– Gracias por recordármelo -dijo Vicary-. No tendrá usted una bola de cristal detrás de la mesa, ¿verdad, sir Basil?

– Me temo que no.

– ¿Qué me dice de echarlo a cara o cruz?

– ¡Alfred!

– Un desdichado tiento a la frivolidad, sir Basil

Boothby estaba tamborileando de nuevo sobre el maletín.

– ¿Qué has decidido, Alfred?

– Voto porque sea ella la que se líe sin saberlo.

– Espero por Dios que no te equivoques. Dame tu brazo derecho.Vicary lo estiró hacia él. Boothby le esposó el maletín a la muñeca.

Media hora más tarde Grace Clarendon estaba en la avenida de Northumberland, pateando con fuerza la acera para que evitar que se le congelasen los pies, mientras observaba el veloz discurrir del tráfico nocturno. Avistó por último el enorme Humber negro de Boothby, cuando el conductor hizo parpadear los velados faros. El automóvil se detuvo. Boothby abrió la portezuela de atrás y Grace subió al vehículo.

La mujer tiritaba.

– ¡Vaya maldito frío que hace ahí fuera! Habíamos quedado en que llegarías hace quince minutos. No sé por qué no podemos hacer todo esto en tu despacho.

– Demasiados ojos fisgones, Grace. Y hay mucho en juego. Grace se puso un cigarrillo entre los labios y lo encendió. Boothby cerró el cristal de separación.

– Veamos, ¿qué tienes para mí?

– Vicary quiere que busque y revise en el Registro, para él, un par de nombres.

– ¿Por qué no ha acudido a mí a pedirme la autorización?

– Supongo que cree que no se la darías.

– ¿Qué nombres son?

– Peter Jordan y Walker Hardegen.

– ¡Es listo el hijo de puta! -murmuró Boothby-. ¿Algo más?

– Sí. Quería que buscase también lo que hubiera bajo la palabra Broome.

– ¿Una búsqueda amplia?

– Nombres de nuestro personal. Nombres clave de agentes, alemanes y británicos. Nombres clave operativos, existentes o cerrados.

– Por el amor de Dios -dijo Boothby. Volvió la cabeza y observó el tráfico rodado-. ¿Acudió Vicary a ti directamente o hizo la petición a través de Dalton?

– La hizo Harry.

– ¿Cuándo?

– Anoche.

Boothby la miró y sonrió.

– Grace, ¿has sido una chica mala otra vez?

En vez de responder a la pregunta, Grace se limitó a inquirir.

– ¿Qué quieres que le diga a Harry?

– Dile que has buscado los nombres de Jordan y Hardegen en todos los índices que se te han ocurrido y que no encontraste nada. Lo mismo en el caso de Broome. ¿Entendido, Grace?

Ella asintió con la cabeza.

– No pongas esa cara tan mustia -animó Boothby-. Estás aportando una contribución inestimable a la defensa de tu país.

Grace se volvió hacia él, entrecerrados de rabia sus ojos verdes.

– Estoy engañando a alguien que me importa mucho. Y eso no me gusta.

– Todo habrá terminado muy pronto. Cuando haya concluido te invitaré a una cena estupenda. Como en los buenos tiempos. Grace accionó el picaporte de la portezuela, un poco más enérgicamente de lo normal, y sacó un pie fuera del coche.

– Dejaré que me pagues una cena cara, Basil. Pero eso será todo. Los viejos tiempos se han acabado definitivamente.

Grace se apeó, cerró de un portazo y observó cómo el automóvil de Boothby desaparecía en la oscuridad.

Vicary esperaba en la biblioteca del piso de arriba. Las chicas le subían, uno tras otro, los informes que iban poniéndole al corriente:

21.15 h.: Puesto estático de Earl’s Court observa que CatherineBlake abandona su piso. Siguen fotografías.

21.17 h.: Catherine Blake camina en dirección norte hacia Cromwell Road. Vigilante marcha a pie tras ella. Sigue furgoneta de vigilancia.

21.20 h.: Catherine Blake coge un taxi y se dirige al este. Furgoneta de vigilancia recoge vigilante que iba a pie y sigue al taxi.

21.35 h.: Catherine Blake llega a Marble Arch y despide taxi. Nuevo vigilante deja furgoneta de vigilancia y sigue a pie.

21.40 h.: Catherine Blake coge otro taxi en Oxford Street. Furgoneta de vigilancia a punto de perderla. Incapaz de recoger al vigilante a pie.

21.50 h.: Catherine Blake deja taxi en Piccadilly Circus. Anda por Piccadilly en dirección oeste. Nuevo vigilante la sigue a pie. Furgoneta de vigilancia continúa tras ellos.

21.53 h.: Catherine Blake sube autobús. Furgoneta de vigilancia le sigue.

21.57 h.: Catherine Blake se apea del autobús. Entra Green Park por un sendero. La sigue un vigilante.

Cinco minutos después irrumpía Harry en la habitación.

– La hemos perdido en Green Park -dijo-. Dio media vuelta bruscamente. El vigilante tuvo que seguir adelante.

– Está bien, Harry, sabemos a dónde va.

Pero durante los siguientes veinte minutos nadie la vio. Vicary bajó la escalera y paseó nerviosamente por la sala de operaciones.

