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Lion Doyle se fijó en el grupo situado en el otro extremo de la barra. Eran periodistas, se notaba a la legua. Dos de ellos iban disfrazados de paramilitares: pantalones verdes de camuflaje, chalecos caqui, botas negras altas atadas con cordones.

Reconocía a los periodistas a la legua por su manía de vestirse con prendas militares cuando les enviaban a cubrir alguna guerra. Muchos jamás pisaban el frente, y lo más cerca que estaban del conflicto era en el bar de un hotel de lujo situada a veces a cientos de kilómetros del peligro real. Ahora mismo, Kuwait estaba repleto de periodistas vestidos de camuflaje que informaban de la tensión en la zona, desde la piscina del hotel.

Otros se jugaban el pellejo esquivando los controles que siempre intentan imponer los mandos militares, no importa de qué bando sean.

Había conocido a periodistas realmente valientes, que a su juicio tenían la audacia de los fanáticos convencidos de que su misión era informar desde el mismísimo infierno para que los ciudadanos conocieran la verdad. Pero ¿qué verdad?

– ¡Vaya, pero si es Lion!

Al escuchar su nombre se puso tenso antes de darse la vuelta y encontrarse con una mujer a la que conocía.

– Hola, Miranda.

– No me digas que estás en Ammán de vacaciones.

– No, no estoy de vacaciones.

– Estás de paso para ir a…

– A Irak, como tú.

– La última vez nos vimos en Bosnia.

– La última y la primera, si no recuerdo mal.

– Y me contaste que estabas conduciendo camiones de una ONG que llevaba alimentos a los pobres bosnios, ¿no es así?

– Vamos, Miranda, no seas rencorosa.

– ¿Por qué había de serlo?

– Quizá porque tuve que irme de Sarajevo sin tiempo para despedirme.

Miranda soltó una carcajada al tiempo que se le acercaba y se ponía de puntillas para llegarle al mentón y darle un par de besos. Luego le presentó a otro hombre que a su lado contemplaba divertido la escena.

– Éste es Daniel, el mejor cámara del mundo. Y éste es Lion. Lion no sé qué más.

Lion no dijo su apellido y estrechó la mano de Daniel. El cámara, mucho más joven que él, no debía de tener más de treinta años y llevaba una coleta cuidadosamente recogida con una goma. Le cayó bien porque no iba disfrazado de militar, sino que al igual que Miranda llevaba vaqueros, botas, un jersey grueso y un anorak.

– ¿A quién vas a socorrer? -quiso saber la mujer. -A nadie, ahora te hago la competencia.

– ¡No me digas! ¿Y cómo?

– No te lo dije en Sarajevo, pero trabajo como fotógrafo para una agencia.

Miranda le miró con desconfianza. Ella conocía a todos los corresponsales de guerra, no importa de qué país fueran. Se encontraban en todos los conflictos, en la región de los Lagos, en Sarajevo, en Palestina, en Chechenia… Y Lion no era uno de ellos, de eso estaba segura.

– Soy fotógrafo, pero no de prensa -le dijo él consciente de la desconfianza que había despertado en Miranda-. Hago fotos para catálogos comerciales y, bueno, cuando falta trabajo, también hago bodas. Ya sabes, sesiones fotográficas de parejas que quieren conservar un álbum sobre el feliz día de su boda.

– Entonces… -quiso saber Miranda.

– Entonces, el jodido trabajo escasea, y a veces tengo que hacer otras cosas, como conducir camiones o lo que se tercie. La agencia que me contrata para los catálogos también tiene contactos con la prensa. El dueño me dijo que ahora Irak interesa a los periódicos y que si era capaz de hacer buenas fotos las podría colocar. Así que voy a probar suerte.

– ¿Y cómo se llama la agencia? -quiso saber Daniel.

– Photomundi.

– ¡Ah, les conozco! -afirmó Daniel-. Contratan a los fotógrafos por obra, les hacen encargos y a veces les dejan tirados sin comprar las fotos. Espero que lo de Irak te salga bien porque si no te va a costar el dinero de haber venido.

– Ya me está costando -dijo Lion.

– Bueno, si te podemos echar una mano… -se ofreció Daniel.

– Os lo agradeceré porque yo no soy periodista; si me., orientáis me vendrá bien. No es lo mismo fotografiar una lata de espárragos para un catálogo que una guerra.

– Desde luego que no es lo mismo -dijo Miranda con el mismo tono de desconfianza.

Daniel no parecía tan desconfiado como su compañera e invitó a Lion a unirse al grupo de periodistas que estaban al otro lado de la barra.

Lion dudó un segundo. No quería rozarse con los periodistas más de lo necesario, pero tampoco podía rechazar la invitación del confiado cámara que acompañaba a Miranda. Se unió a ellos y le presentaron a una docena de corresponsales de guerra de distintos países que estaban organizando el viaje a Irak.

No le hicieron mucho caso. No le conocían, y el que Miranda le presentara como un fotógrafo de catálogos que quería probar suerte como reportero de prensa provocó en todos ellos un sentimiento de suficiencia. Le miraban con condescendencia; ellos estaban curtidos en el campo de batalla, y entre whisky y whisky le contaron que habían tocado la muerte con las manos y visto horrores de los que no se repondrían jamás.

