Berlín era distinto a como Blanca lo recordaba, la ciudad que había recorrido con Peter, solos, hace ya demasiado tiempo. Caminar y encontrar el límite. Volver la espalda. Caminar. Y volver a encontrar el límite. Junto a él descubrió el muro que la rodeaba. Los pasos que no pudo dar. Las calles interrumpidas. Las aceras dirigidas hacia el hormigón. Los raíles de los tranvías atravesando la vertical del Muro que los hacía inútiles. Una isla sin mar. Los parques le parecían ahora más verdes. El aire más luminoso. La Ku-damm, abreviatura de esa avenida de nombre impronunciable, más amplia, más larga, más llamativos sus escaparates cúbicos de cristal en mitad de la acera.