Querido Curt:

Ayer me preguntaste si tenía miedo a morir, has sido el único que se ha atrevido a preguntármelo, no sé si supe contestarte. Sé que me has ayudado a reconocer la mentira que se empeñan en construir a mi alrededor, la curación, y que muchas veces yo misma quiero creer. Negarse a nombrar la muerte no es evitar que exista. Admiro el valor que has tenido, siempre que intento hablar de este tema la gente lo rehúye, yo no quiero esconder la cabeza, tú tampoco. Supiste acercarte a mí, sin morbosidad, con pudor, y compartir mi miedo. No te pregunté si temías mi muerte, porque lo vi en tus ojos, eso no te atreviste a decírmelo. Has sabido enfrentarte a mi verdad, también debes enfrentarte a la tuya. No sé cómo ayudarte, mi miedo se acaba conmigo, tú debes aprender a superar el tuyo. Ahora ya eres adulto, lo demostraste ayer. Has de reconocer tu dolor, compartirlo, y buscar consuelo. No intentes hacerte el fuerte, como hice yo cuando murieron mis padres y mis abuelos. Yo necesitaba que mi tía me consolara, hundirme en sus brazos. Necesitaba que ella supiera que me dolía en el cuerpo la muerte de mi padre, la de mi madre. Que su ausencia me pesaba en los brazos, y me dolían de no abrazarles. Que me dolían los labios de los besos que no les podía dar. Necesitaba que ella me explicara por qué sentía un hueco dentro, un agujero grande y oscuro. La muerte fue el primer dolor que yo no supe reconocer. No la entendía. A pesar del bombardeo, la casa destruida, el techo en el suelo. Era Miércoles de Ceniza, estábamos esperando a Peter y a su madre, me encontraron en la calle, ante la casa, con una pierna herida, los ojos muy abiertos y la cara completamente negra de hollín. Mi tía me abrazó, es un milagro, dijo, y no recuerdo más. Me amparó, pero no pude buscar consuelo en ella, porque me ocultó su dolor para no aumentar el mío, y yo tuve que ocultarlo para no verla llorar. Ahora pienso que ambas nos habríamos ayudado más si hubiésemos sabido consolarnos. Si no hubiéramos gastado nuestras fuerzas en hacernos las fuertes.

Querido Curt, no tengas miedo a mostrar tu dolor, busca consuelo en tu hermana, deja que ella lo encuentre en ti.

Ya no te puedo tratar como a un niño, pero déjame darte un calentito, como cuando eras pequeño y no querías llorar. Te abrazabas a mí, Dame un calentito, y yo te apretaba con fuerza, ¿te acuerdas? No te dé miedo llorar, te decía yo. A veces es necesario. Creías que ser hombre era conseguir no llorar. Ahora ya puedes llorar. Busca consuelo en tu hermana.

Te quiero tanto,

Mamá

Curt levantó la vista del papel y miró a su hermana. Maren estaba acariciando la sortija, ensimismada, no se dio cuenta de que Curt lloraba.