Me aterró el pensamiento y no quise pensarlo, el secreto que no se transmite no hace daño a nadie, cuando tengas secretos o si ya los tienes no se los cuentes, me había dicho mi padre después de decirme y ahora qué, ahora qué; los de ella no lo serían si tú los supieras, había dicho, pero no había en Luisa ningún cambio hacia mí, o sí lo había, no debía temer, ya no estaba más allá del océano sino cerca, en el otro cuarto, yo estaría en seguida a su lado, respaldándola, en cuanto Custardoy se fuera. No le había contado apenas a Luisa, nada de 'Bill' ni Guillermo, nada del albornoz y el triángulo de pecho velludo, nada del vídeo ni de la voz de sierra, nada de la pierna ni de la espera aquella noche de sábado, todo aquello no era en sí mismo un secreto o podía no haberlo sido, pero quizá ya lo era por haberlo callado durante una semana desde mi regreso, el secreto no tiene carácter propio, lo determinan la ocultación y el silencio, o la cautela, o también el olvido, no comentar ni contar porque escuchar es lo más peligroso y no es evitable, y es sólo entonces cuando suceden las cosas, cuando no se relatan, contarlas es espantarlas y ahuyentar los hechos, las parejas se cuentan todo lo de los otros, no lo propio a menos que crean que les pertenece a ambos: y entonces la lengua al oído, 'I have done te deed', y en esa mera enunciación está ya la alteración o negación de ese hecho o hazaña. 'He hecho el hecho', se atrevió a decir Macbeth, lo dijo al instante de haberlo hecho, quién se atrevería a tanto, no tanto a hacerlo cuanto a decirlo, la vida o los venideros años no dependen de lo que se hace, sino de lo que se sabe de uno, de lo que se sabe que ha hecho y de lo que no se sabe porque no hubo testigos y se ha callado. Quizá hay que aceptar el engaño, que es parte de la verdad como la verdad del engaño, nuestro pensamiento es oscilante y ambiguo y no tolera que no haya recelos, para él habrá siempre zonas de sombra y siempre piensa con tan enfermo cerebro.

Temía por Berta, ya cuatro horas, de pronto temí que la hubieran matado, la gente muere, la gente que conocemos muere aunque parezca imposible, nadie más que ella sabía que había que apagar una luz como señal convenida, no tema por qué hacerlo el asesino cuando se fuera, la luz debía apagarse precisamente después de su marcha, para advertirme de ella y decirme 'Sube', la oscuridad significaba 'Sube', quizá la nuestra significaría algo para Custardoy, lo vería, mi mensaje era 'Vete'. Cogí mi bolsa del suelo y empecé a cruzar lentamente la calle para subir sin esperar ya más, eran cuatro pasos y por allí no había pasado ningún coche desde hacía mucho, las cuatro y veinte, demasiadas horas para unos extraños. Estaba «i medio de la calle, cruzando, cuando apareció un taxi que venía despacio, como si el taxi fuera buscando el cercano número de su destino. Desanduve mis cuatro o dos pasos y regresé a la acera, el taxista llegó a mi altura y me miró con desconfianza (los mendigos y los toxicómanos portan a menudo bolsas de plástico, los borrachos, en cambio, de papel crudo sin asas); al verme mejor o ver mi actitud serena me hizo un gesto interrogativo con la cabeza y me preguntó por el número de la casa de Berta, apenas si se le entendía, sería griego o libanés o ruso como casi todos los taxistas de esa ciudad, todo el mundo conduce. 'Es ese', le dije señalando hacia el portal cuyo número no se veía en la noche nublada de un farol aislado, y en seguida me aparté, me alejé del haz de luz como si tuviera repentina prisa por proseguir mi camino, aquel era el taxi que 'Bill' habría pedido por teléfono para volver al Plaza, tal vez ya se iba y se apagaría la luz, si Berta seguía viva, un despojo o no, demasiadas horas. Me quedé a cierta distancia, aún más lejos del punto en el que 'Arena Visible' había esperado para subir sin testigos, oí el claxon con un sonido breve y seco, significaba 'Oiga', o 'Aquí me tiene' o 'Baje'. Inmediatamente después se abrió la puerta y vi salir a los pantalones patrióticos, a la gabardina que en la noche era de un azul pavonado, el cielo seguía rojo, tal vez se iba agravando. Oí la puerta del taxi al cerrarse y el motor en marcha, pasó junto a mí con velocidad creciente, yo le daba la espalda. Volví luego sobre mis pasos hasta el farol, y la luz del salón estaba ahora apagada, Berta se acordaba de mí y estaba viva, las nuestras también apagadas, yo acababa de oscurecer la habitación en la que trabajo, Luisa la de la alcoba, justo antes, habían pasado solamente unos segundos. Seguía lloviendo mercurio o plata bajo los haces, nuestra noche era anaranjada y verdosa como lo son tantas veces las de Madrid mojado. Custardoy miró aún hacia arriba con su mancha blanca y obscena. 'Vete', le dije yo con mi enfermizo cerebro. Entonces se llevó una mano al sombrero, y sujetándose con la otra el levantado cuello de la chaqueta, abandonó el alero y dobló la esquina y desapareció de mi vista, mojándose como un enamorado, o como un perro.

