A Ulises no le pasaron desapercibidas las miradas de Estanislao, ni a Estela tampoco. Ella tomó asiento en el lugar que había dejado libre Matilde y te pidió que leyeras la escena que habíais escrito por la tarde. Su voz pretendía ser seductora, pero su esfuerzo rechinó como la tiza cuando resbala en la pizarra.

Secuencia 3

Exterior/tarde noche.

Nausicaa-Gerty.

Secuencia de miradas.

Las jóvenes juegan con los niños en la playa. Hay dos gemelos muy revoltosos.

Gerty (vestida de azul-ojos azules) le da una patada al balón mirando coqueta a Ulises-Leopold, vestido de negro. «Él la observaba como la serpiente observa a su víctima», en palabras de Joyce. Pero es ella quien le seduce con el movimiento de sus piernas. Un juego de miradas, al fondo el sonido de campanas. Miradas, más miradas. Fuegos artificiales de color azul. Todas las chicas, con los niños, corren hacia los fuegos de artificio. Excepto Gerty, que permanece sentada. Al fin solos. Gerty se reclina hacia atrás, sobre la arena, más atrás, sujetándose las rodillas. Más atrás, más miradas. Gerty separa las piernas, mueve el pelo, y enseña sin pudor las bragas blancas. Leopold la sigue mirando, y ella le sigue enseñando las bragas mientras mira al cielo. Un fogonazo azul.

—¡Gerty! ¡Gerty! —la llaman sus amigos para que se acerque.

Y él sabe que se llama Gerty. Ella regresa de su ensoñación y se encuentra con la mirada de Leopold que la sigue observando. Le saluda con el pañuelo, él recibe el olor de su perfume y recuerda un baile con Molly. Gerty se levanta, los dos se miran. Gerty echa a correr. Leopold descubre que es coja. (Hay que mostrar bien la cojera de Gerty, y la sorpresa morbosa de Leopold.) Leopold la sigue mirando mientras corre al encuentro de los demás. Ella no vuelve la cabeza hacia él. Sigue corriendo. Él la sigue mirando esperando que vuelva la cabeza.

—Mírame, tierna putita —susurra.

Sigue recordando el baile con Molly, el olor de su cuello, el beso que le dio en el hombro.

Un nuevo fogonazo azul. Todos miran al cielo. Excepto Gerty, que mira por fin a Leopold, y él la sigue mirando.

Estela había conseguido su objetivo: desviar la atención hacia ti, hacer que su marido dejara de mirar a tu esposa, y te preguntó por Nausicaa, cómo tomaría cuerpo en Gerty, para que siguieras hablando. Tú creíste que le interesaba realmente tu trabajo. Te disponías a contestar, pero fue Estanislao quien tomó la palabra:

—Ya hemos hablado bastante de Ulises en Irlanda. No hagas que aburramos más a Matilde, cariño, creo que hace tiempo que la hemos aburrido —dijo mordiendo su pipa.

—Oh, perdóneme, querida, olvidé que usted no ha leído el Ulises.

Estela se dirigió a Matilde con el desdén que lo hacía siempre, y le preguntó, por preguntarle algo, qué hacía todas las mañanas en la cocina. Ella le contestó que cocinar, y charlar con Aisha.

—Y ¿de qué habla con una criada, querida?

—De la vida.

—¿De la vida? —aventuró, esbozando una sonrisa que parecía de plástico, pretendiendo burlarse de ellas.

—Una persona que ha estado a punto de morir sabe bastante más que tú de la vida —a Estela se le plastificó definitivamente la sonrisa.

Te diste cuenta de que Matilde tuteó a Estela por primera vez, y de que no quiso mostrar con ello confianza, sino desprecio.

—No sabía que Aisha hubiera estado cerca de la muerte.

—Pues se le ahogó el novio. Y ella casi se ahoga también al intentar sacarlo del mar.

Matilde se levantó, dijo Buenas noches y se retiró. No quiso trivializar el drama de Aisha, convertirlo en una charla de salón. No quiso entretener a Estela.

Tu error fue conocer la historia. Y caíste en la trampa de contarla. Matilde te la había relatado con detalle, sobrecogida por la fuerza que le había transmitido aquella joven menuda y capaz; conmovida por la añoranza que expresaban sus ojos negros pintados de kohol; sacudida por la ternura maternal con que dominaba a Pedro, un marido que casi le doblaba la edad y el tamaño, un hombre rudo, destinado por su naturaleza a proteger, protegido amorosamente por ella. Matilde te había contado la historia para compartir contigo las emociones que sintió al escucharla de los labios de Aisha, en su media lengua mal aprendida. Para volver a emocionarse al contártela. Y cada noche te hablaba de Aisha hasta que te llegaba el sueño, aferrándose a la idea de que no lo habíais perdido todo. Y ahora te das cuenta, y ya es tarde.

Y fue tarde para ti desde el momento en que abriste la boca y comenzaste a hablar de Aisha para satisfacer la curiosidad de Estela. Y te das cuenta de que, al menos, podrías haber esperado a que Matilde saliera de la habitación, pero no lo hiciste. Comenzaste a hablar antes de que llegara a la puerta —ahora lo recuerdas muy bien—, comenzaste a hablar mirando la espalda de Matilde. Se alejaba cuando te oyó nombrar a Munir. Fue en su espalda donde notaste un estremecimiento.

La historia de Aisha. La contaste. Y a partir de aquella noche, Matilde se negó a mostrarte sus emociones.

Ulises se levantó cuando vio que tu mujer se marchaba. La siguió, y tú continuaste hablando sin advertirlo siquiera. Le contaste a Estela las bodas de Aisha, en presencia de Estanislao —a ella se lo contabas—. Y que Aisha había nacido en Esauira, una ciudad al sur de Marruecos. Le contaste cómo su familia la prometió en matrimonio nada más nacer, al hijo menor de una familia de ebanistas. Cómo ella se enamoró de Munir, el novio que le habían destinado, y cómo él se enamoró de ella. Su prometido se dejó seducir por las alharacas de Europa. Y Aisha le siguió en su seducción hasta una patera. Le contaste.

CUARTA PARTE

... como si el día

fuera piedra que horadase la vida,

como si el día

fuera caravana de lágrimas.

ADONIS