En esto vio a Raskolnikof y corrió hacia él.
-¿Es usted, Rodion Romanovitch? Haga el favor de explicarle a esta tonta que la resolución que he tomado es la más conveniente. Bien se da limosna a los músicos ambulantes. A nosotros nos reconocerán enseguida: verán que somos una familia noble caída en la miseria, y ese detestable general será expulsado del ejército: ya lo verá usted. Iremos todos los días a pedir bajo sus ventanas. Y cuando pase el emperador, me arrojaré a sus pies y le mostraré a mis hijos. «Protéjame, señor», le diré. Es un hombre misericordioso, un padre para los huérfanos, y nos protegerá, ya lo verá usted. Y ese detestable general... Lena, tenez-vous droite. Tú, Kolia, vas a volver a bailar enseguida. Pero ¿por qué lloras? ¿De qué tienes miedo, so tonto? Señor, ¿qué puedo hacer con ellos? Le hacen perder a una la paciencia, Rodion Romanovitch.
Y entre lágrimas (lo que no le impedía hablar sin descanso) mostraba a Raskolnikof sus desconsolados hijos.
El joven intentó convencerla de que volviera a su habitación, diciéndole (creía que levantaría su amor propio) que no debía ir por las calles como los organilleros, cuando estaba en vísperas de ser directora de un pensionado para muchachas nobles.
-¿Un pensionado? ¡Ja, ja, ja! ¡Ésa es buena! -exclamó Catalina Ivanovna, a la que acometió un acceso de tos en medio de su risa-. No, Rodion Romanovitch: ese sueño se ha desvanecido. Todo el mundo nos ha abandonado. Y ese general... Sepa usted, Rodion Romanovitch, que le arrojé a la cabeza un tintero que había en una mesa de la antecámara, al lado de la hoja donde han de poner su nombre los visitantes. No escribí el mío, le arrojé el tintero a la cabeza y me marché. ¡Cobardes! ¡Miserables...! Pero ahora me río de ellos. Me encargaré yo misma de la alimentación de mis hijos y no me humillaré ante nadie. Ya la hemos explotado bastante -señalaba a Sonia-. Poletchka, ¿cuánto dinero hemos recogido? A ver. ¿Cómo? ¿Dos kopeks nada más? ¡Qué gente tan miserable! No dan nada. Lo único que hacen es venir detrás de nosotros como idiotas. ¿De qué se reirá ese cretino? -señalaba a uno del grupo de curiosos-. De todo esto tiene la culpa Kolia, que no entiende nada. La saca a una de quicio... ¿Qué quieres, Poletchka? Háblame en francés, parle-moi français. Te he dado lecciones; sabes muchas frases. Si no hablas en francés, ¿cómo sabrá la gente que perteneces a una familia noble y que sois niños bien educados y no músicos ambulantes? Nosotros no cantaremos cancioncillas ligeras, sino hermosas romanzas. Bueno, vamos a ver qué cantamos ahora. Haced el favor de no interrumpirme... Oiga, Rodion Romanovitch nos hemos detenido aquí para escoger nuestro repertorio... Necesitamos un aire que pueda bailar Kolia... Ya comprenderá usted que no tenemos nada preparado. Primero hay que ensayar, y cuando ya podamos presentar un trabajo de conjunto, nos iremos a la avenida Nevsky [48], por donde pasa mucha gente distinguida, que se fijará en nosotros inmediatamente. Lena sabe esa canción que se llama La casita de campo, pero ya la conoce todo el mundo y resulta una lata. Necesitamos un repertorio de más calidad. Vamos, Polia, dame alguna idea; ayuda a tu madre... ¡Ah, esta memoria mía! ¡Cómo me falla! Si no me fallase, ya sabría yo lo que tenemos que cantar. Pues no es cosa de que cantemos El húsar apoyado en su sable... ¡Ah, ya sé! Cantaremos en francés Cinq sous. Vosotros sabéis esta canción porque os la he enseñado, y como es una canción francesa, la gente verá enseguida que pertenecéis a una familia noble y se conmoverá. También podríamos cantar Marlborough s'en va-t-en guerre, que es una canción infantil que se canta en todas las casas aristocráticas para dormir a los niños.
