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en todas las pantallas de la nave…

… disco solar crece con mucha más velocidad…

… no creo que el casco se caliente…

… un momento peligroso…

… esta nave tiene un duro pellejo…

… demasiado cerca del Sol…

… pensáis hacer si…

Susana rebulló. Intentó concentrarse en las palabras de Benazir, por encima del mare mágnum del puente.

– Nos ocultaremos tras la sombra del cometa -le explicaba la astrónoma-. Eso nos permitirá aguantar el tiempo suficiente para bajar y echarle una miradita.

– Pero ¿y si se desintegra?

– No hay problema. Esta nave ha sido diseñada para viajar impulsada por un pequeño sol. Claro que tendremos que alejarnos lo más rápidamente posible, pero…

– ¿Qué esperas encontrar ahí?

Benazir se distrajo un momento mirando el cometa. Éste seguía creciendo en la pantalla central.

Había recorrido un largo camino para llegar allí. Dos años antes del Exterminio, hastiada del fanatismo supersticioso de sus compatriotas, había abandonado su casa, sus amigos, y había huido hacia el Norte. Un joven mercenario fedayin le había ayudado a cruzar el Puente de Gibraltar. Fue inmediatamente enviada a Marte por la Velwaltungsstab. Sus hipótesis referentes al cometa Arat, fueron tomadas muy en serio por sus colegas europeos. Al principio esto la había desconcertado, eminentes científicos varones la escuchaban atentamente y con admiración. Sonrió. No eran tan igualitarios como presumían, aunque había de reconocer que se esforzaban en serlo.

– Perdona, ¿cómo has dicho? -preguntó volviéndose hacia Susana.

– ¿Qué esperas encontrar?

– Semillas.

– ¿Has dicho… semillas?

– Aja.

– Pero…

– Fred Hoyle sostenía que las epidemias de gripe, entre otras, tenían su origen en microbios procedentes del espacio. ¿Conoces la historia?

– Sí, afirmaba que la enfermedad no podía extenderse horizontalmente, de un enfermo a otro. Las epidemias eran similares en áreas de igual longitud geográfica.

– Exacto. Su argumento era que los vientos soplan en dirección más o menos paralela a las líneas de latitud y, según él, esperaríamos cambios en la difusión de las enfermedades en zonas de diferente latitud, pero no en las de diferente longitud.

»Cuando empezaron a aparecer las plantas alienígenas por toda la Tierra, aplicamos los diagramas de Hoyle sobre difusión de materia proveniente del espacio… y encajaban a la perfección.

Benazir señaló la pantalla, Susana se volvió, y contempló la esplendorosa cola cometaria.

– Esa cola está formada por gases, restos de materia, elementos diversos arrancados por la presión solar del núcleo del cometa. Éste va dejando tras de sí un rasto de escombros. En ocasiones la órbita de la Tierra puede atravesar estas corrientes meteóricas, interceptando los escombros cometarios que producirán periódicas lluvias de meteoros.

«Estrellas fugaces, un bonito espectáculo para disfrutarlo antes del Exterminio.

– ¿La Tierra atravesó el rastro del Arat?

– Sí. Qué casualidad, ¿verdad?

– Es… horrible.

– Al contrario, es perfecto. La esencia del viaje espacial rentable reside en reducir al máximo el uso de energía y materia, evitando así costes prohibitivos de transporte. Si queremos enviar una máquina muy compleja a, digamos… un año luz de distancia, nos resultará más práctico mandar la información necesaria para construirla, no la máquina en sí.

– Una semilla -comprendió Susana-, que a su llegada a un planeta adecuado, esto… germinaría, produciendo todos los instrumentos, ojos, oídos, transmisor de radio, etc., necesarios para estudiar el lugar y transmitir los resultados.

Susana empezaba a comprender las posibilidades de aquella biotecnología: sondas microscópicas, orgánicas, inundando la galaxia, moviéndose a velocidades relativistas, con un consumo de energía prudente, y un riesgo imperceptible de impacto meteorítico. Al ser tan ligeras, las aceleraciones violentas tendrían unos efectos inerciales mínimos; bastaría simplemente con dispararlas al espacio interestelar desde un satélite orbital. ¡O un cometa!

El padre Álvaro llevaba más de doce horas ininterrumpidas en el observatorio. En ese tiempo, solamente había comido un sandwich que le había traído Benazir. Se sentía agotado, pero feliz como un niño con un juguete nuevo.

La coma cubría ahora la mitad del firmamento visto desde la Hosbikaze. Pronto se sumergirían en ella; ya estaban lo bastante próximos como para distinguir su estructura interna. El halo de gases, que con tal claridad destacaba cuando estaban lejos, se había enturbiado al acercarse, hasta convertirse en una casi invisible neblina. Habían varias capas y subdivisiones en la coma, producto de la interacción de gases y polvos con la luz y el viento solar. La coma interna era rica en polvo, opaca y lechosa, con penachos irregulares de gas.

Por fortuna, esto limitaba el espacio para la búsqueda, ya que el núcleo debía estar en el centro de la coma. El padre Álvaro recordó haber leído sobre las dificultades que tuvo la sonda Giotto para localizar el núcleo del Halley.

Por fin, la nave penetró en la coma externa. El comandante ordenó una reducción de velocidad, a fin de dar más tiempo a la búsqueda y disminuir dicho riesgo.

