Arrullado por la voz de Matilde te dormías. Ella callaba entonces, y la siguiente noche le volvías a pedir que te hablara de Aisha. Matilde recuperaba la palabra, para ti, contenta de no haberlo perdido todo, y continuaba el relato de sus conversaciones en la cocina. Te miraba, balanceándose en la mecedora, y te sorprendía al cambiar el registro de su voz cuando imitaba la de Aisha.

—Y el día segundo, si Aisha caso a Munir, en Esauira...

Si Aisha se hubiera casado con Munir, en Esauira, el segundo día, a la caída del sol, las mujeres la habrían bajado al patio, la habrían acompañado con panderetas, panderos, arbórbolas, con canciones de boda, con fórmulas de bendiciones y felicidad. Y con velas encendidas entonarían la oración de las nupcias: «Rezos y Paz para ti, Profeta de Dios. Nuestro Señor Mahoma». Ella habría mantenido la mirada baja en señal de pureza. Siempre la mirada baja. Se habría dejado balancear sentada sobre una mesita redonda y achatada, a hombros de cuatro mujeres. Habría hecho esfuerzos por no llorar durante aquella danza. Se dejaría llevar por las mujeres, al ritmo de violines y panderos. Sentada la bailarían con canciones de bodas, rodeada de las llamas de las velas, envuelta en perfume a incienso, a azahar, a hierbabuena, en aroma a cera que se derrite. Habría hecho verdaderos esfuerzos por no llorar. Y pensaría en Munir, porque después de dos días de boda aún no habría visto a su novio. También se emocionaría Munir así, cuando los hombres lo bailaran a él de la misma forma.

Te hubiera gustado ver la expresión de Matilde, sentada en la cocina con Negritaacurrucada en su regazo, mientras escuchaba a Aisha.

Y al día siguiente, cerca de la medianoche, el novio, con los amigos más íntimos, iría a buscar a la novia. Aisha le esperaría engalanada, con un caftán brocado y verde, y los collares de Salima cayendo hasta su cintura. Un velo de gasa transparente, cuajado de pequeñas flores bordadas en hilos de seda, rojos, azules, blancos, amarillos, verdes, cubriría su cabeza.

La novia abandonaría su casa para acompañar al novio que le ofrecía la suya. A ella le hubiera gustado llegar a su nuevo hogar como su madre, en una especie de casita de madera policromada, con andas, a lomo de mulas, acompañada por músicos con panderos y gaitas. Pero se habría conformado con un automóvil, como exigen los tiempos modernos, y que Munir hubiera ido a recogerla tocando el claxon por toda la calle. Aisha habría visto sus ojos oscuros, su cabello rizado y negro, destacar en su atuendo blanco.