La biblioteca era un espacio luminoso. Los libros estaban protegidos por cristales en cada una de las estanterías de madera de roble. Los reflejos del sol a mediodía obligaban a correr las cortinas para que no os deslumbrara la luz. Un rito que cumplía Ulises siempre a la misma hora. Pero Ulises se había excusado a las once y media, y se ausentó, de manera que fuiste tú quien se acercó en aquella ocasión al ventanal poco antes de las doce, y lo viste entrar en la cocina por la puerta del jardín.

Ulises se dirigió a Aisha, le dio cuatro invitaciones para la película de Fisher Arnld que se estrenaba en Punta Algorba por la noche:

—Las suyas, y las de Yunes y Farida, dígale a Pedro que tienen que llegar al Union Royal media hora antes.

—Muchas gracia, senior Ulises.

—Ah, Aisha, dígale también a Pedro que avise a los demás, deben cambiar el lugar de sus reuniones.

Aisha no podía creer que haberle revelado a Matilde un secreto supusiera un peligro. Ulises siguió hablando al descubrir que había alarmado a las mujeres:

—No se asusten, es sólo que hay que tomar precauciones. Han cometido las dos una imprudencia. Aisha al contártelo a ti, Matilde. Y tú por contárselo a Adrián. La mayoría de los que acuden a la casa abandonada del paseo marítimo son inmigrantes ilegales. Sólo ellos deben saber dónde se reúnen, es la única forma de evitar riesgos innecesarios.

—Perdóname, Aisha. Se lo conté a mi marido.

—Seniorita Matilde, no preocupes, Aisha todo tamién cuento al marido Pedro.

—Lo siento.

—Ahora digo a Pedro que senior Ulises dice a Aisha de cambio y problema ahora mismo arreglo. Seniorita Matilde, no pones esa cara de susto que asustas a mí.

Salieron los tres al jardín a un mismo tiempo. Tú ya habías corrido las cortinas, pero permaneciste apostado tras ellas, acechando por la rendija que dejaste abierta, un espacio suficiente para ver sin ser visto. Estanislao revolvía papeles en la mesa y no advirtió tu tardanza en regresar del ventanal.

Viste a Aisha caminar hacia la casita de los guardeses delante de su gata que la seguía, y observaste a Matilde y a Ulises hasta que desaparecieron por la parte trasera de la casa.

Tu mujer llevaba el vestido azul estampado de flores; lo último que pudiste divisar fue la mano de Ulises, subiendo un tirante del vestido de Matilde que había resbalado a su brazo desnudo, rozándole el hombro.