»Marlborough s'en va—t—en guerre,
ne sait quand reviendra.
Había empezado a cantar, pero enseguida se interrumpió.
—No, es mejor que cantemos Cinq sous... Anda, Kolia: las manos en las caderas, y a moverse vivamente. Y tú, Lena, da vueltas también, pero en sentido contrario. Poletchka y yo cantaremos y batiremos palmas.
»Cinq sous, cinq sous
Pour monter notre ménage.
La acometió un acceso de dos.
—Poletchka —dijo sin cesar de toser—, arréglate el vestido. Las hombreras te cuelgan. Ahora vuestro porte debe ser especialmente digno y distinguido, a fin de que todo el mundo pueda ver que pertenecéis a la nobleza. Ya decía yo que tu corpiño debía ser más largo. Mira el resultado: esta niña es una caricatura... ¿Otra vez llorando? Pero ¿qué os pasa, estúpidos? Vamos, Kolia, empieza ya. ¡Anda! Animo. ¡Oh, qué criatura tan insoportable!
»Cinq sous, cinq sous.
»¿Ahora un soldado? ¿A qué vienes?
Era un gendarme, que se había abierto paso entre la muchedumbre. Pero, al mismo tiempo, se había acercado un señor de unos cincuenta años y aspecto imponente, que llevaba uniforme de funcionario y una condecoración pendiente de una cinta que rodeaba su cuello (lo cual produjo gran satisfacción a Catalina Ivanovna y causó cierta impresión al gendarme). El caballero, sin desplegar los labios, entregó a la viuda un billete de tres rublos, mientras su semblante reflejaba una compasión sincera. Catalina Ivanovna aceptó el obsequio y se inclinó ceremoniosamente.
—Muchas gracias, señor —dijo en un tono lleno de dignidad—. Las razones que nos han impulsado a... Toma el dinero, Poletchka. Ya ves que todavía hay en el mundo hombres generosos y magnánimos prestos a socorrer a una dama de la nobleza caída en el infortunio. Los huérfanos que ve ante usted, señor, son de origen noble, e incluso puede decirse que están emparentados con la más alta aristocracia... Ese miserable general estaba comiendo perdices... Empezó a golpear el suelo con el pie, contrariado por mi presencia, y yo le dije: «Excelencia, usted conocía a Simón Zaharevitch. Proteja a sus huérfanos. El mismo día de su entierro, su hija ha tenido que soportar las calumnias del más miserable de los hombres...» ¿Todavía está aquí este soldado?
Y gritó, dirigiéndose al funcionario:
—Protéjame, señor. ¿Por qué me acosa este soldado? Ya hemos tenido que librarnos de uno en la calle de los Burgueses... ¿Qué quieres de ml, imbécil?
—Está prohibido armar escándalo en la calle. Haga el favor de comportarse con más corrección.
—¡Tú sí que eres incorrecto! Yo no hago sino lo que hacen los músicos ambulantes. ¿Por qué te has de ensañar conmigo?
—Los músicos ambulantes necesitan un permiso. Usted no lo tiene y provoca escándalos en la vía pública. ¿Dónde vive usted?
—¿Un permiso? —exclamó Catalina Ivanovna—. ¡He enterrado hoy a mi marido! ¿Qué permiso puedo tener?
—Cálmese, señora —dijo el funcionario—. Venga, la acompañaré a su casa. Usted no es persona para estar entre esta gente. Está usted enferma...
—¡Señor, usted no conoce nuestra situación! —dijo Catalina Ivanovna—. Tenemos que ir a la avenida Nevsky... ¡Sonia, Sonia...! ¿Dónde estás? ¿También tú lloras? Pero ¿qué os pasa a todos...? Kolia Lena, ¿adónde vais? —exclamó, súbitamente aterrada—. ¡Qué niños tan estúpidos! ¡Kolia, Lena! ¿Adónde vais?