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GONZALO ROMERO

A su primo Serafín cuando llegó oliendo todavía a basurero le dijo que aquí en el norte había chamba para todos, de manera que Serafín y Gonzalo no se iban a pelear por los territorios, más siendo primos, y más trabajando para ayudar a los paisas, pero sí le advertía que ser asaltante del otro lado de la frontera era una cosa y una cosa peligrosa, eso no lo intentaba nadie desde Pancho Villa y en cambio ser pasador como Gonzalo, lo que llamaban coyote en California, pues era un trabajo hasta honorable, por decirlo así una de las profesiones liberales como decían los gringos: reunido con sus colegas, unos catorce chavos como él de veintitantos años, sentados en las trompas de los carros estacionados, esperando a los clientes de esta noche, no los ilusionados que están en la manifestación frente al puente, sino los clientes seguros que van a aprovecharse de la noche confusa de la frontera para hacer el paso a estas horas y no de día como recomiendan los coyotes; se conocen de memoria el Río Grande, el Río Bravo, El Paso, Juárez: no se van a lo más fácil de vadear, la cintura estrecha del río, porque allí se juntan los rateros, los yonquis, los pequeños traficantes de droga, Gonzalo Romero tiene organizada hasta una flotilla de balsas de hule para cruzar a los que no saben nadar, a las mujeres preñadas, a los niños, cuando el río de veras se vuelve grande, de veras se vuelve bravo, ahora está mansito y el paso va a ser fácil, además todos están distraídos con la famosa manifestación, no se darán cuenta, vamos a pasar de noche, somos profesionales, sólo cobramos cuando el trabajador llega a su destino y entonces -le dijo Gonzalo a su primo Serafín- todavía hay que repartirse la ganancia con choferes y administradores de lugares seguros, y a veces hay gastos de teléfono y de avión, vieras todos los que apuntan a Chicago, a Oregon, porque allí hay menos vigilancia, menos persecución, no hay leyes como la 187, un pueblo entero de Michoacán o Oaxaca junta todos sus ahorros para que uno de ellos pueda pagar mil dólares y llegar en avión a Chicago:

– ¿Qué sacas de esto, Gonzalo?

– Pues unos treinta dólares por persona.

– Mejor únete a mi banda -rió Serafín-. Te lo juro por tu madre que allí está el futuro.

La confusión de la noche apremiada y fría le permitió a Gonzalo Romero pasar a cincuenta y cuatro trabajadores. Sólo que ésta fue la noche de malas y más tarde, en su casa de Juárez con los hijos y la mujer de Gonzalo, llorando todos, el primo Serafín comentó que cuando todo parece tan fácil hay que estar precavido, seguro que algo va a chingarse, es la ley de la vida y el que crea que todo le va a salir bien todo el tiempo pues no pasa de ser un gran tarugo, dicho sea sin ofender al malogrado primo Gonzalo.

Fue como si esta noche los empleadores texanos se hubieran puesto de acuerdo para joder a la gente que pasa, atizados por la manifestación de brazos levantados, y de los cincuenta y cuatro reunidos por Gonzalo Romero junto a una gasolinera en las afueras de El Paso, los contratadores desde su troca dijeron primero que eran demasiados, ellos no podían contratar a cincuenta y cuatro mojados, aunque los que quisieran trabajar a un dólar la hora, pues serían aceptados y aunque les hubieran dicho que les darían dos dólares la hora, todos levantaron la mano, y entonces los contratadores dijeron, no, son muchos todavía, a ver cuántos se vienen con nosotros por 50 centavos la hora. Como la mitad dijo que estaba bueno, la otra mitad se quedó azorada, empezó a encabronarse, pero el empleador les dijo que se regresaran pronto a México porque él iba a darle aviso a la patrulla fronteriza. Los marginados empezaron a insultar a los contratados y éstos a tratar a los que se quedaron de pinches mendigos y que se dieran prisa en largarse porque había mucho ánimo contra ellos en estas partes.