La envoltura de gas era tenue, invisible a no ser por su fluorescencia azul. La coma interna era una ameba irregular no más grande que la Luna, con brillantes seudópodos. Los penachos de gas se elevaban como surtidores en un fuerte día de viento, curvándose lejos del sol, cambiando su configuración de hora en hora.

Era el resultado de la interacción de los gases ionizados con el viento solar y el campo magnético solar. El radar no les servía de ayuda, el polvo daba ecos muy confusos.

El sacerdote trataba de levantar un mapa de los penachos, cuando de su reloj de pulsera surgió el sonido de un carillón. Se levantó y cogió los documentos que necesitaría.

La reunión comprendía un grupo pequeño de personas: el comandante Okedo, Benazir, el padre Álvaro, Susana y el teniente Shimizu.

En ella, los dos astrónomos expusieron sus resultados. Susana apenas oía, absorta en la pantalla.

Los planetas y lunas no varían de aspecto excepto en los rasgos de sus atmósferas, si las tienen. Ahora, en cambio, los viajeros de la Hoshikaze veían a un pequeño mundo sufrir cambios espectaculares día a día. El Arat había desarrollado dos colas: una compuesta en su mayor parte de polvo, de color dorado-amarillo, que se curva graciosamente a lo largo de sesenta millones de kilómetros; la otra, azulada como la llama de un mechero Bunsen y compuesta por gases, recta y mucho más corta: sólo diez millones de kilómetros.

La distancia entre la nave y el cometa era casi igual que la de la Tierra a la Luna. Siguiendo con el plan previsto, la tripulación había lanzado una de las sondas, según una trayectoria que atravesaría las colas recolectando materia, tanto en forma de gas como de polvo. La bautizaron Kumotori, Pájaro de las Nubes.

– La envoltura de gases y polvo, cabellera o coma -explicó Benazir a los reunidos-, posee un radio de unos seis mil kilómetros: ¡tan grande como la Tierra misma! En ese volumen de 904.800 kilómetros cúbicos, deberíamos localizar el núcleo de apenas unos kilómetros de radio.

– ¿Le queda mucho tiempo de vida? -preguntó Shimizu.

– Tan sólo meses. La cola corta revela un contenido escaso en volátiles; la superficie debe estar casi toda ella formada de granulos sólidos de silicatos y materia orgánica, mezclados con bolsas de hielos de donde emerge la coma. Los cometas son bolas de nieve sucia. Éste es una bola de suciedad nevada.

– ¿Han averiguado algo más concreto? -preguntó Okedo- ¿Hay algo anormal en ese cometa?

– Nada de momento -dijo el franciscano-. Es perfectamente normal.

– El padre Markus nos advirtió sobre la posibilidad de una Civilización Galáctica asentada en las nubes de Oort -insistió Okedo-. Los cometas serían, entonces, sus medios de comunicación. Markus supone que los halos cometarios de las estrellas se interpenetrarían en sus extremos más alejados; mezclando sus cometas, y sus civilizaciones…

– El padre Markus es un hombre extraordinariamente heterodoxo -sonrió el padre Álvaro-, incluso para ser jesuita.

– ¿Usted no cree que esto sea cierto? -preguntó Okedo.

– No. La nube de Oort no puede extenderse mucho más allá de las cien mil unidades astronómicas. Es fácil demostrar que el agujero negro que ocupa el centro de la galaxia, a treinta mil años luz de nosotros, tiene fuerza suficiente para liberar de la débil atracción del Sol a cualquier cometa situado a distancias cercanas a las 200.000 u.a.

– Eso no es relevante, padre -le cortó Benazir, y se volvió hacia Okedo-. Comandante, ese cometa parece normal, pero me habría sorprendido si esto no fuera así. Es evidente que nuestros enemigos quieren permanecer ocultos, pero no debemos dar nada por sentado, en ningún momento.

– No voy a dar nada por sentado -dijo Okedo-. Déjeme eso a mí, es mi trabajo; sólo quiero saber si, en el caso de que existiera algo fuera de lo común en esa bola de nieve, usted lo detectaría.

– Sí, ésta es mi respuesta. He pasado toda mi vida estudiando los cometas. Notaría al instante que algo anda mal.

Los ojos le brillaban. Tendrían que confiar en ella, nadie se había posado jamás en un cometa.

Entraron en la coma interna. Era como viajar dentro de un enorme tubo de neón que parpadease con lentitud.

El casco registró muy pocos impactos, lo cual les tranquilizó. A Okedo solamente le inquietaban los chorros, que hacían balancearse un poco a la Hoshikaze al rozarlos. Por fortuna, la coma de un cometa no es muy densa; en condiciones normales, ese volumen de gas cabría perfectamente en una habitación.

Benazir creía haber localizado el punto de emergencia de los chorros de gas, que sería el núcleo. No estaba muy segura, ya que los chorros variaban mucho en intensidad y dirección, debido a la rotación del núcleo.

Y al fin lo consiguió. Señaló con ademán triunfal un punto en la pantalla. De él surgían grandes penachos de luz, como una gloriosa corona… y, casi invisible, una manchita oscura en la que ninguno de ellos se habría fijado. El comandante Okedo ordenó igualar velocidades.