Después de comer os reuníais en el porche. Un pequeño descanso antes de que Estanislao y tú regresarais al trabajo. El final de la sobremesa lo marcaba Estela. Siempre de la misma forma: besaba a su marido en la mejilla, parpadeaba coqueta para ti, dirigía a Ulises una sonrisa, y le hablaba a Matilde:

—¿Qué le parece que hagamos hoy, querida?

En su manera de preguntar llevaba implícita su determinación de que el grupo no se deshiciera también por las tardes. Le dejaba escoger a Matilde, y se incluía en sus planes. Matilde proponía la actividad vespertina según su apetencia, un paseo por el campo, una visita a Punta Algorba, unas partidas de juegos de mesa, o escuchar algún disco en el gabinete de música, que era la mejor forma de mantener la boca cerrada, la propia, y también la de Estela.

Ulises y Matilde aprendieron pronto a disfrutar de las tardes con Estela, a gozar de su presencia impuesta. Supieron aprovechar la ventaja de su incómoda compañía: sentirse juntos sin verse abocados al deseo de estarlo más. Descubrieron para el otro un lenguaje de signos secretos, un código que elaboraron sin darse cuenta, y que entendieron desde un principio sin haberse revelado las claves. Y sin saber cómo, comenzaron a tutearse sin que Estela se incluyera en el tratamiento de tuteo.

—Mueve usted, querida.

—Ten cuidado, Matilde, la dama está en peligro.

—Va a perder, querida.

—La dama siempre está en peligro. Alguien me dijo una vez que éste es el juego de la elegancia. Sabré perder con elegancia, pero a lo mejor es que no me importa que la dama se pierda.

Los mensajes pasaban a través de Estela, la utilizaban como puente entre los dos. Las fichas en las damas, las piezas en el ajedrez, los naipes en las cartas, los árboles en el paisaje, o el mar en la distancia, cualquier excusa era buena para usarla como pasarela.

Una de esas tardes en que Ulises y Matilde jugaban a ser cómplices en secreto, se dieron una cita relacionando las palabras en desorden que habían formado con las letras que les tocaron en los dados. Estela compuso GRUTA, 37 puntos; Ulises escribió MAÑANA, 22 puntos; y Matilde le siguió con MEDIODÍA, 32 puntos. Gana Estela.

Sobre la mesa de juego quedó escrito el mensaje.

Estanislao y tú entrasteis al salón. Estela se levantó al veros. Ulises y Matilde se quedaron un momento mirando los dados, ninguno de los dos hizo ademán de guardarlos en el cubilete, como solían hacer. Ambos leyeron en voz baja, moviendo imperceptiblemente los labios.

Aisha anunció la cena y cuando os marchabais hacia el comedor, extrañada de que no hubieran recogido el juego, preguntó:

—¿Quieres senior Ulises que Aisha guarda cuadrados?

—No, Aisha, déjelo así, por favor —contestó.

Estanislao se sentó a la mesa frente a Matilde. Y también después de cenar, en la tertulia que hacíais en el salón, se sentó frente a ella. Matilde llevaba un vestido estrecho y al sentarse en el sofá, la falda se le subió dejando sus piernas bronceadas al descubierto. Estanislao la miraba más allá de los muslos buscando otras oscuridades. La gata de Aisha le dio la oportunidad de encontrar lo que buscaba. El animal entró al salón y se dirigió a tu esposa, ella abrió las piernas para inclinarse a cogerlo, y Estanislao pudo deleitarse imaginando el vello rojizo oculto por el triángulo de seda negra que llegó a ver entre sus piernas. Ella no vio la mirada de Estanislao, pero se dio cuenta de que su vestido resultaba demasiado corto, por eso la viste levantarse del sofá, y buscar un asiento más alto, tirando de su falda hacia abajo mientras cogía a la gata. Se sentó en una silla con Negritaen sus brazos y comenzó a acariciarla.