La llamada había sido de por sí atípica: Roberto que pedía hora para una entrevista individual. Argumentaba que, dada la situación, no tenía sentido seguir asisitiendo a las sesiones con Cristina antes de que ellos conversaran a solas por lo menos una vez.

Fiel a su ética profesional, Laura le había preguntado si Cristina sabía que la había llamado y de su propuesta, ante lo cual Roberto le aseguró que no sólo lo sabía sino que además lo aceptaba; de hecho, Cristina nunca había estado demasiado de acuerdo ni siquiera en ir a la primera consulta, añadió.

A las tres de la tarde Laura le abrió otra vez la puerta de su consultorio y lo invitó a sentarse.

– ¿Un té? -preguntó.

– Sí, gracias -contestó Roberto.

Al acercarle la taza Laura descubrió que Roberto tenía hermosos ojos castaños y se lamentó de no haberlo notado antes.

– Creo que la vez pasada vine con una excusa -empezó Roberto-, quiero decir, me parece que desde hace mucho tiempo sé que mi relación con Cristina no funcionará.

– ¿Y entonces?

– Como Fredy siempre me dice, a veces me cuesta darme cuenta de que la verdad es la única posibilidad. Invento realidades alternativas que conducen a situaciones inútiles.

Vine porque pienso que me podrías ayudar con algunas cosas que no tengo del todo resueltas.

– Se supone que para eso está tu terapia con Fredy.

– Fredy es mi amigo, aunque muchas veces me ayude a ver lo que me cuesta ver solo. El caso es que desde que escuché lo que escribiste sobre mi cuento de Egroj empezó a rondar en mi cabeza la idea de conocerte. En ese momento no sabía si quería volver a empezar una terapia o charlar en una mesa de café, pero sabía que no quería dejar de darme esa posibilidad. Así que llamé para pedir una hora y cuando me preguntaste si “nos” iba bien el jueves, me enteré de que se suponía que debía venir en pareja. Entonces me pareció que era una buena idea invitar a Cristina, así podría resolver dos temas de una sola vez: conocerte y terminar de definir mi situación con ella. Eso es todo.

– ¿Y ahora?

– Ahora he leído algunas de las cosas que escribiste para el libro…

– ¿Cómo fue eso? -interrumpió Laura.

– Le pedí a Fredy que me leyera algunas de las cosas que habéis escrito, y a medida que las escuchaba me daba cuenta de que tú eras la persona con la que yo quería seguir creciendo.

La entrevista se prolongó mucho mas allá de los sesenta minutos previstos. Roberto le pareció a Laura un hombre muy interesante, inteligente, sensible, creativo, fresco y seductor.

Hablaron sobre su trabajo, sobre el de ella, sobre parejas, sobre el amor, sobre la muerte del romanticismo, sobre el sexo y sobre las diferencias culturales arquetípicas entre hombres y mujeres.

Casi en ningún momento Laura se sintió ocupando el lugar de terapeuta, en todo caso, y a ratos, el de una maestra con algún camino más explorado; el resto del tiempo simplemente se sintió como una mujer frente a un hombre que contaba sus experiencias y sostenía posturas tan diferentes como encantadoras.

A las cinco y diez sonó el teléfono del consultorio y Laura habló por unos tres minutos con una paciente. Nada más colgar se acercó a donde estaba Roberto.

– Bueno -le dijo sin sentarse- creo que por hoy es suficiente.

– ¡Cinco y cuarto! -exclamó él mirando su reloj.

Roberto se puso de pie.

– ¿Cuánto te debo? -preguntó.

– Nada -dijo Laura.

– No, por favor, es tu trabajo -insistió Roberto.

– Esto no fue trabajo -le dijo Laura honestamente.

– Me encantó nuestra charla -dijo Roberto.

– A mí también -repuso Laura.

Roberto demoró la pregunta hasta llegar a la puerta:

– ¿Podemos volver a vernos? Me gustaría ser yo quien te invite a tomar un té.

Laura se sintió descubierta, aunque de alguna manera esperaba ese comentario. No sabía si lo deseaba para aceptarlo o para confirmar la validez de las sensaciones que la invadían. Laura había aprendido que, cuando no sabía, debía decir lo que dijo:

– No sé… -contestó abriendo la puerta.

Se despidieron con un beso en la mejilla, y cuando Roberto levantó la mano en señal de último saludo, Laura quiso agregar:

– Llámame.

Esa noche llegó a su casa, encendió el ordenador y escribió:

Fredy

Algún día estuvimos de acuerdo en que uno de los objetivos del libro sería desmitificar el amor, la pareja, el sexo; poner todo en el lugar que ocupa para nosotros, sin tantas ideas preconcebidas ni mandatos, un poco más leve, más real.

Creo que en un primer momento esta posición es inquietante, pero no dudo de que luego es muy relajante.

El amor romántico murió.

Tendríamos que determinar de qué hablamos hoy cuando hablamos del amor. Creo que es una pregunta fuerte con la que el libro tiene que trabajar.

Tú dices: Amor es que alguien me importe. “Si alguien me importa quiere decir que lo quiero y si ya no me importa será que no lo quiero más”.