Romero los empezó a juntar, ni modo, no les cobraría, él solo cobraba cuando entregaba al trabajador al patrón, por eso era respetado en la frontera, tenía palabra, era un profesional, oigan, les dijo, hasta estoy entrenando a mis hijos para que de grandes sean pasadores como yo, coyotes como les dicen en California, así de honorable me parece mi pinche profesión…

Fue entonces cuando la noche del desierto se llenó de un eco de tormenta que Gonzalo Romero trató de ubicar en el cielo; pero el cielo estaba limpio, estrellado, dibujando las siluetas negras de los álamos, perfumado por el incienso de los piñones. ¿Venía el temblor de las profundidades de la tierra? Gonzalo Romero pensó por sólo un momentito que la costra de mezquite y creosote era la coraza de esta llanura del Río Grande y ningún terremoto podía vencerla; no, el estruendo, el temblor, el eco, venían de otra coraza, la de asfalto y alquitrán, la línea recta de las carreteras de la llanura, las ruedas de las motos calcinando el desierto, los motores en llamas, como si sus luces fueran fuego y sus jinetes guerreros de una horda inmencionable: vieron los brazos tatuados con insignias nazis, las cabezas rapadas, las sudaderas con las palabras de la supremacía blanca, las manos levantadas en el saludo fascista, los puños agarrando tarros de cerveza, veinte, treinta de ellos, sudando cerveza y pickle y cebolla, que de repente rodearon a Gonzalo Romero y el grupo de trabajadores, crearon un círculo de motos, empezaron a gritar supremacía blanca, muerte a los mexicanos, vamos a invadir México, más vale empezar ahora, salimos a matar mexicanos y a quemarropa dispararon, cada uno sus rifles de alto poder, contra Gonzalo Romero, contra los veintitrés trabajadores y luego, cuando todos estaban muertos, uno de los skinheads bajó de la moto y revisó con la punta de la bota la cabeza sangrante de cada uno, habían apuntado bien, a las cabezas, y uno de ellos se puso la gorra sobre la cabeza rapada y le dijo a nadie, a sus compañeros, a los muertos, al desierto, a la noche:

– ¡Hoy traía yo muy abierta la válvula de la muerte!

Mostró los dientes. En la parte interna del labio inferior tenía tatuado WE ARE EVERYWHERE.

