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Luz clava sus ojillos en mí y vuelve a preguntar:

—Pero ¿todavía le quieres?

Suspiro. ¡Luz y sus preguntas! Pero incapaz de no contestar, respondo:

—Claro que sí. Las personas no se dejan de querer de un día para otro.

—¿Y él te quiere a ti todavía?

Pienso, pienso, pienso y, tras meditar mi respuesta, digo:

—Sí. Estoy convencida de que sí.

La puerta se abre y aparece mi hermana. Está guapísima con su vestido de premamá; tras ella va mi padre. Menuda papeleta que tiene el hombre con nosotras dos...

—¿Estáis preparadas para irnos a tomar algo al parque?

—Sí —aplaudimos Luz y yo.

Mi padre coge la cámara de fotos.

—Poneos un momento, que os voy a hacer una foto. Estáis guapísimas. —Cuando hace la fotografía, murmura—. ¡Ojú, qué orgulloso estoy! ¡Vaya tres mujeres más guapas que tengo!

40

Una mañana, tras mil indecisiones, llamo por teléfono a las oficinas de Müller y hablo con Gerardo. El hombre, encantado de hablar conmigo, me indica que esperaba mi llamada. Le pregunto por Miguel y me dice que está de viaje y regresa el lunes. Después hablamos de trabajo y me pregunta qué día me voy a reincorporar. Es miércoles. Decido comenzar a trabajar el lunes. Él acepta. Cuando cuelgo, el corazón me late acelerado. Voy a regresar al lugar donde todo empezó.

El viernes voy al local de tatuajes de mi amigo Nacho. Cuando me ve en la puerta, abre los brazos, y yo corro a su encuentro. Esa noche nos vamos de copeteo y terminamos a las tantas.

El domingo por la noche no duermo. Al día siguiente regreso a Müller. Cuando el despertador suena, me levanto. Me ducho y después cojo mi coche y me dirijo a la empresa. En el parking mi corazón comienza a bombear con fuerza, pero cuando, tras pasar por personal, regreso a mi despacho, el corazón se me sale por la boca. Estoy nerviosa. Muy nerviosa.

Varios compañeros, al verme, corren a saludarme. Todos parecen felices por el reencuentro y yo les agradezco esa deferencia. Cuando me quedo sola, miles de recuerdos llegan a mí. Me siento a mi mesa, pero mis ojos vuelan a mi derecha, al despacho de Eric, de mi loco y sexy señor Zimmerman. Sin querer remediarlo me dirijo a él, abro la puerta y miro a mi alrededor. Todo está como el día que me fui. Paseo mi mano por la mesa que él ha tocado y, cuando entro en el archivo, siento ganas de llorar. Cuántos buenos, bonitos y morbosos momentos he pasado con él aquí.

Cuando escucho ruido en el despacho de al lado presupongo que ha llegado mi jefe. Con cuidado salgo del archivo por el antiguo despacho de Eric y regreso a mi mesa. Me estiro la chaqueta de mi traje azul, levanto el mentón y decido presentarme. Llamo a la puerta y al entrar con los ojos como platos susurro:

—¡¿Miguel?!

Sin importarme quién nos pueda ver, me acerco a él y lo abrazo. Esa sorpresa sí que no me la esperaba. Mi antiguo compañero, el guaperas de Miguel, ¡es mi jefe! Tras el efusivo abrazo que nos damos, Miguel me mira y en mofa dice:

—Ni lo sueñes, preciosa. Yo no tengo líos con mi secretaria.

Eso me hace reír. Me siento en la silla y él se sienta al lado.

—Pero ¿desde cuándo eres el jefe? —pregunto, alucinada.

Miguel, que sigue tan guapo como siempre, responde:

—Desde hace un par de meses.

—¿En serio?

—Sí, preciosa. Tras echar a la jefa y, a los dos días, a su tonta hermana, tiraron de mí porque era el único que conocía el funcionamiento de este departamento. Y cuando vi que los tenía cogidos por los huevillos, les pedí el puesto y, por lo visto, el señor Zimmerman accedió.

Eso me sorprende. Eric nunca me lo comentó. Pero feliz por Miguel, murmuro:

—Dios, Miguel, no sabes cuánto me alegro. Estoy muy feliz por ti.