Quién no ha tenido sospechas, quién no ha dudado de su mejor amigo, quién no se ha visto traicionado y delatado en su infancia, en el colegio se encuentra ya uno cuanto le espera después en el codiciado mundo, los impedimentos y las deslealtades, el silencio y la trampa, la emboscada; también hay algún compañero que dice 'He sido yo', la primera forma de reconocimiento de las responsabilidades, la primera vez en la vida en que uno se ve obligado a decir, o escucha: 'I have done te deed', y luego, a medida que se va creciendo y el mundo ya es menos mundo porque no está fuera de nuestro alcance, se dice y escucha eso cada vez menos, al lenguaje de la niñez se lo da de baja, se lo retira por demasiado esquemático y simple, pero esas frases descarnadas y absurdas que entonces se sentían como heroicidades no nos abandonan del todo, sino que perviven en las miradas, en las actitudes, en las señales, en los gestos y en los sonidos (las interjecciones, lo inarticulado) que también pueden y deben ser traducidos porque son nítidos tantas veces y son los que de verdad dicen algo y se refieren de verdad a los hechos (el odio sin trabas y el amor sin mezcla), sin el sufrimiento de un quizá y un tal vez, sin la envoltura de las palabras que no sirven tanto para dar a conocer o relatar o comunicar cuanto para confundir y ocultar y librar de responsabilidades, lo verbal nivela las cosas que como actos son distinguibles y no pueden mezclarse. Besar o matar a alguien son cosas tal vez opuestas, pero contar el beso y contar la muerte asimila y asocia de inmediato ambas cosas, establece una analogía y erige un símbolo. En la vida adulta, dominada por las palabras, no se oye un sí y un no, nadie dice 'He sido yo' o 'Yo no he sido', pero todo ello se sigue viendo, casi siempre 'Yo no he sido', las heroicidades pasan a engrosar la lista de los errores.

Quién no ha sospechado, y con las sospechas se pueden tomar dos medidas, ambas inútiles, preguntar y callar. Si se pregunta y obliga quizá llegue a oírse 'Yo no he sido', y habrá que fijarse en lo que no dice, en el tono, en los esquivos ojos, en la vibración de la voz, en la sorpresa y la indignación quizá fingidas; y no podrá volverse a hacer la pregunta. Si se calla, esa pregunta estará siempre virgen y siempre dispuesta, aunque a veces el tiempo las vuelve incongruentes y casi inefables, literalmente extemporáneas, como si todo acabara por prescribir y hacer sonreír cuando pertenece al transcurrido tiempo, el pasado entero parece venial e ingenuo. Si se calla hay que disipar la sospecha y abolir la pregunta, o bien alimentar la primera y preparar la segunda con extremo cuidado, lo que resulta imposible es confirmar la sospecha, nadie sabe nada a lo que no ha asistido, ni siquiera puede darse crédito a las confesiones, en el colegio se dice 'He sido yo' cuando no se ha sido, la gente miente lo mismo que muere, parece increíble pero nada puede saberse nunca. O eso creo. Por eso es mejor a veces no saber ni el inicio, ni oír las voces que cuentan ante las cuales se está tan inerme, esas voces narrativas que todos tenemos y que se remontan hasta el pasado remoto o reciente y descubren secretos que ya no importan y sin embargo influyen en la vida o los venideros años, en nuestro conocimiento del mundo y de las personas, no se puede confiar en nadie después de escucharlas, es todo posible, el mayor horror y la mayor vileza en las personas que conocemos, como en nosotros mismos. Y todo el mundo está entregado a contar sin cesar y a ocultar sin cesar al hacer lo primero, sólo no se cuenta ni oculta lo que no se dice. Pero eso, lo que se silencia, se convierte en secreto, y a veces llega el día en que acaba contándose.