Nuestra Prensa es propiedad pública de nuestra nación. Por consiguiente, no se administra sobre una base comercial. En los periódicos capitalistas, incluso los anuncios pueden influir en su tendencia política: esto, naturalmente, sería imposible aquí.

Nuestros periódicos son publicados por organizaciones gubernamentales y públicas, y son absolutamente independientes de los individuos y de los intereses privados y comerciales. La independencia es, a su vez, sinónimo de libertad. Esto es evidente.

Nuestros periódicos son completa y absolutamente independientes de todas esas influencias, en cuanto no coinciden con los intereses del Pueblo al que aquéllos pertenecen y al que sirven con exclusión de cualquier otro dueño. Así, nuestro país goza de libertad de palabra, no en teoría, sino en la práctica real. Esto es también evidente.

Las constituciones de otros países mencionan también varias «libertades». Sin embargo, en la realidad, estas «libertades» son sumamente restringidas. La escasez de papel limita la libertad de Prensa; los salones faltos de calefacción no facilitan las reuniones libres; y, con el pretexto de regular el tráfico, la Policía disuelve las manifestaciones y las procesiones. Generalmente, los periódicos de otros países están al servicio del capitalismo, el cual tiene órganos propios o adquiere columnas en otros periódicos. Por ejemplo, no hace mucho, un periodista llamado Ballplayer fue vendido por un hombre de negocios a otro, por varios miles de dólares.

Por otra parte, cuando medio millón de obreros textiles americanos fueron a la huelga, los periódicos escribieron sobre reyes y reinas, sobre cine y teatro. La fotografía más popular que apareció en todos los periódicos capitalistas de aquel período fue la de dos raras mariposas que brillaban vsemi tzvetami radugi(con todos los colores del arco iris). ¡Pero no dijeron una palabra de la huelga de los obreros textiles!

Como dijo nuestro Jefe: «Los obreros saben que la "libertad de palabra" en los llamados países "democráticos" es una expresión vacía.» En nuestro propio país, no puede haber contradicción entre la realidad y los derechos garantizados a los ciudadanos por la Constitución de Paduk, pues tenemos provisiones suficientes de papel, gran cantidad de buenas prensas de imprimir, espaciosos y caldeados salones públicos, y espléndidos parques y avenidas.

Recibimos de buen grado toda clase de preguntas y de sugerencias. Enviamos gratis, a quien lo solicite, fotografías y folletos detallados.

(Lo guardaré, pensó Krug, y lo trataré con algún producto especial que lo conserve largamente en el futuro, para eterna delicia de los humoristas libres. Oh, sí; lo guardaré.)

En cuanto a noticias, no había prácticamente ninguna en el Ekwilistani en La Campana de la Tarde, ni en ninguno de los demás diarios controlados por el Gobierno. En cambio, los editoriales eran formidables:

Creemos que el único Arte verdadero es el Arte de la Disciplina. Todas las demás artes, en nuestra Ciudad Perfecta, no son más que sumisas variaciones del supremo Toque de Trompeta. Amamos al cuerpo corporativo al que pertenecemos, más que a nosotros mismos, y amamos aún más al Jefe que simboliza este cuerpo en términos de nuestra época. Propugnamos la perfecta Cooperación que une y equilibra los tres órdenes del Estado: el productivo, el ejecutivo y el contemplativo. Propugnamos la absoluta comunidad de intereses entre los camaradas ciudadanos. Propugnamos la armonía viril entre el amante y el amado.

(Al leer esto, Krug experimentó una débil sensación «lacedemónica»: látigos y varas; música; y extraños terrores nocturnos. Conocía un poco al autor del artículo: un viejo andrajoso que, con el seudónimo de «Pankrat Tzicutin» había publicado, años atrás, una revista pogromística.)

Otro artículo serio... Era curioso lo austeros que se habían vuelto los periódicos.

«La persona que nunca perteneció a una Logia Masónica o a una hermandad, club, unión o algo parecido, es un ser anormal y peligroso. Desde luego, algunas organizaciones eran bastante malas y están prohibidas en la actualidad; sin embargo, vale más el hombre que perteneció a una organización políticamente equivocada que aquel que no perteneció a ninguna organización. Como modelo al que todo ciudadano debería admirar sinceramente e imitar, nos complacemos en citar a un vecino nuestro que declara que nada en el mundo, ni siquiera la más emocionante novela de detectives, ni siquiera los rollizos encantos de su esposa, ni siquiera el sueño que alimentan todos los jóvenes de convertirse un día en ejecutivos, pueden compararse con el placer de reunirse cada semana con sus semejantes, para cantar canciones comunitarias, en un ambiente de sana alegría y, añadimos nosotros, de sano negocio.»

Últimamente, las elecciones al Consejo de Ancianos ocupaban muchísimo espacio. Una lista de candidatos, treinta en total, redactada por una comisión especial dirigida por Paduk, era difundida por todo el país; entre ellos, los votantes debían elegir once. La misma comisión nombraba «backer-grupps», gracias a los cuales ciertos grupos de nombres recibían el apoyo de agentes especiales, llamado «magaphonshchiki» («partidarios» armados de micrófonos), que pregonaban las virtudes cívicas de sus candidato en las esquinas de las calles, creando de este modo la ilusión de una excitada lucha electoral. Todo este asunto era sumamente confuso, y nada importaba quién ganase o quién perdiese; sin embargo, los periódicos adoptaban un estado de loca agitación y daban diariamente, y a cada hora del día, por medio de ediciones especiales, los resultados de la lucha en tal o cual distrito. Un detalle interesante era que, en los momentos de mayor excitación, equipos de obreros del campo o de la industria, como insectos impulsados a la cópula por alguna condición atmosférica desacostumbrada, lanzaban súbitamente desafíos a otros equipos parecidos, declarando su deseo de organizar «concursos de producción» en honor de las elecciones. Por consiguiente, el resultado neto de tales «elecciones» no era ningún cambio especial en la composición del Consejo, sino un trabajo sumamente entusiasta que agotaba la «curva zoom» en la manufactura de máquinas segadoras, caramelos de crema (en brillantes envoltorios con imágenes de niñas desnudas jabonándose los omóplatos), kolben-deckelschrauben(cerrojos de pistón), nietwippen(muñecas de cuerda), blechtafel(plancha de acero), krakhmálchiki(cuellos almidonados para caballero y niño), glockenmeíall (bronzo da campane), geschützbronze (bronzo de cannoni), blasebalgen (vozdukhoduvnye mekha)y otros ingenios útiles.

Relatos detallados de diversos mítines de obreros fabriles o de hortelanos de colectividades, mordaces artículos sobre los problemas de la teneduría de libros, denuncias, noticias de las actividades de innumerables sindicatos profesionales, y los recortados acentos de poesías impresas en escalier (triplicando, dicho sea de paso, los honorarios por línea) y dedicadas a Paduk, sustituían completamente a los agradables crímenes, bodas y combates de boxeo, de otros tiempos más felices y más impertinentes. Era como si un lado del Globo hubiese sufrido un ataque de parálisis, mientras el otro esbozaba una incrédula —y ligeramente tonta— sonrisa.