Sin embargo, yo pienso que el amor sigue incluyendo una sensación física, no sé cómo definirlo. Me pasa con todas las personas que quiero. En los momentos de más intensidad es como si se me abriera el pecho, en lo cotidiano, como un bienestar físico. Me pasa con amigos, con mi familia, con mi ex marido y hasta con algunos pacientes. Me alegra verlos o hablar con ellos. Pero no me pasa con todos, con algunos sucede y con otros no. Por supuesto que no es contradictorio con lo que tú dices: esa gente me importa; pero para mí hay más.

Hay gente que me llega hasta el alma.

Cuando me separo de Estela, que vive en Córdoba, o de Nana cuando viaja a Chile, siento como un dolor en el pecho, que no sucede cuando me alejo de otras personas.

No me gusta esta manera de definirlo, no es nada clara, pero por ahora no me sale otra.

Amar tiene que ver con la decisión de dejar entrar al otro, con bajar mis defensas con abandonar mi desconfianza, con animarme a salir de mis ideas rígidas en su honor y ponerme en actitud de ver cómo es, cómo se mueve y cómo piensa, sin intentar que piense como yo o que haga lo que yo pienso; tiene que ver con no intentar forzarme a ser como yo creo que a él le gustaría.

Creo que el amor es algo que va sucediendo. Pero para llegar a eso hay que atravesar los prejuicios que nos impiden el amor. Y uno de esos prejuicios es nuestra definición cultural de “pareja”.

¿Qué es una pareja? ¿Qué es lo que hace que dos personas sean una pareja? Tú siempre mencionas el proyecto en común. Nunca se me hubiera ocurrido; yo pienso que son otras cosas, pero te escucho.

El placer de estar juntos, ésta sería otra definición.

Obviamente, si sólo valoro su belleza, cuánto dinero tiene o cuánto me quiere, eso me impedirá conectarme con lo que me pasa estando con él.

Podría decir que desde el placer de estar con otro tomamos la decisión de compartir la mayoría de las cosas con esa persona, y ésa es una decisión interna. Ni siquiera tiene que ver con quien uno vive, ni siquiera es voluntaria. Más bien es algo que OCURRE cuando nos sentimos unidos a otro de una manera diferente. Es un compromiso interno y especial que sentimos cuando ambos estamos presentes.

Presencia… ¿Qué es presencia? Estar en el aquí y ahora es quizás la parte más importante de este desafío. Es necesario aceptar sin falsas modestias que lo que hace al presente tan especial y tan diferente del pasado y del futuro es, sin lugar a dudas, mi presencia. Esto está ocurriendo verdaderamente, está disponible y yo lo estoy viviendo.

Estar en el aquí y ahora, el «continuo del darse cuenta» (como lo explicaba Fritz Perls) es una técnica, un método, e incorporarlo es como aprender a andar en bicicleta; al principio necesitas unas ruedecitas para no caerte, necesitas estar pendiente del equilibrio y es bien difícil. Pero con la práctica llegamos al punto de automatizar y empieza a suceder inexplicablemente el fluir en el andar sin tener que ocupar tu mente en mantener el equilibrio.

En nuestra propuesta este fluir (que se puede aprender y automatizar) es la presencia.

El trabajo psicológico que hacemos se coloca, así, al servicio del desarrollo espiritual. El yo rígidamente estructurado nos impide el acceso a nuestro verdadero ser, de modo que nuestra desestructuración personal se convierte en un vehículo para lo absoluto, y el principal obstáculo es que no sabemos estar presentes en nosotros mismos.

¿Cómo estar presentes en los lugares en los que no queremos estar presentes? ¿Cómo estar presentes en los lugares de donde únicamente queremos huir?

Esos lugares que detestamos son los lugares donde nunca aprendimos a estar, situaciones en las que nadie nos enseñó a estar y antes bien aprendimos a huir de ellos.

Tenemos que desarrollar la capacidad de estar allí nuevamente.

Nos imaginamos que es imposible estar en lugares dolorosos y, en consecuencia, creemos que la única salida es reaccionar: volvernos introvertidos, atacar, culpar o escapar.

Después de haber vivido muchos años en esta actitud, esos lugares quedaron abandonados. A causa de este vacío de presencia, quedó internamente una especie de agujero negro, hay un pedazo que falta.

Las historias que nos contamos parten de la idea de que si nos metemos en nuestra pena, nunca vamos a salir de ella; si nos entregamos a nuestra tristeza, vamos a quedar atrapados allí. Es peligroso volver a ese lugar, lo imaginamos cubierto de oscuridad, cuando en realidad lo único que hay allí es falta de presencia.

Por eso tenemos que aprender la manera de estar presentes en aquel lugar, porque allí es donde vamos a curarnos a nosotros mismos.

Si podemos estar presentes en ese dolor, donde nunca habíamos estado, comenzaremos a encontrar nuestra fuerza. Y entonces, otra vez, en el encuentro con nosotros mismos, el encuentro con el otro se hace posible. Estamos los dos presentes. Y de esto se trata.

Uno de los problemas de nuestra actitud desmistificadora es que atenta contra toda la tradición cultural basada en que con el casamiento se resuelve todo. Todas las historias de amor terminan con un final feliz: “Se casaron, fueron felices y comieron perdices…”. Despertemos a los distraídos: La pareja no es eso.