Querida Maren:

Cuántas veces me has reprochado que quiera controlarlo todo. Espero que esta carta no la tomes como control.

Nos hemos peleado tanto, me gustaría que estas pocas palabras fueran nuestra definitiva reconciliación.

Sé que muchas veces he sido injusta contigo. He deseado que fueras una mujer demasiado pronto. Tal vez porque necesitaba ayuda, pero nunca he sabido pedírtela, en lugar de eso te daba órdenes. Te he exigido mucho, te he obligado a madurar deprisa, me doy cuenta ahora.

La vida no ha sido fácil para ninguna de las dos. Yo tuve que asumir mi fracaso al escoger a tu padre, pero tú te viste obligada a padecer mi error: vivir sin él. Te costó mucho. Sobre todo cuando eras pequeña y venías del colegio llorando porque tus compañeros decían que tu padre había muerto. Algún día vendrá, replicabas, querrá verme y vendrá. Más tarde, eras tú misma la que consolabas a tu hermano. Vendrá, le decías. Estabas tan segura, que yo muchas veces intenté encontrar a vuestro padre. He vuelto a buscarle. Esta vez lo he encontrado. Heiner le avisará cuando yo me vaya. Espero que no sea demasiado tarde para vosotros.

Os he fallado en muchas cosas, a tu hermano y a ti, no he sabido hacerlo mejor. Los padres nos equivocamos siempre.

Me negué a verte crecer, ésa es mi gran contradicción, quería que crecieras y no supe ver cómo crecías. Cuando entraste en la adolescencia, imaginé que te apartabas de mí, que ya no me querías. Te alejabas, y yo sentí un desgarro, como si me arrancaran parte de mí. Yo pensaba que eras mía. Caí en esa torpeza de considerar que los hijos son una propiedad. Te rebelaste. Te negabas a mis caricias y no querías besarme. Creía que me pertenecías, y que te estaba perdiendo. No supe reconocer tus ansias de independencia. Tú no querías ser mía, ni de nadie, pero querías que yo te quisiera. Ahora sé que tu rebeldía era una forma de reclamar mi cariño, un cariño mejor entendido, libre de estúpidas posesiones, entonces no lo supe y me volqué en tu hermano, él sí se dejaba acariciar, me fui por el camino más fácil.

Qué necia he sido, tu ternura es profunda y silenciosa, mi enfermedad me lo ha enseñado, la manera que tienes de cuidarme, siempre pendiente de mí, soportándome, sin hacer caso de mi mal humor. Mi pequeña, qué difícil ha tenido que ser para ti.

Heiner me dijo en muchas ocasiones, cuando me veía discutir contigo, que estabas más cerca de mí de lo que yo pudiera suponer. Ahora lo sé, estabas muy cerca y yo no lo veía. La vida compensa a veces de la manera más extraña: mi enfermedad me ha servido para verte, para disfrutar de ti. Aún tengo tiempo. Tengo tiempo para ti. Esa es la ventaja de mi enfermedad, alguna tenía que tener, me ha enseñado a valorar el tiempo que me queda. Nos queda tiempo. Ahora soy capaz de dejarme querer, y sé cómo quererte. Lamento no haber sabido hacerlo antes. Pero tenemos tiempo aún. Esa es nuestra suerte. Yo me iré, pero antes te habré dado todo mi amor. Mi amor quedará contigo para siempre.

Sé que recordarás lo mejor de mí, aunque yo no te lo pida. Pero te ruego que recuerdes estos momentos, la felicidad que me has dado. Y piensa que cuando discutía contigo era porque te quería y no supe decírtelo nunca.

Te quiero.

Mamá