Si tu respuesta es sí, como espero, escríbeme diciéndome a qué número debo pedirle que te llame.

Gracias por adelantado.

Fredy

Laura escribió enseguida un breve mensaje. Le había encantado el título inspirado en Yourcenar, sintetizaba en una frase gran parte de lo que querían transmitir. Sin lugar a dudas podría atender a Roberto en algunas consultas, mandaba para eso su dirección, teléfonos y horarios de consultorio.

De todo lo demás, su mensaje no decía una palabra. Laura sabía, pese a no mencionarlo, que la invitación que Fredy le hacía sobre “seguir intentando” la había movilizado y que esto la tendría ocupada un buen rato.

CAPÍTULO 14

– Hola, ¿Laura? -había dicho la agradable voz a primera hora del lunes.

– Sí -contestó ella.

– Mire, yo soy el paciente del que le habló el Dr. Daey.

– Ah, sí. ¿Qué tal Roberto?

– Qué agradable saber que usted recuerda mi nombre…

Por un momento Laura no supo qué decir, la respuesta era demasiado intimista para una persona a la que no conocía. A lo mejor se había equivocado al llamarlo por su nombre, quizá se estaba persiguiendo y Roberto estaba sinceramente sorprendido y agradado de no recibir la respuesta fría de un contestador automático.

Laura recordó la primera vez que se animó a contactar a un terapeuta: después de varios días de tomar coraje llamó y una voz metálica le contestó:

“Este es el consultorio de la Dra H… No podemos atender su llamada. Inmediatamente después de la señal deje su nombre, apellido y número de teléfono. Le llamaremos en cuanto nos sea posible.”

“Inmediatamente después de la señal…” había colgado y abandonado la idea de pedir una hora con la lienciada H…

– Hola Laura -siguió Roberto- ¿está ahí?

– Sí, Roberto, perdón, ¿en qué lo puedo ayudar?

– Bueno, a mí me recomendó Fredy, quiero decir el Dr. Daey. Yo quería pedir una entrevista con usted.

– Déjeme ver… -dijo Laura mientras abría su agenda ¿podrían venir el jueves a las… seis?

Se produjo un silencio en la línea y al cabo de unos segundos la comunicación se cortó.

– ¿Hola? -intentó Laura sabiendo que sería inútil- ¿Hola?… ¡Hola!

Apretó el botón gris de su teléfono inalámbrico y con el aparato en mano fue hasta la cocina a hacerse un té a la naranja.

Mientras lo bebía, con sorpresa advirtió que se había quedado pendiente de la llamada. La interrumpía la extrañeza de que el paciente no volviera a telefonear enseguida.

Dos veces durante la mañana se acercó al aparato para constatar que la línea funcionaba.

– Ya llamará -se dijo para cerrar internamente el asunto.

Durante el resto del día no se acordó del episodio, pero al anochecer de regreso a su casa, en el coche pensó que debía escribirle a Fredy contándole el intento fallido de su amigo para conseguir la entrevista.

Afortunadamente no lo hizo, porque el martes cerca del mediodía sonó su teléfono.

– Hola.

– Con Laura por favor -dijo Roberto.

– Hola Roberto -contestó Laura con genuina alegría, reconociendo la voz-, ¿qué le pasó?

– Nada, se me cortó la comunicación y después no me pude volver a comunicar en todo el día. Le pido disculpas.

– No, está bien.

– Cuando se cortó le estaba diciendo que Cristina y yo queríamos tomar un horario para verla.

– Sí. Y yo le ofrecí el jueves a las seis, ¿les viene bien?

– Estoy seguro de que sí.

– Bueno, nos vemos pasado mañana en el consultorio. ¿Usted tiene la dirección, verdad?

– Sí, gracias.

– Será hasta el jueves entonces -se despidió Laura.

– Hasta el jueves -dijo Roberto.

En muchos aspectos Cristina y Roberto eran una pareja más, un poco despareja, como diría su mamá, pero una pareja al fin. Habían llegado puntualmente el jueves y la sesión había durado casi dos horas. Al final de la sesión Laura sentía que la relación entre ellos estaba terminada hacía tiempo y que los sostenía el recuerdo, la costumbre o no sabía ella qué cosa. No era la primera vez que recibía una pareja que claramente estaba muerta y que en el fondo la consultaban para poder separarse.

Lo que se había dicho en la reunión no era demasjado diferente de lo sucedido en cientos de otras primeras entrevistas anteriores. Sin embargo, Laura se había quedado en un lugar diferente.

Tan así fue que el viernes decidió hacerse el espacio para encontrarse con Nancy a tomar el té y contarle.

– Es raro -abrió la conversación Laura- durante toda la sesión tuve la impresión de que ella no existía para él. El tipo hablaba casi exclusivamente conmigo, hasta te diría que ni siquiera cruzaba mirada con Cristina.

– A lo mejor a él no le interesa nada la relación con ella -arriesgó Nancy.

– Podría ser, pero entonces… ¿Para qué llamó pidiendo sesiones de pareja? ¿Para qué se ocupó de pedirle a Fredy mis teléfonos? ¿Por qué aceptó un nuevo horario para volver a vernos? No encaja.

