Después de examinar una y otra vez cada párrafo de la casa, cada paréntesis de sus muebles, resolví destinar a mi hija el dormitorio que había ocupado la compañera del difunto Landover, a quien él llamaba su enfermera o su novia, según las variaciones de su estado de ánimo.

Era un cuarto encantador, al este del mío, con mariposas de color lila que animaban el empapelado, y una cama ancha, baja, adornada de volados. Poblé los blancos anaqueles con Keats, Yeats, Coleridge, Blake y cuatro poetas rusos (en la Nueva Ortografía). Aunque me dije con un suspiro que sin duda ella preferiría las "historietas" a mis arlequines con lentejuelas y sus varitas mágicas, obedecí en mi elección a lo que los ornitólogos llaman el "instinto ornamental". Además, sabiendo qué importante es una luz clara y fuerte para leer en la cama, pedí a la señora O'Leary (mi nueva cocinera y encargada de la limpieza, heredada de Louise Adamson, que había dejado a su marido por una larga estadía en Inglaterra) que pusiera dos bombitas de cien watts en una alta lámpara junto al lecho. Dos diccionarios, un bloc de papel, un relojito despertador, un estuche para manicura (sugerencia de la señora Noteboke, que tenía una hija de doce años) quedaron atractivamente ubicados en la espaciosa y firme mesa de noche. Todo eso no era más que un borrador, desde luego. La copia en limpio se haría a su debido tiempo.

La enfermera o novia de Landover podía acudir en su ayuda a través de un pasillo o del baño que había entre ambos dormitorios: Landover era un hombre muy grande y su larga, profunda bañera hacía las delicias de un bañista. Otro cuarto de baño más pequeño seguía, en dirección al este, al dormitorio de Bel (y aquí eché mucho de menos a mi primorosa Louise cuando me devané los sesos en busca del epíteto correcto entre "bien fregado" y "perfumado"). La señora Noteboke no pudo ayudarme: su hija, que usaba el desaseado cuarto de baño de sus padres, no perdía tiempo con absurdos desodorantes y odiaba la "espuma". La vieja y sensata señora O'Leary, por otro lado, estaba habituada a las cremas y los potes de cristal de Louise, y me hizo anhelar el regreso de su empleadora conjurando con detalles de pintor flamenco esa imagen, que después simplificó, aunque sin vulgarizarla, escogiendo elementos tales como una gran esponja, una pastilla de jabón con perfume de lavanda y una deliciosa pasta dentífrica.

Yendo aún más hacia el oriente llegamos al cuarto de huéspedes (sobre el comedor redondo, en el extremo este del primer piso); lo transformé en un cómodo estudio con ayuda de un factótum, primo de la señora O'Leary. Cuando lo terminamos, ese estudio contenía un diván con almohadones rectangulares, un escritorio de roble con sillón giratorio, un armario de acero, una biblioteca, la Enciclopedia Ilustrada de Klingsor en veinte volúmenes, lápices, blocs de papel, mapas estatales y (cito el Manual de Compras Estudiantiles, 1952-1953) "un globo terráqueo que se desmonta del soporte para que el niño pueda tenerlo en su regazo".

¿Eso era todo? No. Encontré una fotografía de su madre (París, 1934) para el dormitorio de Bel y para el estudio una reproducción en colores de Nubes sobre un río azul(el Volga, no lejos de mi Marevo), pintado hacia 1890 por Levitan.

Peppermill me traería a Bel el 21 de mayo a eso de las cuatro de la tarde. Tenía que llenar con algo el vacío de la espera. Ex, mi angelical ayudante, ya había leído y anotado el montón de exámenes, pero pensó que tal vez yo quería ver algunas de las pruebas que había reprobado de mala gana. Pasó por mi casa y dejó las pruebas de examen en la planta baja, en el cuarto redondo adyacente al pasillo en el extremo oeste de la casa. Me temblaban y dolían tanto las pobres manos que apenas podía hojear esos pobres cahiers. La ventana redonda daba a la calle. Era un día gris y tibio. "¡Profesor! Estoy perdida si no me aprueba el examen." " Ulisesfue escrito en Zurich y Grecia y por lo tanto tiene demasiadas palabras extranjeras." "Uno de los personajes de La muerte de Ivonde Tolstoy es la conocida actriz Sarah Bernard." "El estilo de Stern es muy sentimental e inculto." Oí el ruido de una puerta de automóvil. El señor Peppermill apareció con un bolso de ropa tras una chica alta, rubia, en blue jeans, que aminoraba el paso para cambiar de mano una pesada valija.

La boca y los ojos melancólicos de Annette. Graciosa, pero fea. Fortalecido por una tableta de Sereriacin, recibí a mi hija y a mi abogado con la dignidad neutral gracias a la cual los efusivos rusos de París me detestaban. Peppermill aceptó una gota de cognac. Bel, una copa de jugo de durazno y un bizcocho. Indiqué a Bel, que exhibía las palmas de las manos en una cortés alusión rusa, el toilette adyacente al comedor, detalle anticuado por parte del arquitecto. Horace Peppermill me entregó una carta de la maestra de Bel, la señorita Emily Ward. Inteligencia fabulosa. Cociente de 180. Menstruaciones ya iniciadas. Una chica extraña, maravillosa. Difícil resolver si era mejor contener o estimular esa precoz vivacidad. Acompañé un trecho a Horace hasta su automóvil, mientras luchaba contra la poderosa tentación de decirle qué sorprendido estaba ante la cuenta que su oficina me había enviado.

—Te mostraré tu apartámenty. ¿Hablas ruso, verdad?

—Desde luego. Pero no sé escribir. Hablo un poco de francés, también.

Ella y su madre (a quien mencionó con tanta naturalidad como si Annette hubiera estado en el cuarto vecino, copiando algo para mí en una máquina de escribir silenciosa) habían pasado casi todo el verano anterior en Carnavaux con babushka. Me hubiera gustado saber qué cuarto había ocupado Bel en la villa, pero me impidió preguntárselo un recuerdo que se interpuso: poco antes de su muerte, Iris había soñado una noche que había dado a luz a un niño gordo, de mejillas muy rojas y ojos almendrados, y con la sombra azul de las chuletas de cordero. "Una horrible mariposa Omarus K."

Oh, sí, me dijo Bel, le había encantado. Sobre todo el sendero que bajaba al mar y el aroma de los romeros ( chudnyy zapakh rozmarina). Yo la escuchaba torturado y fascinado por el ruso emigré"sin sombra" que hablaba, incontaminado por el empalagoso sovietismo de la señora Langley.

¿Se acordaba de mí? Bel me contempló con serios ojos grises.

—Me acuerdo de sus manos y de su pelo.

—De ahora en adelante, on se tutoieen ruso. Subamos, ahora.

Bel aprobó el estudio:

—Un aula en un libro de imágenes.

Abrió el botiquín en su cuarto de baño.

—Vacío... Pero ya sé qué pondré en él.

El dormitorio le "encantó". Ocharovatel'no !(El elogio preferido de Annette.) Pero criticó la biblioteca junto a la cama.

—¡Cómo! ¿No está Byron? ¿Ni Browning? ¡Ah, Coleridge! Las pequeñas serpientes de mar doradas. La señorita Ward me regaló una antología para la Pascua rusa. Sé de memoria tu última duquesa... Quiero decir "Mi última duquesa".

Contuve el aliento con un gemido. La besé. Lloré.