Al día siguiente temprano saldrían en varios coches alquilados en dirección a Bagdad y le invitaron a unirse a ellos, previo pago de la parte correspondiente del alquiler del vehículo. Lion preguntó cuánto le costaría y después de simular que echaba cuentas les dijo que sí, lo que le valió unas cuantas palmadas en la espalda.

Por la mañana estaban todos somnolientos en el vestíbulo del Intercontinental. No parecían la misma tropa alegre de la noche anterior. Los efectos del alcohol y la falta de sueño habían dejado su huella en la mayoría de ellos.

Daniel fue el primero en verle y levantó la mano a modo de saludo, mientras Miranda torcía el gesto.

– ¿Qué te pasa con tu amigo? -quiso saber Daniel.

– No es mi amigo, le conocí cerca de Sarajevo en medio de un tiroteo. En realidad, casi se puede decir que me salvó la vida.

– ¿Qué pasó?

– Un grupo de paramilitares serbios atacaba un pueblo cercano a Sarajevo. Ese día estaba allí con varios colegas de otras televisiones. Los tiroteos nos pillaron en medio. No sé cómo pasó, pero de repente me vi sola en la calle, escondida entre dos coches y con las balas rozándome. Había un francotirador en alguna parte. De repente apareció Lion, no me digas por dónde ni cómo. Sólo sé que le vi a mi lado, me obligó a agachar la cabeza, y me sacó de allí.

»Los serbios podían haber decidido liquidarnos a todos, pero ese día concluyeron que les era más rentable salir en la televisión, así que pudimos marcharnos. Lion me metió en un camión y me llevó a Sarajevo. La verdad es que me impresionó cómo se manejaba en aquella situación. Parecía… parecía un soldado, no un camionero. Cuando me puso a salvo quedamos en vernos más tarde. Desapareció. No le volví a ver hasta anoche.

– Pero no te olvidaste de él.

– No. No me olvidé.

– Y ahora tienes sentimientos encontrados, no sabes qué pensar, y sobre todo no sabes si quieres estar cerca de él. ¿Me equivoco?

– ¡Vamos, Daniel, que pareces psicoanalista!

– Es que te conozco muy bien -respondió Daniel con una sonrisa.

– Es verdad. No nos hemos separado en los últimos tres años. Paso más tiempo contigo que en mi casa.

– El trabajo es el trabajo. Esther se queja de lo mismo, de que estoy más contigo que con ella, y además, cuando llego a casa estoy agotado.

– Qué suerte has tenido con Esther…

– Sí, es estupenda. Otra me habría puesto de patitas en la calle.

– No sé por qué has querido venir cuando estáis a punto de tener un niño.

– Porque somos periodistas y debemos estar donde pasan las cosas, y ahora el lugar es Irak. Esther lo comprende. Al fin y al cabo ella también es del oficio, aunque haga reportajes sobre la familia real.

Lion compartió un todoterreno con Miranda, Daniel y dos cámaras alemanes.

Miranda no parecía de buen humor, y permaneció callada buena parte del viaje sin participar de la conversación de Daniel con sus colegas.

Lion no se engañaba respecto a Miranda. Pese a su aspecto frágil, era una mujer curtida no sólo como corresponsal de guerra sino en otras batallas, en las de la vida.

Aunque delgada y bajita, no mediría ni uno sesenta, con el cabello negro muy corto y los ojos de color miel, Miranda se le antojaba a Lion una fuerza de la naturaleza. La mujer tenía genio, sabía imponerse y sobre todo parecía no tener miedo. Cuando la conoció en aquel pueblo de Sarajevo le sorprendió que a pesar de la situación no se pusiera histérica.

La carretera a Bagdad era tan larga como polvorienta. Había más tráfico de lo habitual, pues las ONG preferían llevar sus cargamentos desde Ammán; se cruzaron con dos convoyes de camiones, además de con autobuses en las dos direcciones. En la frontera de Jordania con Irak un autobús repleto de iraquíes intentaba convencer a la policía de fronteras de Irak para que les dejaran pasar. Algunos tuvieron suerte; otros, una vez examinados sus papeles, fueron detenidos con malas maneras.

Los periodistas se bajaron de los coches para tomar imágenes de la escena y preguntar qué pasaba. No recibieron respuesta, pero sí amenazas, por lo que decidieron continuar. Querían evitar los problemas antes de llegar a su destino.

El hotel Palestina había conocido tiempos mejores. A Lion le costó conseguir una habitación. No había nada sin reserva, le dijo un amable recepcionista desbordado por la avalancha de periodistas que se amontonaba ante el mostrador reclamando sus habitaciones. Lion optó por darle una propina capaz de ablandarle.

Cien dólares le abrieron la puerta de una habitación en la planta octava. El grifo del baño goteaba sin cesar, las persianas no se podían bajar y la colcha de la cama necesitaba ir a la tintorería, pero al menos tenía un techo bajo el que resguardarse.

Sabía que encontraría a los periodistas en el bar en cuanto hubieran dejado los equipajes en las habitaciones. Ninguno comenzaría a trabajar hasta el día siguiente, aunque ya empezaran a buscar a sus intérpretes y guías. El Ministerio de Información contaba con un centro de prensa que proporcionaba intérpretes a los periodistas extranjeros, aunque algunos procuraban buscarlos por su cuenta, conscientes de que las autoridades exigían información a los intérpretes oficiales sobre los periodistas que acompañaban.

– Necesitarás alguien que te acompañe -le dijo Daniel cuando se encontraron en el bar.