Mi amigo me mira y, tras pasar su mano por mi cara, susurra:

—No puedo decir lo mismo yo de ti. Sé que te marchaste a vivir a Múnich con Zimmerman. —Eso me vuelve a sorprender. No tiene por qué saberlo nadie, y me aclara—: Tranquila. Me encontré un día con tu hermana y me lo comentó. Nadie lo sabe. Pero ¿qué ha pasado? ¿Qué haces de nuevo aquí?

Consciente de que tengo que dar una explicación, le comunico:

—Hemos roto.

—Lo siento, preciosa —dice con pesar.

Me encojo de hombros.

—No salió bien. El señor Zimmerman y yo somos demasiado diferentes.

Miguel me mira y, ante lo que he dicho, opina:

—Diferentes sois. Eso fijo. Pero ya sabes que los polos opuestos se atraen.

Eso me hace reír. Es lo mismo que dijo mi padre.

Diez minutos después estamos en la cafetería. Miguel ha avisado a mis locos amigos Raúl y Paco de mi regreso, y los cuatro, como hacíamos meses atrás, hablamos y nos contamos confidencias.

Pasamos un buen rato en la cafetería, donde nos ponemos al día. Cuando ya estoy en el despacho de Miguel y éste me está entregando unos documentos, suenan unos golpecitos en la puerta. Miguel y yo miramos, y un mensajero con gorra roja pregunta:

—Por favor, ¿la señorita Judith Flores?

Asiento y me quedo parada cuando me entrega un ramo de flores multicolores. Sonrío. Miro a Miguel, y éste dice, levantando los brazos:

—Yo no he sido.

Cuando abro la tarjetita, el corazón me da un vuelco al leer:

Estimada señorita Flores:

Bienvenida a la empresa.

Eric Zimmerman

Cierro los ojos. Miguel se acerca a mí y tras leer por encima de mi hombro la tarjetita dice:

—¡Vaya con el jefazo! Para haber roto con él, qué informado está de tu regreso.

Mi estómago se contrae. El corazón me palpita enloquecido. ¿Qué hace Eric?

41

Los días pasan y me sumerjo en el trabajo. Trabajar junto a Miguel es una delicia. Más que a una secretaria me trata como a una compañera. Por las tardes necesito salir de casa. Doy paseos y en ocasiones me agobia ver a tanta gente. Echo en falta esos paseos en la nieve por la urbanización solitaria llena de árboles de Múnich.

Uno de aquellos días mi jefe, a la hora de la comida, me dice:

—Te invito a comer. Quiero enseñarte algo que estoy seguro que te va a encantar.

Nos montamos en su coche y aparcamos por el centro de Madrid. Agarrada de su brazo camino por la calle mientras vamos charlando cuando veo que entramos en un burger algo costroso. Divertida, lo miro y digo:

—Serás rata.

—¿Por qué? —pregunta divertido.

—¿De verdad que me vas a invitar a comer una hamburguesa?

Miguel asiente, me mira con una extraña sonrisa, y dice:

—Claro. Siempre te han gustado, ¿no?

Me encojo de hombros y finalmente musito:

—Pues también tienes razón. Pero hoy, como invitas tú, la quiero doble de queso y doble de patatas.

Asiente y nos ponemos en la cola. Estamos charlando, y cuando nos toca pedir, me quedo sin palabras al ver a la persona que nos va a tomar el pedido.

Ante mí está mi ex jefa. Aquella idiota de pelo lustroso que me hacía la vida imposible en Müller. Ahora es la encargada de aquel burger. Mi cara de asombro es tal que ella, molesta, dice:

—Si no saben lo que van a pedir, por favor, dejen pasar al siguiente cliente.

Tras reponerme de la impresión, Miguel y yo hacemos nuestro pedido, y cuando nos marchamos con las bandejas a la mesa, entre risas, él comenta:

—Anda, tira la hamburguesa y vayamos a comer otra cosa. Esa tía es tan mala que es capaz de habernos escupido o echado matarratas en la comida.

Horrorizada ante tal posibilidad le hago caso y entre risas salimos de ese lugar. La vida en ocasiones es justa y a ella la vida le está dando una buena lección.