Los micrófonos instalados en la casa permitían a Vicary oír los ruidos que provocaba Jordan al rondar por el interior del edificio, mientras la esperaba. ¿Había detectado Catherine a los vigilantes? ¿Descubrió que la furgoneta de vigilancia la seguía? ¿La habían atacado en Green Park? ¿Mantenía en aquel momento una entrevista con otro agente? ¿Estaba intentando escapar? Vicary oyó en la calle el ruido de la furgoneta que volvía y luego el rumor suave de los pasos de los desalentados vigilantes que se deslizaban, corridos, dentro de la casa. Catherine los había vuelto a derrotar. Entonces telefoneó Boothby. Supervisaba la operación desde su despacho y quería saber qué infiernos estaba pasando. Cuando Vicary se lo dijo, Boothby murmuró algo ininteligible y colgó.

Por fin, el puesto estático de enfrente de la casa de Jordan entró en antena.

22.25 h.: Catherine Blake se acerca a la puerta de Jordan. Catherine Blake pulsa el timbre.

Ese dato no le hacía falta a Vicary, porque habían instalado tantos micrófonos en todos los puntos de la casa de Jordan que el timbre de la puerta resonó a través de los altavoces de la sala de operaciones como la alarma de una incursión aérea.

Vicary cerró los ojos y escuchó. El volumen de las voces subía y bajaba cuando se trasladaban de una habitación a otra, salían fuera del alcance de un micrófono y entraban en el del siguiente. Al escucharles intercambiar trivialidades, Vicary recordó el diálogo de una de las novelas románticas de Alice Simpson: ¿Puedo volver a llenar tu copa? No, ya está bien. ¿Y si comiéramos algo? Debes de estar hambriento. No, tomé un piscolabis hace poco. Pero sí hay una cosa que anhelo desesperadamente en este preciso momento.

Escuchó el sonido de sus besos. Se esforzó en detectar alguna nota falsa en la voz de la mujer. Tenía un equipo de funcionarios al acecho en la casa del otro lado de la calle, por si algo se torcía y él tomaba la decisión de arrestarla. La oyó decirle a Jordan cuánto le quería y, por algún horrendo motivo, se encontró pensando en Helen. Habían dejado de hablar. Tintineo de copas. Rumor de agua corriente. Pasos subiendo la escalera. Silencio cuando atravesaronuna zona muerta que no cubrían los micrófonos. El crujido de la cama de Jordan bajo el peso de sus cuerpos. El roce de las prendasque se quitan. Susurros. Vicary ya había oído bastante. Se volvió hacia Harry y dijo:

– Voy al piso de arriba. Reúnete conmigo cuando ella empiece a moverse para trabajarse los documentos.

Clive Roach lo oyó primero, después Ginger Bradshaw. Harry se había quedado dormido en el sofá, con sus largas piernas colgando por encima del brazo del mueble. Roach alargó la mano y dio un golpe en la suela del zapato. Sobresaltado, Harry se incorporó y escuchó con atención. Salió disparado escaleras arriba y en un tris estuvo de echar abajo la puerta de la biblioteca. Vicary había trasladado de su despacho el catre de campaña. Dormía, como acostumbraba, con la luz encendida brillando sobre su rostro.Harry le sacudió por un hombro. Vicary se despertó bruscamente y consultó su reloj de pulsera: las 2.45 de la Madrugada. Siguió a Henry escaleras abajo, sin pronunciar palabra, y avanzó por la salade operaciones.Vicary había practicado con cámaras alemanas capturadas y reconoció él sonido de inmediato. Catherine Blake estaba encerrada dentro del estudio de Jordan y fotografiaba rápidamente la primera remesa del material de Timbal. Dejó de hacerlo al cabo de un minuto. Vicary oyó el rumor de papeles que volvían a colocarse en su sitio y el chasquido de la puerta de la caja de caudales al cerrarse. Después un click, cuando Catherine apagó la luz y subió de nuevo la escalera.

40

Londres

– ¡Vaya, a ver sí no es el hombre del momento! -exclamó Boothby en tono eufórico, al tiempo que abría la portezuela trasera del Humber-. Sube, Alfred, antes de que te quedes hecho un carámbano ahí fuera. Acabo de informar a la Comisión Veinte. No hace falta decir que están estremecidos de emoción. Me han rogado que te transmita sus parabienes. De modo que, ¡enhorabuena, Alfred!

– Gracias, supongo -dijo Vicary, mientras pensaba: «¿Cuándo llegará la hora de que sea yo quien informe a la Comisión Veinte?».

Apenas eran las siete de la mañana: lluvioso e infernalmente frío, Londres aparecía velado bajo la deslustrada media luz del amanecer invernal. El automóvil se separó de la acera y se alejó por la silenciosa y rielante calle. Vicary se dejó caer pesadamente en el asiento, echó la cabeza hacia atrás y cerró los párpados, aunque sólo unos segundos. Estaba más que exhausto. El cansancio parecía darle tirones de las piernas. Le oprimía el pecho como si fuera el ganador de un combate de lucha escolar, le apretaba la cabeza como un torno.No había vuelto a pegar ojo, desde que oyó a Catherine Blake fotografiar los documentos de Timbal . ¿Qué era lo que le mantenía despierto, la emocionada satisfacción de habérsela dado con queso al enemigo o la repugnancia que le producía la forma en que lo hizo?

Vicary abrió los ojos. Se dirigían al este, cruzaron la desolación georgiana de Belgravia, llegaron a Hyde Park Corner y siguieron por Park Lane, hacia Bayswater Road. Las calles estaban desiertas, algún que otro taxi aquí y allá, un camión o dos, peatones solitarios que se apresuraban por las aceras como asustados supervivientes de una epidemia.

Vicary volvió a cerrar los ojos.

– De cualquier modo, ¿a qué viene todo esto? -preguntó.