Toda la vecindad se enteraría al verlas en procesión hacia el hamam, al escuchar los cantos de boda, de que la madre de Aisha casaba a su hija.

—Por si alguno no sabe con bombillas en casa de Aisha, y panderos y gaitas y uel uel.

—Aisha, nunca he oído una arbórbola. ¿Puedes gritarla para saber cómo suena? —le suplicó Matilde.

—Mala sombra si no es en fiesta, seniorita Matilde. Sólo en fiesta.

Aisha se negó a gritar, pese a la insistencia de Matilde.

—Sólo en fiesta. Contrimás, los seniores trabajan más muy cerca. Susto grande si Aisha uel uel.

Matilde no escuchó las arbórbolas, pero hablaba, al contarte la boda que Aisha imaginaba en Esauira, como si las hubiera escuchado. El sonido del uel uel que no has oído jamás se te cuela hasta el fondo. No puedes evitar el dolor. Matilde. Matilde, contándote la historia de Aisha, regresa, y te hiere.

—Explícame cómo suena una arbórbola, Aisha.

—Muy fuerte. El grito sale de garganta pero es lengua quien grita —Aisha le mostró la lengua, en movimientos rápidos y mudos. Y continuó su relato.

El segundo día de la boda en Esauira, en casa de Aisha, se habría ofrecido un té con pastas, sólo para mujeres. Todas se habrían ataviado con sus mejores caftanes, y una orquestita, también de mujeres, tocaría en el patio y las haría bailar entre ellas. Quemarían incienso traído de La Meca, su perfume rebasaría las tapias y las azoteas, y anunciaría su boda a los que aún no se hubieran enterado. Las invitadas serían rociadas con agua de azahar en almarraxas de plata.

—¿Y qué es almarraxa?

—Un frasquito pequenio con pitorrilio largo, ven seniorita Matilde te enseño almarraxa Farida regala a boda de Aisha con Pedro. Guardo en alcoba de mí. Ven, seniorita.

Abandonaron la cocina y se dirigieron a la casa de los guardeses. Matilde siguió a Aisha, y la gata las siguió a las dos.

El dormitorio era una pequeña habitación ordenada y limpia. Aisha se arrodilló en el suelo frente a un arcón. Antes de abrirlo, se frotó las manos en el delantal.

—Mira seniorita Matilde almarraxa de Farida —Aisha depositó en las manos de Matilde un pequeño frasco de metal labrado. Lo dejó sobre sus palmas extendidas, con mimo, con cuidado, después de haberle sacado brillo con el pañito de terciopelo en que lo guardaba—. Farida no mucho dinero no plata parece plata, Aisha limpia de vez en vez para que siempre brilia, ¿gusta?

Matilde mantuvo la almarraxa en sus manos abiertas, sin atreverse a tocarla, asintiendo con la cabeza, imaginando a Farida, tomándole cariño a través del objeto que ella escogió para Aisha.

—Este cofre pequenio regaló Yunes a Pedro y Aisha, incienso que sobra de boda para entierro guardo dentro. El senior Ulises regaló incienso de La Meca —Aisha sacaba uno a uno los recuerdos del arcón y los iba dejando sobre la cama—. Y esta mantilia espaniola regalo tamién a mí el senior Ulises. Yunes y Farida y el senior Ulises y Pedro y Aisha solos en boda en Aguamarina. Boda bunita pero no grande. Farida pintó pies y manos con pequenia jeringa. Incienso de La Meca arde en boda de Aisha y huele pueblo mío. Farida canta en boda de Aisha arbórbolas olor a Esauira. Boda bunita no grande pero bunita.

Aisha mostraba sus regalos de boda reales con la expresión iluminada con que antes había enumerado los imaginarios. Con idéntica ternura acariciaba los recuerdos que podía tocar y los que nunca había tenido.

—Boda bunita tamién si Aisha casado a Esauira a Munir el día segundo.

Matilde te contaba por las noches las historias que escuchaba por las mañanas, con el mismo detalle que Aisha se las relataba a ella, con la misma dulzura en su voz. Sentados los dos en las mecedoras de vuestro dormitorio, frente a la ventana, ella te hablaba hasta que te llegaba el sueño. Entonces te acostabas, Matilde se tendía a tu lado, y aún tú le pedías que siguiera hablando de Aisha, sabiendo que con ello aumentaban las palabras que podía decirte. La escuchabas en silencio y te quedabas dormido.