Otra forma de no estar es el autoengaño; las personas no se dan cuenta de lo que les pasa, pero casi siempre tienen una explicación coherente de su sufrimiento, un libreto que justifica todo lo que les pasa pero que realmente no tiene nada que ver con su verdadero dolor. ¿Cómo podría alguien ayudarme o entenderme, si yo mismo estoy confundido respecto a lo que me lastima o a lo que necesito?

El tercer tema es la dificultad para escuchar. Esperar con más o menos paciencia a que el otro termine de hablar sólo para poder decir lo que ya estábamos pensando, no necesariamente es dialogar, sino muchas veces la mezcla y superposición de dos monólogos… En estos casos las personas no se conectan para nada con lo que el otro dice, no se escuchan porque cada uno ya decidió que tiene la razón y, por lo tanto, lo único que están dispuestos a hacer es esperar que sea su turno para poder argumentar y demostrarlo.

Me encantó lo de “Las razones del desencuentro”, ¿y a ti?

Te mando un millón de besos. Hasta pronto.

Fredy

PD:Nunca supe qué te pareció el cuento de mi paciente Roberto.

El mensaje que llegaba de trebor parecía venir a explicarle lo que le pasaba con la pareja del conflicto. Ella estaba intentando usar su razonamiento y su coherencia para proponer la más pertinente solución, en definitiva, estaba utilizando su mirada lógica. Mientras que entre los dos usaban excluyentemente su mirada emocional y se expresaban desde sus temores, desde sus necesidades infantiles o desde sus demandas insatisfechas. Cuanto más lógica ella se ponía, más irracionales aparecían los planteamientos de la pareja. No en vano cuando Laura dejó de tratar de imponer su punto de vista, ellos suavizaron sus reticencias a aceptar su ayuda.

Laura fue hasta su escritorio y empezó a escribir un mensaje.

Fredy:

Dos cosas:

Primera, gracias por tu último mail (no te imaginas cuánto me sirvió).

Segunda, estuve releyendo el cuento de Egroj y, de nuevo, como cuando me lo mandaste, me encantó.

Te mando mis comentarios:

Si de verdad esa historia se corresponde con el mito que él se traza sobre su existencia, tiendo a pensar en Roberto como alguien de gran potencialidad y, sobre todo, con una estructura muy sana.

Siempre he creído que la salud consiste en abrir puertas y ventanas hacia el mundo, y encuentro en el planteamiento del cuento una actitud similar, la de construir puentes y caminos, recursos que si bien en la historia están hechos básicamente para ver venir (desde el punto de vista psicológico: para recibir) indudablemente sirven también para salir, para ir a buscar y aún más para explorar el afuera, recoger, aportar (simbólicamente: dar).

De todas formas, si tuviera que pensarlo en función del niño herido yo intentaría ayudarlo a que mantenga los caminos y los puentes transitables, pero que trabaje buscando lo que necesita “murallas-adentro” y poder utilizar aquellas vías para compartir con el exterior lo que tiene dentro de sí mismo.

Creo escuchar en este relato el de una persona que sigue con la mirada puesta en el regreso de lo que no fue. Y no estoy diciendo que no sea sano animarse a esperar a quien amo; me refiero a lo hermoso que sería no esperarlo dejando que mi corazón se me salga del pecho con la sorpresa de ver venir por el horizonte lo que yo tanto deseaba pero ya no esperaba. Quizás esto ayude a no ser tan exigente con lo que viene hacia mí por el camino.

Porque si espero la fanfarria con las banderolas blancas y los estandartes dorados y llega con paso firme la caravana abanderada en verde y sin estandartes, corro el peligro de no reconocerla, de no darme cuenta de que el desfile viene hacia mí, de dejarlo pasar sin festejo, de vivir llorando porque no ha ocurrido cuando, en realidad, no supe distinguir que estaba ocurriendo.

Laura

Se quedó como pensando en su propia idea: el peligro de no reconocer lo que viene hacia mí porque no se corresponde con la forma en que me lo había imaginado…

Ella también era como Egroj.

Después de haber vivido gran parte de su vida mirando el horizonte había dejado de esperar.

Y eso no era lo inquietante, lo inquietante era… ¿reconocería la escuadra triunfal cuando apareciera en su horizonte?

Como cada vez que tenía alguna movida interna, llamó a su amiga Nancy.

– ¿Cómo estás? -preguntó Nancy inocentemente.

– Más o menos -abrevió Laura.

– ¿Por qué?

– Creo que me he identificado con un paciente y me ha sentado muy mal -contestó Laura sabiendo que Nancy, que era colega, podría entender.

– ¡Que mal!-opinó Nancy- ¿De qué va?

– Tú sabes que yo había renunciado a la idea de volver a estar en pareja, y de repente me encuentro con que el planteamiento de una parejita a la que atiendo, el mail de un colega y el cuento de un paciente, me hacen replantearme mi postura. Y lo peor, es que por primera vez tengo la sensación de que no puedo sostener los argumentos que esgrimía, ni siquiera frente a mí misma.

– Es que tú siempre te refugiaste en una idea demasiado estrecha respecto de tu futuro amoroso -comentó Nancy.

