'Sí, se lo conté todo', dijo Ranz, 'pero atino voy a contártelo, no lo que hice exactamente, no los detalles, cómo la maté, eso no se olvida y prefiero que tú no tengas que recordarlo, ni que me lo recuerdes tú a mí de ahora en adelante, y eso es lo que sucedería si te lo contara.'

'Pero ¿cuál fue la explicación de su muerte? Nadie supo la verdadera, eso sí puede contármelo', dijo Luisa. De pronto me dio un poco de miedo, sólo preguntaba lo necesario, y así haría conmigo si un día tenía que preguntarme.

Oí de nuevo el ruido del hielo, esta vez agitado en el vaso. Ranz estaría pensando con su enfermizo cerebro, o ya no lo era desde hacía decenios. Quizá se estaría colocando, sin apenas tocarlos, sus cabellos tan blancos de polvos de talco. Quizá tendría, como un día te había visto, un aire de momentáneo desvalimiento. Ese día empezaba a estar lejos.

'Sí, puedo contártelo, y tampoco en eso anda Villalobos equivocado', dijo por fin. 'Debe de ser de los pocos vivos que recuerda algo de aquello. También, claro está, lo recordarán los hermanos de Teresa v Juana si viven, como lo sabía y lo recordaba la propia Juana, y su madre, Pero con mis dos cuñados, mis dobles cuñados, hace muchos años que no me trato, desde la muerte de Teresa no quisieron saber más de mí ni apenas de Juana, aunque no lo dijeran abiertamente: Juan, por ejemplo, casi no los ha conocido. Sólo la madre, la abuela de Juan, quiso seguir tratándome de esa familia, yo creo que para proteger a su hija más que otra cosa, para velar por Juana y no abandonarla a su matrimonio. Su peligroso matrimonio conmigo, pensaba, supongo. No se lo reprocho, rodos sospecharon que tendría algo de culpa y que callaba algo cuando se mató Teresa, y en cambio nadie sospechó en su día de la otra muerte. Ves, la propia vida no depende de los propios hechos, de lo que uno hace, sino de lo que de uno se sabe, de lo que se sabe que ha hecho. Yo he llevado desde entonces una vida normal e incluso agradable, después de cualquier cosa se puede seguir viviendo, los que podemos: he hecho dinero, he tenido un hijo del que estoy contento, he querido a Juana y no la hice desgraciada, he trabajado en lo que más me atraía, he tenido amigos y buenos cuadros. Me he divertido. Todo eso ha sido posible porque nadie supo nada, sólo Teresa. Lo que hice fue hecho, pero la gran diferencia para lo que viene luego no es haberlo o no haberlo hecho, sino que fuera ignorado por todos. Que fuera un secreto. Qué vida habría tenido si se hubiera sabido. Tal vez ni siquiera habría tenido vida, después de eso.'

'¿Cuál fue la explicación? ¿Un incendio?', insistió Luisa, que no dejaba a mi padre divagar en exceso. Yo encendí otro cigarrillo, esta vez con la brasa del anterior, tenía sed, habría querido lavarme los dientes, no podía cruzar al cuarto de baño pese a estar en mi propia casa, estaba allí clandestinamente, sentía la boca como anestesiada, tal vez por el sueño, tal vez por la tensión del viaje, tal vez porque tenía las mandíbulas apretadas desde hacía rato. Al darme cuenta dejé de apretarlas, por un instante.

'Sí, fue el incendio', dijo lentamente. 'Vivíamos en un pequeño chalet de dos plantas, en una zona residencial algo apartada del centro, ella tenía la costumbre de fumar en la cama antes de dormir, yo también, a decir verdad. Salí para cenar con unos empresarios españoles a los que debía entretener, es decir, llevar de juerga. Ella debió de fumar en la cama y se quedó dormida, quizá había bebido un poco para conciliar el sueño, solía hacerlo en los últimos tiempos, posiblemente bebió de más esa noche. La brasa prendió las sábanas, debió de ser lento al principio pero no despertó o lo hizo demasiado tarde, luego no quisimos saber si se había asfixiado antes de quemarse entera, en La Habana se duerme mucho con las ventanas cerradas. Qué más daba. El incendio no destruyó la casa completamente, los vecinos intervinieron a tiempo, yo no regresé hasta que me localizaron y me avisaron, mucho más tarde, me había emborrachado con los empresarios. Pero sí le dio tiempo al fuego a consumir nuestra alcoba, todas sus ropas, Las mías, las que yo le había regalado. No hubo investigación ni autopsia, fue un accidente. Ella estaba abrasada. A nadie le importaba mucho averiguar nada más, si no me importaba a mí. Su madre, mi suegra, estaba demasía* do abatida para pensar en otras posibilidades.' Ahora había hablado rápidamente, como si tuviera prisa por acabar con el relato, o con aquella parte. 'Tampoco eran gente influyente', añadió, 'solamente clase media, con poco dinero, una viuda y su hija. Yo tenía buenos contactos en cambio, si me hubieran hecho falta para parar una pesquisa o disipar una sospecha Pero no las hubo. Corrí algún riesgo, resultó fácil. Esa fue la explicación, mala suerte', dijo Ranz. 'Mala suerte', repitió 'sólo llevábamos casados un año.' '¿Y la verdad cuál era?', dijo Luisa.