Disfrazado de abogado francés, Benito Juárez llegó a refugiarse en El Paso del Norte porque los franceses no le dejaron más que ese recodo del río bravo, río grande, para defender su república mexicana: llegó con su carroza negra y sus carretas llenas de papeles, cartas, leyes, llegó con su capa negra, su traje negro, su chistera negra, él mismo oscuro como el lenguaje más antiguo, como la olvidada lengua indígena de Oaxaca, él mismo oscuro como el tiempo más antiguo, cuando no había ayer ni mañana, pero no lo sabía: era un abogado mexicano liberal admirador de Europa traicionado por Europa que ahora estaba refugiado en el recodo del río bravo, río grande, sin más reliquias para su éxodo que los papeles, las leyes por él firmadas, iguales a las leyes de Europa, mira Juárez al otro lado del río, a Texas y a su prosperidad creciente, allí donde España había dejado sólo las huellas en la arena de los pies de Cabeza de Vaca y México literalmente sólo una cabeza de vaca enterrada en la arena, la Texas gringa fundó urbes comerciales, atrajo inmigrantes de todo el mundo, cuadriculó su territorio de vías férreas, multiplicó el pan y el ganado y recibió el regalo del diablo, los veneros de petróleo, sin necesidad de persignarse; "Texas es tan rica que el que quiera vivir pobremente debe irse a otra parte, Texas es tan saludable que el que quiera morirse debe irse a otro lado"; mírenme, les dice Juárez desde el otro lado del río, yo no tengo nada y hasta olvidé lo que tuvieron mis abuelos, pero quiero ser como ustedes, próspero, rico, democrático, mírenme, compréndanme, mi carga es otra, quiero que nos gobiernen leyes, no tiranos, pero tengo que crear un estado que haga respetar las leyes sin caer en despotismos; y Texas no miró a Juárez sólo miró a Texas y Texas sólo vio a dos presidentes cruzar el puente para visitarse y felicitarse, Howard Taft gordo como un elefante que de verlo pasar el puente todos temieron que no lo resistiera, inmenso, sonriente, con ojos pícaros y bigotes de domador de circo, Porfirio Díaz ligero y flaco debajo del peso de sus medallas incontables, indio oaxaqueño enteco a los ochenta años, con bigotes blancos, ceño fruncido, aletas anchas y ojos tristes de guerrillero envejecido, los dos felicitándose de que México comprara mercancías y Texas las vendiera, de que México vendiera tierras y Texas las comprara, Jennings y Blocker más de un millón de acres de Coahuila, la Texas Company casi cinco millones de acres en Tamaulipas, William Randolph Hearst casi ocho millones de acres en Chihuahua, ellos no vieron a los mexicanos que querían ver a México entero, herido, oscuro, manchado de plata y engalanado de lodo, su vientre empedrado como el de un animal prehistórico, sus campanas quebradizas como una copa de vidrio, sus montañas encadenadas las unas a las otras como en una vasta prisión orográfica, su memoria temblorosa: México su sonrisa frente al pelotón de fusilamientos. México su genealogía de humo: México sus raíces tan viejas que decidieron mostrarse sin pudor, sus frutos estallando como estrellas, sus cantos quebrándose como piñatas, hasta acá llegaron los hombres y mujeres de la revolución, desde aquí salieron, en la margen del río grande, río bravo se detuvieron, mostrándole a los gringos las heridas que queríamos cerrar, los sueños que necesitábamos soñar, las mentiras que debíamos expulsar, las pesadillas que debíamos asumir, nos mostramos y nos vieron, fuimos una vez más los extraños, los inferiores, los incomprensibles, los enamorados de la muerte, la siesta y el andrajo, amenazaron, despreciaron, no comprendieron que al sur del río grande, río bravo, por un momento, en la revolución, brilló la verdad que queríamos ser y compartir con ellos, distintos de ellos, antes de que regresaran las plagas de México, la corrupción y el abuso, la miseria de muchos, la opulencia de pocos, el desdén como regla, la compasión excepcional, igual que ellos; ¿habrá tiempo, habrá tiempo, habrá tiempo? ¿habrá tiempo para vernos y aceptarnos como realmente somos, gringos y mexicanos, destinados a vivir juntos sobre la frontera del río hasta que el mundo se canse, y cierre los ojos, y se pegue un tiro confundiendo la muerte y el sueño?

LEONARDO BARROSO

¿De qué hablaba Leonardo Barroso un minuto antes? Casi le escupía al celular, reclamando los gastos que le estaban ocasionando las bandas de asaltantes de trenes, los émulos de Pancho Villa, ¡en pleno fin de milenio!, amontonando debrís afuera de las terminales, robando los envíos de las maquilas al norte, contrabandeando trabajadores: ¿sabía Murchinson lo que costaba detener un tren, investigar si había ilegales a bordo, mandar al carajo los horarios, reponer las mercancías robadas, hacer que llegaran a tiempo los pedidos exportados por la maquila a sus destinarios, cumplir con los compromisos, en una palabra? ¿En qué pensaba Leonardo Barroso un minuto antes? La amenaza se había repetido esa mañana. Por celular. Los territorios había que respetarlos. Las responsabilidades también. En cuestiones de narcotráfico sólo hay latinoamericanos culpables, señor Barroso, mexicanos, colombianos, nunca norteamericanos; ése es el eje del sistema, en los EEUU no puede haber un solo narcobarón como Escobar o Caro Quintero, los culpables son los que ofrecen, no los que piden, en los EEUU no hay jueces corruptos, ése es monopolio de ustedes, aquí no hay pistas de aterrizaje clandestinas, aquí no se lava dinero, señor Barroso, y si usted cree que nos puede chantajear revelando el pastel para salvar su propio pellejo y de paso quedar como un héroe de la patria, le va a costar caro, porque aquí se juegan millones de millones, usted lo sabe y toda su estrategia consiste en invadir territorios que no son suyos, señor Barroso, en vez de contentarse con las migajas usted quiere apropiarse del banquete, señor Barroso… y eso no puede ser…