—Tengo que ponerme las gafas —dijo éste.

Las levantó delante de su cara y miró a través de ellas a una ventana lejana. El cristal izquierdo tenía en su centro una opaca nebulosa en espiral, algo parecido a la huella del pulgar de un fantasma. Mientras humedecía el cristal con su aliento y lo enjugaba con el pañuelo, Paduk le explicó el asunto. Krug sería nombrado rector universitario, en el puesto de Azureus. Su salario sería tres veces mayor que el de su antecesor, que era de cinco mil coronas. Además, le proporcionarían un coche, una bicicleta y un paidógrafo. En la apertura del curso académico, tendría la bondad de pronunciar un discurso. Sus obras serían reeditadas, previa revisión a la luz de los acontecimientos políticos. Podría tener bonos, un año de vacaciones cada siete años, billetes de lotería, una vaca..., muchísimas cosas.

—Y supongo que esto es el discurso —dijo amablemente Krug.

Paduk le respondió que, para ahorrarle el trabajo de redactarlo, el discurso había sido preparado por un experto.

—Confiamos en que te gustará tanto como a nosotros.

—Conque —repitió Krug— esto es el discurso.

—Sí —dijo Paduk—. Y ahora, tómalo con calma. Léelo cuidadosamente. A propósito, había que cambiar una palabra y me pregunto si lo habrán hecho. Por favor...

Alargó la mano para tomar el escrito y, al hacerlo, volcó el vaso de leche con el codo. Lo que quedaba de la leche formó un charco blanco, en forma de riñon, sobre la mesa.

—Sí —dijo Paduk, devolviendo el escrito a Krug—, la han cambiado.

Entonces se dedicó a apartar varias cosas de la mesa (un águila de bronce, un lápiz, una postal del «Muchacho Azul, de Gainsborough, y una reproducción, con marco, de la «Boda», de Aldobrandini, de la coronada, semidesnuda y adorable favorita a quien el novio se ve obligado a renunciar por causa de la apelmazada y arrebozada novia) y, después, secó desmañadamente la leche con un trozo de papel secante. Krug leyó sotto voce:

—«¡Señoras y señores! ¡Ciudadanos, soldados, esposas y madres! ¡Hermanos y hermanas! La revolución ha traído a primer plano problemas ( zadachi) particularmente difíciles, de colosal importancia, de alcance mundial ( mirovovo mashtaba). Nuestro jefe ha aplicado las medidas más revolucionarias para despertar el infinito heroísmo de las masas oprimidas y explotadas. En el menor ( krat-chaisbü) tiempo ( srok) posible, el Estado ha creado órganos centrales para suministrar al país todos los productos más importantes, que serán distribuidos a precios fijos, de una manera plantificada. Perdón..., planificada. ¡Esposas, soldados, madres! La hidra de la reacción puede levantar la cabeza...»

»Esto no sirve. Aquel monstruo tenía más de una cabeza, ¿no?

—Anótalo —dijo Paduk, entre dientes—. Anótalo en el margen y, por lo que más quieras, continúa.

—«Como dice nuestro antiguo proverbio, "las esposas más feas son las más fieles", pero, indudablemente, esto no puede aplicarse a los "feos rumores" que difunden nuestros enemigos. Se rumorea, por ejemplo, que la crema de nuestra intelectualidad se opone al régimen actual.» ¿No sería mejor decir «crema batida»? Quiero decir, continuando la metáfora...

—Anótalo, anótalo; estos detalles carecen de importancia.

—«¡Falso! Una simple frase, una mentira. Los que rabian, rugen, fulminan y rechinan los dientes, vertiendo sobre nosotros un incesante torrente ( potok) de palabras injuriosas, no nos acusan directamente de nada; sólo "insinúan". Esta insinuación es estúpida. Lejos de oponernos al régimen, nosotros, los profesores, escritores, filósofos, etcétera, lo apoyamos con todo nuestro saber y entusiasmo.

»No, señores; no, traidores; vuestras más "categóricas" palabras, declaraciones y notas, no pueden desmentir estos hechos. Podéis disfrazar el hecho de que nuestros más eminentes profesores y pensadores apoyan el régimen, pero no podéis negar que este apoyo existe. Nos sentimos felices y orgullosos de marchar con las masas. La materia ciega recobra el uso de la vista y se quita las gafas de color de rosa que solían adornar la larga nariz del llamado Pensamiento. Con independencia de cuanto yo haya pensado y escrito en el pasado, una cosa me parece clara: sin que importe a quién pertenezcan, dos pares de ojos que miren una bota ven la misma bota, ya que ésta se refleja idénticamente en ambos; más aún, la laringe es la sede del pensamiento, de modo que el trabajo de la mente es una especie de gargarismo.» Bueno, bueno, esta última frase parece un trozo escogido de una de mis obras. Un pasaje vuelto del revés por alguien que no comprendió el sentido de mis observaciones. Yo criticaba el viejo...

—Por favor, continúa. Te lo ruego.

—«Dicho en otras palabras, la nueva Educación, la nueva Universidad, que me siento feliz y orgulloso de dirigir inaugurará la era de la Vida Dinámica. Como resultado de ello, una grande y bella simplificación sustituirá el maligno refinamiento de un pasado degenerado. Enseñaremos y aprenderemos, ante todo, que el sueño de Platón se ha hecho realidad por obra del Jefe del Estado...» Esto es pura vaciedad. Me niego a continuar. Puedes quedártelo.

Empujó las cuartillas en dirección a Paduk, que permaneció sentado y con los ojos cerrados.

—No tomes decisiones precipitadas, loco Adam. Vete a tu casa. Piénsalo. Y ahora, no hables. Ellos no podrían aguantarse y dispararían. Por favor, vete.

Con lo cual terminó, naturalmente, la entrevista. ¿Así? ¿O fue tal vez de otra manera? ¿Leyó realmente Krug el discurso preparado? Y, si lo hizo, ¿era éste una idiotez tan grande? Lo hizo; lo era. El descamisado tirano, o el presidente del Estado, o el dictador, o quienquiera que fuese —el hombre Paduk, en una versión; el Sapo, en otra—, entregó a mi personaje predilecto un misterioso fajo de cuartillas cuidadosamente escritas a máquina. El actor que representaba al que las recibía debía tener instrucciones de no mirarse las manos mientras tomaba muy despacio los papeles (sin dejar de mover los músculos laterales de la mandíbula inferior, por favor), sino de mirar fijamente al que se los entregaba: en una palabra, mira primero al dador y, después, baja la mirada hacia lo que te ha dado. Pero ambos eran toscos y atravesados, y los expertos en el cardiariumcambiaron solemnes movimientos de cabeza al llegar a cierto punto (cuando se volcó el vaso de leche) y tampoco hicieron nada. Proyectada en principio para dentro de tres meses, la inauguración de la nueva Universidad tenía que ser un acto muy ceremonioso y envuelto en gran publicidad, con un alud de periodistas extranjeros, de corresponsales ignorantes y bien pagados, con pequeñas y silenciosas máquinas de escribir sobre las rodillas, y de fotógrafos con alma de higo seco. TÍ el único gran pensador del país aparecería envuelto en una toga escarlata ( che), al lado del jefe y símbolo del Estado (clic, clic, clic, clic, clic, clic), y proclamaría, con voz tonante, que ningún mortal podía ser tan grande y tan sabio como el Estado.

CAPITULO XII