'La verdad es que ya estaba muerta cuando yo salí a aquella juerga', contestó mi padre. Su voz volvió a ser muy débil cuando dijo esta frase, tanto que tuve que esforzarme de nuevo como si mi puerta estuviera cerrada, estaba entreabierta, y yo acerqué a la rendija el oído para no perder sus palabras. 'Discutimos al caer la tarde', dijo, 'al regresar yo a casa después de varias gestiones en la ciudad que me habían ocupado todo el oía, aquellos empresarios. Volví de mal humor, ella lo tenía peor, algo había bebido, hacía dos meses que no nos tocábamos, o yo a ella. Yo estaba retraído y distante desde que conocí a Teresa, pero sobre todo desde su marcha, se me iba yendo la posible lástima y me aumentaba el rencor hacia ella, hacia ella ('Evita pronunciar su nombre', pensé, 'porque ahora ya no puede querer insultarla, ni puede enfadarse ni dejar a una muerta que para nadie más ha existido, sólo para su madre, mamita mamita, que no supo hacer guardia o velar por ella, mentira mi suegra'). Tenía esa irritación que no se controla, cuando se deja de querer a alguien y ese alguien nos sigue queriendo a toda costa y no se rinde, quisiéramos que todo acabara siempre cuando lo damos por concluido. Cuanto más distante me sentía, mis pegajosa se mostraba ella, más me atosigaba, más me reclamaba ('No te librarás de mí', pensé, o tú ven acá, o eres mío, o estás en deuda, o conmigo al infierno, quizá con el gesto del asimiento, uña de león, una zarpa). Estaba harto y estaba impaciente, quería romper ese vínculo y volver a España, pero volver yo solo ('Ya no me fío de ti, pensé, 'o tienes que sacarme de aquí, o yo no he estado en España, o eres un hijo de puta, o voy por ti, o yo te mato'). Discutimos un poco, más que una discusión en regla cuatro frases desabridas, insulto y respuesta, insulto y respuesta, y ella se metió en la alcoba, se echó en la cama con la luz apagada y lloró, no cerró la puerta para que yo pudiera verla u oírla, lloraba para que yo la oyera. La oí sollozar desde el salón durante un rato, mientras yo hacía tiempo para salir a encontrarme de nuevo con los empresarios, había quedado en llevarlos de juerga. Luego paró y la oí canturrear un poco distraídamente ('El preludio del sueño y la expresión del cansancio', pensé, 'el canto más intermitente y disperso que a la noche puede seguir oyéndose en las alcobas de las mujeres afortunadas, aún no abuelas ni viudas ni ya solteronas, más quedo y más dulce o más vencido'), luego se quedó en silencio, y cuando se hizo la hora entré en nuestra alcoba para cambiarme y la vi dormida, se había dormido tras el disgusto y el llanto, fingido o no, nada cansa tanto como la pena. El balcón estaba abierto, oía a lo lejos las voces de los vecinos y de sus niños antes de la cena, al caer la tarde. Abrí el armario y me cambié de camisa, tiré la sucia en una silla, y aún tenía la limpia desabrochada cuando lo pensé. Lo había pensado más veces, pero entonces lo pensé para entonces, ¿comprendes?, para aquel momento. Es extraño cómo un pensamiento nos llega a veces con tanta nitidez y fuerza que ya no puede mediar nada entre él y su cumplimiento. Se piensa en una posibilidad y al instante deja de serlo, se hace lo que se piensa y se convierte en algo ejecutado, sin transición, sin mediación, sin trámite, sin darle más vueltas, sin saber del todo si quiere hacerse, los actos se cometen solos entonces ('Los mismos actos que nadie sabe nunca si quiere ver cometidos*, pensé, 'los actos todos involuntarios, los actos que ya no dependen de las palabras en cuanto se llevan a efecto, sino que las borran y quedan aislados del después y el antes, son ellos los únicos e irreversibles, mientras que hay reiteración y retractación, repetición y rectificación para las palabras, pueden ser desmentidas y nos desdecimos, puede haber deformación y olvido').'