Al día siguiente del traslado de Ulrike al Instituto Anatómico Forense, por la mañana, fueron al cementerio a escoger una sepultura, Peter, Maren y Blanca. Heiner y Curt no quisieron ir. Les acompañó un funcionario vestido de negro que les mostraba las plazas disponibles como quien enseña parcelas, las ventajas de la situación, norte o sur, soleadas, sombreadas, con árboles, sin ellos, de esquina o centrales. Precios.

Recorrieron el cementerio buscando con cariño «un bonito lugar» para Ulrike, como si pudieran entregarle algo todavía, lo último que podían darle. Anduvieron examinando los espacios que el funcionario les indicaba, sin decidirse, buscando en los rostros de los demás un signo de aprobación o de rechazo, ninguno les parecía bueno. Después de haber visto todos los disponibles, escogieron el primero que les habían ofrecido, bajo un árbol. Regresaron a casa satisfechos de haber encontrado el sitio que habría escogido Ulrike, cerca de su madre. Nevaba.

Durante la comida, Maren le describió a Curt la situación de la tumba, y le habló del árbol, el árbol que sería desde entonces el árbol de Ulrike. Algo sí le habían regalado.