– ¿Por qué me dices esto?

– Mira, yo te derivé muchas veces pacientes: hombres, mujeres y parejas, y sé de lo entusiasta que eres. A cada persona que te escucha le hablas, le enseñas, le insistes y le explicas la importancia de estar en pareja, de la diferencia de crecimiento personal, del marco ideal de desarrollo humano, de las virtudes irremplazables de la convivéncia, etc… etc…, pero para ti parece que usas otro manual, para ti te quedas con la dificultad, lo improbable, los condicionamientos, la soledad…

– ¡Oye, para! Yo no estoy sola…

– Tú me entiendes lo que quiero decir, Laura, quizás sea hora de repensar tus decisiones. Después de todo -sentenció Nancy- ¡estamos en edad de merecer! ¿o no?

Y las dos rieron por teléfono durante un largo rato.

CAPÍTULO 13

Fredy:

¿Revisaste la lista bibliográfica que te mandé?

Hay un tema que prácticamente no figura en ninguno de esos libros, yo lo llamo: “La paradoja del amor” o “El dolor del desencuentro”. A grandes rasgos es lo siguiente:

La pareja real no puede evitar el sufrimiento. Una se da cuenta y se queda sola “hasta que aparezca” la pareja ideal (que, justamente, por ser ideal no existe) con lo cual el sufrimiento, lejos de evitarse, reaparece constantemente.

Toda relación íntima en la que podemos abrirnos y lograr encuentro y entrega. pertenece a las cosas más gratificantes que podamos vivir; buscamos en ella contacto, amor, intimidad, porque son estas las situaciones que más nos enriquecen, las que nos hacen sentir vivos, las que nos llenan de fuerza y de ganas.

La paradoja empieza cuando nos damos cuenta de que al mismo tiempo son justamente estas relaciones las que nos provocan mayor sufrimiento y mayor dolor, muchisimo más que ninguna otra.

Cuando nos abrimos a la intimidad, al amor, al encuentro, nos exponernos también a sufrir y a sentir dolor.

La fuerza que naturalmente nos empuja a dejarnos llevar por nuestras emociones y a generar el encuentro se enfrenta con la natural tendencia a cuidarnos para no sufrir, porque intuimos, con certeza, que si nos abrimos a una persona esto le concederá al otro la posibilidad de herirnos.

Todos tenemos una personalidad, una coraza que no quiere tomar ese riesgo de ser lastimado y por lo tanto se cierra.

El niño necesita el amor de los padres y va organizando su personalidad para conseguir ese amor. Si veo que me dan más atención cuando estoy débil, voy a organizar una personalidad en torno a la debilidad. Si veo que se sienten orgullosos cuando soy independiente, voy a organizar una personalidad fuerte, me voy a decir a mí mismo que yo puedo solo o que no necesito ayuda. La personalidad que creamos nos sirve para funcionar y para lograr que nos quieran. Creamos una máscara y nos identificamos con ella, vamos olvidándonos de quiénes somos y de lo que verdaderamente queremos.

Amor e intimidad sólo pueden darse cuando nos abrimos presentes a alguien; pero esto es imposible si estamos con la armadura puesta, encerrados en nuestro castillo o escondidos en nuestra estructura.

Tampoco es cuestión de descartar esta personalidad; la hemos construído para poder enfrentarnos a algunas dificultades de la vida. La idea es observarla, conocerla y darnos cuenta cuando nos juega en contra interrumpiendo el contacto verdadero.

Este es el trabajo que proponemos: observar nuestra manera especial de ser en el mundo, ser conscientes de los roles en los que nos hemos quedado fijados.

La paradoja continúa porque no hay mejor oportunidad que esta relación íntima potencialmente destructiva para volver a encontrarnos y para deshacernos de nuestras máscaras habituales.

Así, muchas veces, terminamos resolviendo esta paradoja evitando el sufrimiento, impidiéndonos el amor y privándonos del encuentro íntimo.

En nuestro intento de decir no al dolor decimos no al amor. Y lo que es peor, nos decimos no a nosotros mismos.

Cuando nos enamoramos, la inconsciencia del amor nos lleva en un primer momento a abrirnos y a conectarnos con nuestro verdadero ser. Eso es lo que hace que el enamoramiento sea algo tan maravilloso, porque nos da la oportunidad de abrirnos, de mostrarnos tal como somos.

El enamoramiento es un encuentro entre dos seres que son.

Venimos representando roles, funcionando como robots programados, y de repente ocurre el milagro… Nos quitamos nuestros disfraces y regalamos nuestra presencia a aquel del que nos enamoramos.

Sabemos que esto no dura mucho, antes o después aparecen los obstáculos, las tendencias, los hábitos, las defensas.

Sería bueno aprender que el único camino para superar estos obstáculos es estar allí con ellos en vez de negarlas o proyectarlas en nuestro compañero.

El problema se presenta cuando nos identificamos con nuestra coraza y nos sentimos seguros allí. Nos protegemos de nuestros sentimientos incómodos aprendiendo a no sentir, a desconectarnos de nuestras necesidades, y las defensas se convierten en una identidad que nos separa de lo que sentimos y nos impide amar.