—No seré feliz hasta que obtengas el divorcio —dijo ella suspirando profundamente—. Pero me temo que me dejarás, ahora que me has visto en esa película asquerosa. ¡Oh!, otro hombre en tu lugar les hubiera roto la cara por hacerme salir tan monstruosa. No, no me besarás. Dime, ¿has hecho algo de lo del divorcio? ¿O es que has olvidado el asunto?

—Pues, no... Verás, es de esta forma —barbotó Albinus—: tú... nosotros... ¡Oh, Margot!, apenas hemos... Es decir, ella en particular... Bueno, en una sola palabra: la pérdida que hemos sufrido complica las cosas hasta lo imposible.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó Margot poniéndose en pie—. ¿Es que no sabe ella todavía que quieres divorciarte?

—No, no quise decir eso —dijo Albinus mansamente—. Desde luego, ella cree... Es decir, ella sabe... O mejor, acaso...

Margot iba creciendo lentamente más y más, como una serpiente cuando se desenrosca.

—A decir verdad, no quiere darme el divorcio —dijo Albinus por último, mintiendo por primera vez en su vida acerca de Elisabeth.

—Ah, ¿conque sí? —dijo Margot, adelantándose.

«Ahora me pegará», pensó Albinus, acongojado.

Margot se acercó a él y le rodeó el cuello con sus brazos.

—No puedo seguir siendo meramente tu querida —dijo, oprimiendo su mejilla contra la corbata de Albinus—. No puedo. Haz algo. Debes decirte a ti mismo: «¡Voy a hacerlo por mi nena!» Hay abogados. Puede arreglarse.

—Te prometo que lo haré este otoño —prometió él.

Ella suspiró suavemente, fue hasta el espejo y se quedó mirando lánguidamente su propia imagen.

«¿Divorcio? —pensó Albinus—. No, no; estaría fuera de lugar.»

25

Rex había convertido en estudio la habitación que alquiló para sus encuentros con Margot, y, cuantas veces le visitaba, le encontraba trabajando. Por lo general, dibujaba silbando animadamente.

Margot miró sus mejillas blancas como la tiza, sus gruesos labios carmesí, contraídos en un círculo mientras silbaba, y sintió que aquel hombre lo era todo para ella. Rex llevaba una camisa de seda con el cuello abierto y un par de viejos pantalones de franela. Estaba haciendo milagros con la tinta china.

Se encontraban casi todas las tardes, y Margot retrasaba el día de su marcha, aunque habían comprado ya el coche y era primavera.

—¿Puedo brindarle una sugerencia? —preguntó Rex a Albinus un día—. ¿Qué necesidad tiene usted de tomar un chófer para su viaje? Yo soy bastante buen conductor, ¿sabe usted?

—Es muy gentil de su parte, respondió Albinus, algo indeciso—. Pero... bueno, temo apartarle de su trabajo. Queremos hacer un viaje largo.

—¡Oh!, no se inquiete por mí. En cualquier caso, intentaba tomarme unas vacaciones. Sol esplendoroso..., viejas costumbres curiosas, campos de golf..., y, además, viajes...

—En ese caso, nos sentiremos encantados —dijo Albinus, preguntándose, inquieto, qué pensaría Margot de aquello.

Pero, tras una breve vacilación, Margot aceptó la propuesta.

—Está bien, que venga —dijo—. En realidad, me es muy simpático, pero ha tomado la costumbre de confiarme sus aventuras amorosas, y suspira por ellas como si fuese algo normal. Resulta un poco tedioso.

Era el día anterior a su partida. Al regresar de sus compras, Margot pasó a ver a Rex a toda prisa. La caja de pinturas, los lápices, el polvoriento rayo de luz que sesgaba la habitación, todo aquello, le trajo una remembranza de la época en que posaba desnuda.

—¿Dónde vas con tanta prisa?-preguntó Rex perezosamente, mientras ella se maquillaba los labios—. Hoy es la última vez. No sé cómo nos las vamos a arreglar durante el viaje.

—Los dos somos bastante zorros —contestó Margot con una risa gutural.

Salió corriendo a la calle y buscó un taxi, pero la arteria, bañada por el sol, estaba vacía. Llegó a una plaza y, como siempre que volvía a casa desde el estudio de Rex, pensó: «¿Tuerzo a la derecha, cruzo el jardín, y sigo otra vez a la derecha?»

Allí estaba la calle donde había vivido cuando era niño.

(El pasado estaba seguro en su jaula. ¿Por qué no echar una ojeada?

Nada había cambiado. Allí estaba la panadería, en la esquina; y la carnicería, con su dorada cabeza de buey de muestra, y ante la tienda, un perro amarrado, el de la viuda del mayor, que vivía en el número quince; la papelería, convertida en peluquería; el quiosco, con la misma vieja vendedora de periódicos; la taberna que Otto frecuentaba; y, más allá, |a casa en que había nacido; estaba en reparación, a juzgar por el andamiaje. No sintió interés en acercarse más.

Cuando se alejaba oyó una voz familiar.

Era Kaspar, el camarada de su hermano. Iba empujando una bicicleta de cuadro morado, de cuyo manillar colgaba un cesto.

—Hola, Margot —dijo él, sonriendo algo tímidamente, mientras se colocaba a su lado, en la acera.

La última vez que le había visto, Kaspar se mostró muy grosero; pero aquello había sido en grupo, en una organización que casi podía llamarse gang. Ahora que estaban solos, el muchacho era sencillamente un antiguo amigo que deseaba interesarse por ella.

—Bueno, ¿cómo te van las cosas, Margot?

—¡Espléndidas! —rió ella—. ¿Y tú, cómo sigues?

—¡Oh!, mira, tirando. ¿Sabías que tu familia se ha trasladado? Ahora viven en el Berlín-Norte. Debieras hacerles una visita un día, Margot. Tu padre no durará mucho.

—¿Y dónde está mi querido hermano?

—Se marchó. Creo que está trabajando en Bielefeld.

—Tú ya sabes lo mucho que me querían en casa —dijo ella, siguiendo con el ceño fruncido la marcha de sus pies a lo largo del bordillo ¿Y se preocuparon por mí, luego? ¿Se preocuparon por lo que pudiera haberme ocurrido?

Kaspar tosió y dijo:

—De todos modos, es tu familia, Margot. A tu madre la echaron de aquí, y el sitio nuevo no le gusta.

—¿Y qué se dice de mí por los alrededores? —preguntó ella, mirándole.

—¡Oh!, porquerías y más porquerías. Te sacan el pellejo. Lo de costumbre. Yo siempre he pensado que una chica tiene el derecho de hacer lo que quiera. ¿Y tú? ¿Sigues bien con tu amigo?

—Sí, de aquella manera. Va a casarse pronto conmigo.

—Estupendo —dijo Kaspar—. Me alegrará mucho por ti. Lo único que me sabe mal es que ya no sea posible pasar un buen rato contigo, como en los viejos tiempos. Es una pena.