demora hasta el alba, en su severo

ámbito en que se odian dos colores.»

«Adentro irradian mágicos fulgores

las formas: torre homérica, ligero

caballo, armada reina, rey postrero,

oblicuo alfil y peones agresores…

Lenov movió la cabeza abstraído; contempló el papel mientras Susana pensaba en el soneto. Parecía singularmente adecuado para la situación que vivían.

Como en el ajedrez, todos eran peones. La mano del jugador gobernaba su destino. Y Dios mueve al jugador.

¿Qué dios detrás de Dios empezó la trama?

Lenov seguía examinando la hoja.

– Intente imaginar qué pasaría si nuestro lenguaje fuera el equivalente sonoro del dibujo.

– Entiendo lo que quiere decir…

Lenov miró a la mujer con admiración. ¡Mierda!, ella hablaba con los delfines sin ningún tipo de ayuda, excepto aquel silbato.

– Los sentidos humanos son… poco adecuados. En ocasiones no son lo bastante poderosos, en otras resultan poco sutiles.

– ¿Quiere decirme que necesita una droga para hablar con los delfines?

– Un fármaco que me ayuda a hablar con los delfines -rectificó ella, sentándose al borde de la litera-. Verá, cuando comprendí mis limitaciones sensoriales, intenté superarlas. Al principio tenía ideas muy románticas. Me interesé por lo oriental, la meditación, el desarrollo interior, todo eso. Había oído hablar de yoguis que podían permanecer enterrados durante horas… ¡Era justamente lo que necesitaba!

– ¿Y…?

– En su mayor parte, mentira. Falso, supercherías. Trucos de salón para convencer a unos cuantos crédulos… Créame, Lenov, sólo la Ciencia ha dado respuestas verdaderas a la Humanidad.

»Así que, entre el Ki y la Química, tuve que conformarme con la Química.

– Sigue pareciéndome peligroso.

– Lo es, para alguien que sólo busque paraísos artificiales; pero yo lo uso según prescripción médica. Me someto a chequeos regulares… Con su ayuda he logrado descender al fondo del Océano, y hablar con los delfines en su medio y con su lenguaje. No corro ningún peligro en su querido tanque.

Lenov lo pensó un momento. Después asintió lentamente.

– De acuerdo, aceptaré su palabra sobre eso…

– Gracias. -Susana le sonrió. Y por mí puedes irte al infierno.