Sospechaste que irían a la playa. Tu sospecha era sólo una parte de la verdad, que ahora conoces entera.

—Tenía muchas ganas de hacer a pie este camino contigo —le dijo Ulises—, la primera vez te llevé demasiado deprisa.

Caminaron hasta llegar a la arena. Despacio, en silencio, disfrutando de su soledad y del paseo.

Las ramas secas se enredaron en el vestido de Matilde al entrar en la gruta y le desgarraron la falda.

—Por favor, Ulises, no enciendas la linterna.

—¿No quieres ver qué le ha pasado a tu vestido?

—No.

Adaptaban sus ojos a la penumbra, parados uno frente al otro, cuando Matilde exclamó:

—¿Por qué tuviste que llamar a Adrián para hacer esta película?

—Por su ambición.

—¿Por su ambición?

—Sí, por su ambición, y por la mía.

—¿Y adónde va a llevarnos vuestra ambición?

Matilde se mantenía al borde del grito, controlando el tono de su voz:

—¿Adónde? —volvió a preguntar.

Ulises se alegró de que el sol no entrara hasta el fondo de la cueva. Matilde no pudo ver su vergüenza. Sólo oyó su voz apagada:

—No voy a hacer esa película.

Se lo dijo a Matilde antes que a ti, antes que a Estanislao, incluso antes de decírselo a sí mismo, su decisión llegó a sus labios antes de tomarla siquiera.

—No voy a hacer esa película —repitió para Matilde, para sí, en voz decidida y alta.

—¿Y el guión?

—Lo guardaré en aquella caja. Hay películas que no llegan a hacerse nunca. Hablaré mañana con Adrián y Estanislao.

Pero no pudo esperar al día siguiente, esa misma noche, después del estreno en Punta Algorba, en comisaría, mientras esperabais para prestar declaración, os dijo que abandonaba el proyecto. Pensaste que el motivo era la desgracia que acababa de ocurrir, y no le preguntaste siquiera el porqué de su renuncia.

Matilde vislumbraba el rostro de Ulises, buscó sus ojos, su expresión la desconcertó.

—¿Te encuentras bien?

—Mejor que nunca.

Ella no se atrevió a decir que se encontraba peor que nunca. Pensaba en ti, en Estela, en Estanislao.

—Quiero irme de Aguamarina.

—Nos iremos.

Pensaba en la intimidad traicionada de Aisha.

—Necesito gritar —dijo apretando los puños.

—Pues grita, aquí nadie podrá oírte.

El grito de Matilde retumbó en los muros de roca. Un alarido. Una queja. Por su boca abierta escapaba de golpe todo su desasosiego. Ella sentía en los labios el roce de su aullido al salir.

Ulises la escuchaba sin alarmarse, buscó sus manos y encontró sus puños cerrados. Matilde abrió los dedos y los entrelazó a los de Ulises, apretaron los dos y él comenzó también a gritar.

Sus bocas se acercaron para unirse en el grito, para compartirlo de cerca. El grito les llevó al silencio, y los labios al beso.

Se abrazaron, con la misma energía con la que habían gritado; se buscaron, con la misma intensidad con la que hasta entonces se habían negado. La urgencia escapó de sus cuerpos, y se entregaron, recuperando el grito para lanzarse su amor, mezclando palabras soeces con arrullos, con peticiones obscenas y tiernas.

—Quiero irme de Aguamarina.

—Nos iremos —Ulises atrajo a Matilde hacia sí, para que siguiera mordiéndole el hombro—. Ven aquí —para que siguiera arañándole el pecho.