LIBRO TERCERO carlospol@

CAPÍTULO 11

Laura terminó de cerrar la puerta de su casa y se dio cuenta de que Ana se había ido sin su carpeta de dibujo. Sonrió mientras reordenaba su día para tener tiempo de pasar por la escuela a dejarle la carpeta a su hija.

El agua para el té debía estar a punto, así que se apresuró para llegar a la cocina y una vez que estuvo allí escuchó el clásico ruido del agua al romper el hervor. Apagó el fuego y enseguida abrió la caja donde guardaba el té. ¿Cuál?, pensó mientras miraba los diferentes sobres de todos los colores ordenados prolijamente en dos hileras.

Miró por el gran ventanal que daba al jardín y decidió que tomaría el “Ensueño’, una mezcla de té negro, menta y canela.

Le encantaba haber descubierto los diferentes sabores y tipos de infusiones posibles.

En tanto que sumergía el saquito en la taza con agua caliente, “recordaba” aquel lugar donde nunca había estado y que sin embargo ocupaba en su imaginación el espacio de un puerto soñado y lleno de magia: Las teterías del Albaizín en Granada.

Laura se había enterado de su existencia por el relato de Claudia hacía cinco o seis años. Su paciente volvía de un larguísimo viaje por España y había usado gran parte de sus tres primeras sesiones desde el regreso para hablar de la movida andaluza y de “las teterías”.

Giró la cucharilla dentro del té, alzó la taza frente a su nariz cerró los ojos y olió profundamente…

Desde el Paseo de los Tristes subió las viejas calles del Albaizín hasta la plaza de San Nicolás, miró por un rato largo las torres de La Alhambra y después bajó por entre las rústicas casas adentrándose en el antiguo barrio de la morería. Lo pequeños locales, apenas más grandes que un kiosco ofrecían esa combinación embriagante de música marroquí, olores intensos, colores difusos y formas ajenas. Cortinas con arabescos insinuaban las incómodas mesas donde los miembros de la familia servirían un centenar de sabores diferentes de té, en vasos de sobrecargados dibujos en dorado y diminutas teteras individuales de bronce repujado.

Claudia la había llevado en ese recorrido tantas veces que cuando años después Laura se encontró con Alfredo en Cleveland, compartieron la conversación sobre el barrio moro de Granada como si hubieran paseado juntos por cada calle y juntos hubieran entrado en “Marraquesh”, la mejor -acordaron- de todas las teterías.

El recuerdo de Fredy la condujo al libro; le debía todavía la lista bibliográfica sobre parejas.

Con un pequeño esfuerzo resistió la tentación de levantarse con la taza en mano para ir a su escritorio. Durante años había trabajado sobre sí misma para conseguir no interrumpirse haciendo más de una cosa a la vez, sobre todo cuando aquella era placentera. Así que terminó sin urgencias su té y recién después estuvo frente a la biblioteca.

Miró lentamente los cuatro muebles cortados a medida en madera oscura que tapizaban las paredes del cuarto, desde el piso hasta el techo. Por primera vez notó que casi todos los libros que habitaban su casa hablaban del mismo tema. Salvo por seis o siete novelas y algunos libros de cuentos cortos, los estantes estaban inundados de centenares de tratados, manuales y apuntes sobre psicología y terapia de parejas. Libros en inglés, francés, castellano o portugués que muchas veces repetían con cierta impunidad plagiaria las mismas cosas y otras tantas se contradecían ostensible e irreconciliablemente.

Fue tomando los libros de la biblioteca y dejándolos en una pila sobre su escritorio. Y cuando la torre pareció tambalear amenazando caer, Laura empezó la construcción de una segunda Babel. Y luego una tercera al lado de las otras dos, que quedó por la mitad, más por renuncia que por satisfacción.

Laura se sentó en su sillón de cuero y empezó a revisar los libros. Uno por uno los tomaba del pilón, los acariciaba, los abría y leía algunos párrafos al azar.

Cada frase le recordaba momentos de su vida personal y profesional, épocas enteras donde buscaba en esos mismos libros respuestas a su dolor interno o tiempos de fascinación al retornar de los talleres de la Nana, de Welwood, de Bradshaw o de los Resnik con las maletas llenas del sobrepeso producto de las últimas publicaciones recién compradas, de los folletos recogidos, de los artículos fotocopiados y, por supuesto, de sus propios apuntes tomados durante los seminarios para tratar de retener cada palabra dicha por los maestros -como ella los llamaba-, tan pertinentemente elegidas para cada ejercicio, para cada exploración, para cada concepto.

Cerca del mediodía, sobre el escritorio quedaba apenas una veintena, los demás habían vuelto a su lugar en la biblioteca.

Prendió el ordenador y mecanografió la lista:

Bibliografía:

Abadi, Mauricio, Te quiero, pero… , Ediciones Beas, Buenos Aires, 1992.

Blachman, J.; Garvich, M.; Jarak, M. ¿ Quién soy yo sin mi pareja? Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1989.

Bradshaw, John, Crear amor, Los Libros del Comienzo, Madrid, 1995.

Chang, Jolan, El tao del amor y el sexo, Plaza amp; Janes, Barcelona, 1994.

Chodron, Pema, La sabiduría de la no-evasión, Oniro, Barcelona, 1998.

Claremont de Castillejo, Irene, Knowing Woman, Shambhala Publications, Boston, 1997.