– Mira -comenzó Nancy muy segura-, en mi experiencia a veces los hombres aceptan estas entrevistas para complacer a sus parejas aunque en realidad van solamente a demostrar que no hay nada para hacer. Por ahí el pobre tipo viene siendo presionado por la chica y está empeñado en demostrar que hizo todo lo posible, “hasta consiguió una terapeuta”. Es un clásico.

Lo que pasa es que en este caso no me cuadra. Primero porque Cristina no parece el tipo de chica que fuerza situaciones como ésta, desde la intuición te diría que es ella la que está para darle el gusto a él. Segundo porque ellos estaban separados. Hasta donde me cuentan, él la llamó para venir a consulta. No, no es eso.

– Bueno, vamos a seguir el camino de escuchar a tu intuición terapéutica -propuso Nancy-. Ella está para darle el gusto a él, ¿y él?, ¿por qué está él?

– Eso es lo que no sé, y seguramente es lo que más me intriga.

– Mmmm…

– ¿Qué pasa? -interrogó Laura.

– Me parece que si él no está en función de su pareja y habida cuenta de que había en ese consultorio solamente otras dos personas, Roberto debía estar por alguna de las dos… Él mismo o… tú.

– ¿Yo? -Laura reconstruyó mentalmente la sesión del día anterior-. Ahora que recuerdo, una de las cosas que anoté en el informe de la sesión fue que en muchos momentos sentí que intentaba seducirme con sus comentarios y sus conocimientos previos.

– Tal vez fue así -agregó Nancy.

– Yo interpreté que era una de esas conductas habituales en muchos pacientes que tratan de conquistar la simpatía del terapeuta para conseguir que más adelante se ponga de su lado cuando se planteen los temas de pareja.

– Puede ser, el diagnóstico lo dará entonces tu propio informe. ¿Tú te sentiste manipulada o seducida?

– No sé… No sé… -respondió Laura-. Tú sabes que estoy en un momento especial, tengo miedo de estar equivocándome totalmente percibiendo en esta consulta lo que de alguna manera yo podría estar deseando que me pase en la vida real.

– Un momento, para. La psicoanalista aquí soy yo. Dime ¿éste no es el paciente que me contaste que escribió ese cuento del príncipe y que se quedó encantado con tu comentario y que a partir de allí pidió tu número de teléfono?

Laura asintió con la cabeza y dijo:

– ¿Sabes lo qué estoy pensando? Cuando llamó para pedir una hora yo le propuse una cita y le pregunté, como hago siempre, si podrían venir, y ahora me doy cuenta de que después de un silencio raro la comunicación supuestamente se cortó y Roberto no me llamó hasta el día siguiente…

– Bueno… Está todo claro. Él tenía la fantasía de ir solo a la sesión y tu pregunta lo despistó. Lo que sigue es lógico; llamó a Cristina y le propuso ir a una sesión de pareja.

Nancy extendió el brazo para tomar una medialuna y, antes de llevársela a la boca, satisfecha con su deducción, agregó en tono sentencioso:

– Te aseguro que Roberto va por ti y no por Cristina.

– ¿Tú crees? Fíjate… -dijo Laura y se puso a mirar por la ventana del bar.

Laura nunca habría registrado su sonrisa si Nancy no se lo hubiera hecho notar.

El sábado por la mañana, Laura se sentó delante de su ordenador; tenía urgencia de escribir.

Querido Fredy:

Me gustaría desarrollar el asunto de cómo la gente se cuenta cuentos, cómo crea historias y se las cree.

¿No te parece impresionante que alguien se junte o se separe, sufra o se aleje una y otra vez y no tenga claro el porqué?

“Los hombres no sirven para nada”, “yo necesito un hombre fuerte y siempre me tocan los débiles”, “ya pasó mi cuarto de hora”,”así como soy nadie me va a querer”, “los hombres sólo quieren acostarse y después alejarse”, “las mujeres lo único que quieren es un tipo que las mantenga”, “yo con alguien así jamás tendría nada”, etc… etc…

Cada uno tiene una historia de condicionamientos neuróticos que quiere encajar en la situación con los otros. El tema de los cuentos que se inventa cada uno no sería tan grave de no ser porque terminan por convertirse en profecías que se autorrealizan.

Por ejemplo, una mujer que teme ser abandonada. Cada vez que nota un pequeño alejamiento de su pareja vuelve con el reproche:

“¿Ves que no me quieres, que siempre me dejas sola?”

Si el hombre estaba tomando una pequeña y transitoria distancia, ella con sus reproches va a ir reforzando la actitud de él a distanciarse, hasta que el hombre se sienta abrumado y finalmente la deje.

Luego, ella confirmará su teoría de que los hombres siempre la dejan sola, que no se puede confiar en ellos, etc.

En estas situaciones es importante tomar conciencia. Darmos cuenta de qué hacemos para repetir la historia es el primer paso para dejar de hacerlo.

En las parejas los guiones de cada integrante se apoderan cada vez más de la relación e influyen en la percepción que cada uno tiene del otro. Cada uno asigna a su compañero un rol en su historia y entre los dos crean una realidad distorsionada.

Las personas establecen sus relaciones con una idea de lo que va a ocurrir, se comportan como si eso ocurriera efectivamente hasta que consiguen que suceda.