Sí. Habían tenido suerte. Escaparon de un infierno a otro infierno. De una desolación a otra desolación.

—Peter, ¿te encuentras bien? —Blanca le sonreía.

—Sí, me encuentro bien.

Peter se acarició la frente con las yemas de los dedos, dibujó círculos en sus sienes con el anular y el corazón.

No pudieron localizar a sus primos, Sigrid, Georg, aun después de acudir a la Stasi pidiendo ayuda, pero encontraron a Frau Hanna, la íntima amiga de su madre, viuda de guerra también. Perdió a su hijo durante un bombardeo, lo perdió: jamás lo encontraron, le soltó la mano y se perdió. Y quedó sola.

—Tu madre fue muy valiente. Atravesar un país en guerra, con dos niños, o muy inconsciente, nunca se sabe. Aunque hizo bien, ya nada le quedaba aquí. Me pidió que fuera con vosotros, pero a mí nadie me esperaba en Hamburgo.

Hija de un oficial prusiano, rica por familia, educada para saber ser y saber estar, la anciana conservaba en sus gestos la altivez de la clase a la que perteneció, sus modales de alcurnia. Vivía en una casa pequeña, rodeada de los muebles de estilo que pudo recuperar de su palacete en ruinas. Aparadores, espejos, mesitas auxiliares, vitrinas dificultaban el paso. Preparó té en un servicio de porcelana de Meissen, sobre mantelitos de encaje de Holanda.

—Sé por sus cartas que salió adelante. Recogiendo plomo de las ruinas. Hay que tener valor. Desescombrera.

Servía la infusión con delicadeza, con ademanes pausados, sosteniendo la tetera con ambas manos, dejándola sobre la mesa cada vez que ofrecía una taza. La ceremonia. Su figura erguida daba elegancia a las ropas que vestía, demasiado usadas, demasiado antiguas.

—¿Sabes?, tu abuela era muy guapa —se dirigió a Maren—, te pareces a ella. Era muy guapa. Daba gusto verla cabalgar. Otros tiempos —dijo después de un suspiro—. Nos casamos las dos el mismo año y perdimos a nuestros maridos a la vez. Tuvimos suerte.

Maren la miró con una interrogación en los ojos.

—De sobrevivir —añadió.

Se tocó la frente con las yemas de los dedos y se dibujó círculos en las sienes con el anular y el corazón.

—Este gesto —dijo dirigiéndose a Peter— lo aprendí de tu padre. Decía que así se podían alejar los pensamientos.