Elkaim, Mony, Si me amas no me ames, Gedisa, Barcelona, 1997.

Fromm, Erich, El arte de amar, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 1998.

Hendrix, Harville, Getting the Love You Want, Owl Books, Nueva York, 2001.

Krishnamurti, Sobre el amor y la soledad, Kairós, Barcelona, 1998.

Laing, Ronald D., Nudos, Sudamericana, Buenos Aires, 1970.

Levy, Norberto, El asistente interior, Editorial del Nuevo Extremo, Buenos Aires, 1983.

Nasio, Juan David, El libro del dolor y del amor, Gedisa, Barcelona, 1998.

Osho, El camino abierto del amor, Editorial Luz de Luna, Buenos Aires, 1998.

Osho, Tantra, espiritualidad y sexo, Arkano Books, Móstoles, 1995.

Pommier, Gerard, El buen uso erótico de la cólera, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1995.

Rodrigué, Emilio, La lección de Ondina, Fundamentos, Madrid, 1980.

Rosenberg, Jack Lee, Body, Self, and Soul, Humanics Publishing Group, Atlanta, Georgia, 1987.

Sanford, John, El acompañante desconocido, Desclée de Brower, Bilbao, 1998.

Schnake, Adriana, Los diálogos del cuerpo, Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1995.

Sinay, Sergio, Esta noche no, querida, RBA Integral, Barcelona, 2002.

Watts, Alan, El futuro del éxtasis, Kairós, Barcelona, 1985.

Welwood, John, El viaje del corazón, Los Libros del Comienzo, Madrid, 1995.

Welwood, John, Amar y despertar, Obelisco, Barcelona, 2000.

Zinker, Joseph, In Search of Good Form, Analytic Press, Hillsdale, Nueva Jersey, 1995.

Laura terminó de mecanografiar la lista y fue a su cuarto a ponerse las mallas y las zapatillas que usaba para hacer aerobic. Puso la carpeta de dibujo en la mochila y salió a disfrutar del paseo. Si apuraba un poco el paso llegaría justo a la hora del último timbre para comer una ensalada con Ana en la cantina del colegio.

¿Dónde andaría Fredy? ¿Estaría en España, en Uruguay, en Chile?

Casi siempre envidiaba esta vida que Alfredo llevaba: Un día cualquiera, y sólo porque él lo había decidido, se subía a un avión, a un automóvil o a un barco y partía. A menudo Laura asociaba esto con algo que había venido observando en muchos de sus pacientes hombres:

CONSERVAR CIERTOS ESPACIOS DE INDEPENDENCIA LOS VOLVIA TOTALMENTE DEPENDIENTES.

¿Qué pasaría con tanta flexibilidad si un día Carmen decidiera que no quería quedarse más en casa, si pensara que estaba harta de la familia y de los chicos? ¿Qué sucedería si un dia ella renunciara definitivamente a hacerse cargo de los impuestos, de las reparaciones domésticas, de los servicios mecánicos de los autos, etc. etc.?

Alfredo Daey era muy reconocido dentro y fuera de Buenos Aires, pero… ¿sería todo esto sin Carmen? Laura estaba segura que no.

Como todos los hombres, Fredy tenía para con su esposa esa gratitud difusa y “globalizada” que a cualquier mujer pensante le resulta absolutamente insignificante y a cualquier persona con cierta dignidad le suena encubiertamente menospreciadora.

Algo debía estar cambiando porque si todo hubiera sido suficientemente satisfactorio, quizás Carmen no habría decidido volver a la universidad.

Ahora mismo Laura se preguntaba si este cambio de actitud en los últimos mails de Fredy, esta actitud casi seductora que tenían sus mensajes, no tendría relación con ese otro cambio, el que ella adivinaba gestándose en Carmen.

Sin embargo, y más allá de lo que le pasara a él, ¿qué le estaba pasando a ella con esta nueva situación?

Después de separarse de Carlos, Laura había creído que su etapa de búsqueda de pareja estaba cancelada. Su primer matrimonio con Emilio había terminado en catástrofe y había salido al mundo después de un tiempo muy oscuro con la idea de que debía encontrar a alguien totalmente diferente. Así fue como se enamoró de Carlos. Tres semanas después de conocerse ya planeaban vivir juntos y en otras tres semanas, Laura ya sabía que entre Emilio y él no había grandes diferencias, aunque los resultados fueran notablemente mejores. Quizás ella había aprendido. Algún tiempo después se enteraría de que su experiencia era la de la mayoría de las personas que se vuelven a casar: Las segundas parejas no son demasiado distintas de las primeras, de hecho han sido elegidas para representar el mismo papel en nuestra vidas; es el cambio de la propia actitud la que puede llegar a producir el despertar.

Recordaba la frase de Gurdieff: “Para estar vivo de verdad debes renacer y para eso antes debes morir y para eso antes debes despertar”

La separación con Carlos fue a su modo el broche de oro a una relación maravillosa de la cual ambos habían cosechado resultados maravillosos, empezando por sus dos hijos y siguiendo por el desarrollo personal de cada uno.

Una separación adulta entre dos adultos que deciden no convivir más. Todo muy hablado, muy trabajado en terapias individuales, en terapias de pareja y con los tiempos necesarios para agotar todos los recursos y darse todas las oportunidades.